jueves 25 de abril de 2024
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Un tal Roy Cohn

Un tal Roy Cohn

Mucho se ha escrito sobre el asesor Steve Bannon y su influencia sobre Donald Trump y la expansión del populismo de derecha en el mundo, incluso en la Argentina. Pero antes hubo alguien fundamental en la llegada del blondo presidente a la arena política.

Donald Trump utilizó las conexiones de su padre, el inmobiliario Fred Trump, para entrar al mundo de la política desde los negocios. Pero fue un abogado de amplia trayectoria anticomunista, Roy Cohn, el que lo ayudó a abrirse paso en el mundo del poder. Asesor del famoso senador Joe McCarthy, reconvertido en un operador del mundo financiero de Nueva York y hábil para que Trump eludiera impuestos a más no poder, Cohn fue el más maquiavélico de los benefactores del actual presidente de los EE.UU.

Egresó a los 20 años como abogado de la Columbia y se convirtió en fiscal federal adjunto y experto en “actividades subversivas”, lo que le permitió asumir su papel en el juicio por espionaje de 1951 contra Julius y Ethel Rosenberg. Matt Tyrnauer – realizador de un documental sobre la vida de Cohn ¿Dónde está mi Roy Cohn?, dijo que el origen de su carrera fue condenar a los Rosenberg a la silla eléctrica, a los judíos como bolcheviques y quintacolumnistas, y perseguir a los homosexuales del Departamento de Estado. Luego de ese juicio fue nombrado abogado principal de McCarthy.

A pesar del descrédito y olvido del senador por Wisconsin cuando quedó demostrado que las audiencias eran cazas de brujas inventadas, Cohn saldría ileso y se convertiría en uno de los últimos grandes agentes del poder de Nueva York. Entre sus amigos y clientes se encuentran el cardenal Francis Spellman de Nueva York y el propietario de los Yankees, George Steinbrenner y los capo mafia de la Gran Manzana. Cohn era un invitado ocasional en la Casa Blanca de Ronald Reagan y una presencia constante en la famosa discoteca Studio 54, de la que también era abogado.

El oportunista e inescrupuloso Cohn, se convirtió en un mentor apropiado para el joven vástago de Fred Trump. Y cuando el primer gran proyecto de Trump, el Grand Hyatt, estaba listo para abrirse, él ya estaba en guerra con la ciudad por las reducciones de impuestos y otras concesiones. Había engañado –por consejo de Cohn- a su propio socio, el jefe de Hyatt, Jay Pritzker, al cambiar un término en un trato cuando Pritzker estaba de viaje por Nepal. En 1980, mientras erigía lo que se convertiría en Trump Tower, se enfrentó a una variedad de patrocinadores de las artes y funcionarios de la ciudad cuando su redujo a escombros los frisos Art Deco que decoraban el edificio de 1929. Vilipendiado en los titulares, y por el establishment, Trump ofreció una respuesta que era del coleto de Roy Cohn: “¿A quién le importa?”. “Digamos que le hubiera dado esa basura al Met.”

Según el autor de una biografía de Cohn, Sam Roberts, la esencia de la influencia de Cohn en Trump se resume en tres reglas: Nunca se conforme, nunca se rinda; contraataque, contraataque inmediatamente y no importa lo que suceda, no importa cuán profundamente metido en el lío esté, reclame la victoria y nunca admita la derrota. Podemos dar fe de que Trump está siguiendo estos mandatos al píe de la letra en estos momentos.

Cohn enseñó a Trump Jr. a obtener reducciones de impuestos y aprovechar las lagunas legales para cimentar sus múltiples negocios. Compartía el hecho de ser hijos de padres adinerados, ambos habían sido estudiantes de escuelas privadas y ambos acompañaban a mujeres atractivas por la ciudad. En algún momento durante la campaña presidencial de 2016 Donald Trump comenzó a usar frases de Cohn.

Otra de las tácticas del repudiado abogado fue hacerse amigo de los principales columnistas de chismes de la ciudad, como Leonard Lyons y George Sokolsky, quienes llevarían a Cohn al Stork Club. Era irresistible para los escritores de periódicos sensacionalistas, charlar con alguien siempre dispuesto a contar historias escandalosas aunque fueran de la intimidad de sus propios clientes del estudio. Una dependencia similar de la prensa también se convertiría en un componente vital de las estrategias desplegadas por Trump.

En 1986, después de luchar durante cuatro años, Cohn fue expulsado del Colegio de Abogados de Nueva York por “deshonestidad, fraude, engaño y tergiversación”. Acusado cuatro veces desde mediados de los 60 hasta principios de los años 70 por estafa, obstrucción a la justicia, perjurio, soborno, conspiración, extorsión, chantaje y presentación de denuncias falsas, siempre fue absuelto, dándole una especie de halo de invulnerabilidad. Sin embargo, la IRS lo acorraló y dejó al descubierto sus fraudes al fisco.

Nunca pagó sus impuestos porque argumentaba que los impuestos iban a “beneficiarios de asistencia social”, “piratas políticos”, “burócratas inflados” y “países cuya gente nos odia.” Se burlaba incesantemente del Servicio de Impuestos Internos, llamándolo “lo más parecido que tenemos en este país a una agencia de tipo nazi o soviético” y cuyas citaciones, dijo, iban directamente a “la papelera”.

El periodista, ya fallecido, Wayne Barrett, escribió varios libros sobre Trump. En uno de ellos, de 1979, lo calificaba como “un usuario de otros usuarios”, una visión profunda y verdadera, entonces y ahora. Con la excepción de su padre, cuya fortuna hizo posible la vida que ha vivido, Trump usó a Cohn más que a nadie.

Poco después de ser condenado por el IRS, antes de cumplir 60 años moriría de sida, casi sin un centavo. En su funeral, Trump no cargó el féretro, se mantuvo alejado de un nutrido grupo de ex alcaldes de Nueva York, dueños de medios, senadores y jefes de la mafia. Ya había obtenido, en 1986, todo lo que necesitaba de Roy Cohn.

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