sábado 20 de abril de 2024
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¿Vamos hacia una Argentina más aislada y autoritaria?

En 2008 el peronismo gobernante equivocó redondamente su diagnóstico sobre lo que traería la crisis financiera internacional que se iniciaba: los Kirchner consumían como caramelos pronósticos delirantes de economistas marginales de Estados Unidos y Europa, que sostenían que el resultado del descalabro que vivía entonces Wall Street sería una larga etapa de proteccionismo comercial y estatismo económico, peor que la de los años 30; así que reforzaron las barreras al comercio exterior e intervinieron brutalmente el mercado financiero, no para salvar a sus empresas sino para liquidarlas, expropiando los fondos de pensión. Entre 2009 y 2010 hubo de nuevo crecimiento, pero no gracias a esas decisiones de los Kirchner sino a pesar de ellas: fue por la rápida recuperación de los mercados externos, en particular el de la soja. Y luego entramos en una década larga de estancamiento, de la que aún no salimos.

Resultó igual de grave que el error de diagnóstico en que incurrió Perón en 1946, cuando asumió que la tercera guerra mundial estaba a la vuelta de la esquina y solo le sobrevivirían las economías autárquicas y quienes se mantuvieran a distancia de las dos superpotencias. Una idea que nos privó de las inversiones externas por largos años, empequeñeció nuestro comercio externo y nos inició en los ciclos recurrentes de inestabilidad desde que se agotaron los súper precios de los alimentos de la posguerra. 

De los gobiernos peronistas que hemos disfrutado, en verdad, hasta aquí hay que decir que solo el primero de Menem comprendió el contexto en que le tocaba conducir los destinos del país, y supo superar los obstáculos y aprovechar las oportunidades que tuvo delante. ¿Y el de Alberto Fernández qué? Pronto lo sabremos. 

Su test decisivo al respecto es la renegociación de la deuda. Y el ministro encargado de lidiar con ella no está claro si juega al póker haciéndose el duro, o juega a otra cosa, una suerte de test ideológico y académico, que no interesa tanto a quien lo designó en el cargo como a quienes lo incitaron a hacerlo, su padre intelectual, Joseph Stiglitz, y Cristina Kirchner. Es lo que sospechan al menos los fondos acreedores, y por eso reclaman a Alberto que se haga cargo él directamente del asunto, o vuelva a su idea original: designe un negociador con ganas de arreglar y experiencia en la materia. 

Para sumar desconfianza, Alberto y su canciller, Felipe Solá, acaban de dar otro paso notable hacia el aislamiento: sin consultar con nadie más que con sus almohadas retiraron a nuestro país de las negociaciones de acuerdos de libre comercio que está llevando adelante el Mercosur. Lo hicieron en nombre de la “integración regional”, lo que sonó a un mal chiste, y por “las urgencias de nuestra economía”, que uno cabe interpretar, según ellos van a ser mejor atendidas si no comerciamos con nadie. La idea que subyace es la de Perón en 1946 y los Kirchner en 2009: se viene una ola de proteccionismo y guerras comerciales, así que encerrémonos y tiremos la llave. 

Como siempre sucede, encima, las tentaciones autárquicas vienen asociadas con tentaciones autoritarias. Es bastante lógico: si queremos aislar del mundo, visto lo perjudicial que él es, a una sociedad más o menos desarrollada y abierta, hay que obligarla, y dados los pobres resultados económicos que se van a alcanzar, hay que también forzarla a aceptar que ellos son lo mejor que podemos conseguir, y que quienes dicen lo contrario conspiran contra el destino de la Patria. Que si es de pobreza será al menos de una pobreza digna, y además de una que siempre se puede achacar a que el mundo es tan pérfido que aunque le cerremos la puerta nos daña. 

Se entiende, por tanto, que junto a las preocupaciones por la economía que nos deparará la gestión de los Fernández estén creciendo las que se relacionan con la salud de nuestra democracia. 

Hay al respecto, de todos modos, algo de exageración en las intervenciones de algunos políticos opositores. Que empeoran las cosas porque quitan credibilidad a las alarmas que sí son justificadas y deberían ser escuchadas. 

Es lo que pasó con un documento que firmó en estos días el ex presidente Mauricio Macri junto a otros ex presidentes de centro y de derecha liberal, e intelectuales de similar orientación. El documento hace referencia a amenazas a la democracia disimuladas detrás de la atención de la emergencia sanitaria, en Argentina y España especialmente, y también en las dictaduras populistas de izquierda, Venezuela, Nicaragua y Cuba. Se olvidaron de Brasil, de Hungría, de Polonia, de todos los países en que populistas tal vez liberales en lo económico pero claramente antidemocráticos en lo político están haciendo de las suyas. Y lo más grave: olvidaron a China, su entusiasta promoción del autoritarismo, además de su indirecta o directa responsabilidad en la pandemia. ¿Será que no querían quedar mal con nadie realmente poderoso y solo atender a sus puntuales intereses electorales? 

Más allá de estos pifies, el documento tiene el mérito de llamar la atención sobre la pugna global entre modelos democráticos y autoritarios, que viene de antes pero la pandemia agudizó. Puja de la cual nuestro país no va a abstraerse, además de porque es una democracia precaria, porque es particularmente precaria en la actual coyuntura, en que un gobierno de signo peronista debe aún aclarar si vino para dar continuidad al proyecto kirchnerista, con todos sus vicios en la materia, o a intentar una doble reconciliación de ese partido con la república y con la economía capitalista. 

El avance autoritario que se teme favorezca o se aproveche de las urgencias planteadas por la pandemia se puede dar en cuatro terrenos, alternativa o combinadamente. Y vale la pena detenerse en cada uno de ellos, para sopesar con mejor criterio en qué medida se justifican los temores que los críticos de Alberto Fernández y su gobierno están planteando. 

El primer terreno es el de las libertades individuales: meter presa gente por no respetar la cuarentena puede estar justificado, salvo que los afectados terminen siendo los disidentes políticos, como se hizo con los médicos de Wuhan que violaron el secretismo con que se manejó la aparición del virus, y está sucediendo en estos días en Hong Kong. Argentina no parece estar siguiendo este camino. La sensibilidad social sobre el respeto de esas libertades, se vio en el caso de las restricciones para mayores de 70 años, es muy alta. Sólo que la tolerancia a abusos, y eso también se vio en el caso mencionado, suele ser mayor bajo gestiones peronistas que no peronistas. 

El avance, en segundo lugar, puede darse sobre la división de poderes y demás instituciones de control de las decisiones de gobierno, y el panorama en nuestro país al respecto pinta ya complicado. El Congreso no funciona, y la Justicia lo hace a medias. O funciona, pero para mal: el kirchnerismo aprovechó la cuarentena para soltar a Amado Boudou, y cuando vio que ni la sociedad ni la oposición reaccionaban con fuerza, demasiado atentos como están a las urgencias del momento, fue por más, anotando a la lista de “rehenes liberados” a Martín Báez, Ricardo Jaime y varios más. 

Por suerte la jugada fue tan alevosa que llevó a Alberto Fernández a un disimulado repliegue, sin que desautorizara a su secretario de Derechos Humanos, y a la oposición a activarse, sacándola del dilema en que hasta allí estaba: muchos en ese espacio creían que había que mantener silencio para no ser señalados como divisionistas, en un momento en que lo que se necesita es ante todo unidad y cooperación. Su rol se evidenció como muy necesario, algo que en verdad nunca había dejado de ser así. Y desde entonces tuvo más espacio para reclamar la reapertura del Congreso y señalar errores oficiales. Que ya habían quedado a la luz con las compras de Desarrollo Social, el mal manejo de los testeos y otros asuntos en que la gestión opaca y discrecional ilustró, por si hacía falta, las ineficacias en que suelen caer los modelos autoritarios. 

Como sea, es seguro que los sectores más duros del oficialismo, con el aval o al menos la tolerancia y ambigüedad del presidente, seguirán avanzando para acrecentar su poder e imponer sus objetivos, tanteando el terreno, ensayando a ver hasta dónde pueden llegar; y dependerá de los demás que no lleguen lejos. 

Algo semejante está sucediendo en el tercer terreno en que las democracias son puestas a prueba por la pandemia, el de la comunicación pública. En él también Alberto debía dar pruebas de que venía a corregir los defectos del kirchnerismo y no a repetirlos, y en general puede decirse que estaba superando la prueba: desde que empezó la crisis se esmeró en dar conferencias de prensa y contestar preguntas, aceptó entrevistas de medios y periodistas críticos, y lo mismo alentó que hicieran sus funcionarios. Sin embargo fueron apareciendo algunos nubarrones. El más grave, desde el Ministerio de Justicia: su vice está promoviendo que ni se contesten los pedidos de acceso a la información, algo que de hecho muchas reparticiones vienen demorando, con la excusa de que están muy ocupadas en atender la emergencia, como para perder el tiempo. ¿Y el presidente? Deja hacer. 

El colmo del absurdo lo aportaron estos días los investigadores de Conicet que, lanzados a hacer de asesores gubernamentales, no de motu proprio, para peor, sino por impulso de las autoridades de un organismo que imaginan está llamado a ser el motor del nuevo “gobierno de los científicos”, sugirieron en un informe que el presidente debía dejar de contestar tantas preguntas, es decir, de distinguirse en esta materia del populismo autoritario. La deliberación pública es un obstáculo para la calidad de la gestión de la emergencia, según esta visión de las cosas; algo que se esmeran en destacar cada vez que pueden los adoradores de la supuesta eficacia china y denostadores de las decadentes democracias occidentales. Si hubieran trabajado en el Conicet durante la guerra de Malvinas seguro aconsejaban a Galtieri que reforzara la censura contra los que desmintieran que “estábamos ganando”. El espíritu científico dicta a algunos funcionarios solo lo que ellos quieren escuchar. 

Que este no es un vicio ausente en quienes manejan la campaña oficial de concientización sobre la peligrosidad del virus se advierte en que ella incluye una alusión a la “importancia de informarse de fuentes oficiales”, como si estas fueran las únicas confiables. Cuando muchas veces ha sucedido lo contrario en estos meses: cabe recordar que al comienzo de la emergencia fue el propio presidente el que difundió un consejo absurdo sobre la conveniencia de tomar líquidos calientes como mate o té, porque con eso alcanzaba para protegerse del virus. Un delirio, de fuentes oficialísimas. La contradictoria información brindada por organismos oficiales sobre la cantidad de kits de testeo disponibles, su confiabilidad y los criterios con que se los usa es otro buen ejemplo de que conviene informarse de fuentes plurales. 

El último terreno a considerar es el de la economía y las libertades económicas. Y al respecto, como podía preverse, Argentina iba a tener más dificultades que otros países porque el punto de partida era más precario, y porque su gobierno está poblado de gente que considera que esa precariedad se debe a, o es agravada por, precisamente, las libertades económicas. 

No es casual que se hayan ido multiplicando los proyectos oficiales en danza que generan alarma. Primero fue el impuesto Patria. Le siguió la asignación del control de precios a los municipios. Pero el que tal vez se lleve las palmas es la idea de Máximo Kirchner de cambiar de nuevo la carta orgánica del Banco Central, y prácticamente nacionalizar la banca, con la excusa de orientar el crédito. 

Lo decisivo, de todos modos, como ya dijimos, es lo que resulte de la renegociación de la deuda. Ella será un punto de quiebre, entre la permanencia en el concierto de las economías más o menos abiertas, o la salida, a “vivir con lo nuestro”, y con lo que nos quieran brindar de ayuda los chinos. Que se sabe muy generosos no son, y siempre que dan algo es para apropiarse de los recursos naturales de sus víctimas. Imperialismo de saqueo lo llamaban los economistas progres en los años sesenta. 

De cómo termine esa renegociación depende, también, la sustentabilidad de un liderazgo de Alberto Fernández mínimamente distinguible de su entorno kirchnerista. Liderazgo que el combate de la emergencia sanitaria impulsó en las encuestas. Pero sólo va a subsistir en el tiempo si el daño económico consecuente no es duradero ni demasiado grave. Lo que depende a su vez de que Argentina pueda acceder pronto y en cantidad al crédito externo. No es casual, por ello, que Cristina y tal vez también Guzmán estén jugando a este respecto un juego algo distinto del póker presidencial, y difundan la tesitura de que un default no sería tan dañino porque igual esos mercados seguirán en la ruina. Tal vez le convenga a Alberto estar particularmente atento en las próximas semanas a los posibles “errores de cálculo” de su ministro. 

Publicado en www.tn.com.ar el 26 de abril de 2020.

Link https://tn.com.ar/policiales/vamos-hacia-una-argentina-mas-aislada-y-autoritaria_1065279

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