jueves 28 de marzo de 2024
spot_img

Un relato trasnochado e inverosímil

(Aviso a los lectores: Este artículo fue escrito antes del atentado a la vicepresidenta Cristina Kirchner)

El kirchnerismo está atravesando su peor y más profunda crisis desde su nacimiento, hace casi veinte años. El gobierno Fernández-Fernández debilitó el sistema inmune que supo tener antes de 2015 en términos económicos, electorales y de apoyo social. Pero a estas disminuciones hay que sumarles otra, aunque ambivalente, relativa a la articulación conceptual que enhebraba las diferentes dimensiones del proyecto político. Si bien lo que conocimos como “el relato” se resquebraja inevitablemente, conserva en buen estado una apelación política agonal, confrontativa. En síntesis, a pesar de que el relato cruje, la grieta sigue en pie.

La instalación de una política confrontativa es un atributo común de los líderes y los gobiernos tipificados como populistas. En términos generales, los teóricos actuales del populismo trabajan el concepto en contraste con las instituciones de la democracia liberal, argumentando que, en primer lugar, el populismo es una respuesta a los problemas de la democracia, y en segundo lugar, que no necesariamente el populismo implica el fin de la democracia, sino que puede convivir con ella, y hasta mejorarla.

Como sabemos, esa convivencia es posible (no en todos los casos, ver Venezuela) pero problemática. Por un lado, es cierto que los populismos pueden revitalizar y vigorizar algunos elementos constitutivos de la democracia, como la participación y la representación de intereses de una manera clara. Por ejemplo, mientras la competencia partidaria tradicional puede ser víctima del poder del dinero, la tecnocracia o el marketing político, todo lo cual puede desembocar en un nocivo mayor distanciamiento entre representantes y representados, los populismos en cambio rediseñan las identidades políticas trazando líneas divisorias claramente identificables, haciendo de la representación algo más genuino y vivaz. Además, la fuerza de los populismos de la región también se basó en que incluyeron económicamente a algunos sectores postergados y empoderaron a algunas minorías, y por lo tanto contribuyeron a una democracia más real, poniendo en el primer plano conflictos sociales que, siguiendo su línea de razonamiento, es inútil tratar de armonizar.

Sin embargo, por el otro lado también es cierto que los actores populistas (sean líderes, partidos o movimientos) tienen una tendencia fuerte a no respetar los controles necesarios para el buen funcionamiento de las democracias plenas, como la oposición que critica impericias o malos diagnósticos por parte del gobierno, los organismos de control de los poderes públicos, las auditorías sobre los gastos estatales, los tribunales que juzgan la constitucionalidad de las decisiones y/o la legalidad del comportamiento de los funcionarios, el periodismo de investigación que descubre y denuncia corrupciones y excesos en el ejercicio del poder, etc.

En Argentina, el kirchnerismo ha movilizado a una parte de la sociedad, ha generado una nueva identidad y ha fomentado el impulso militante, sobre todo en los jóvenes. Sería exagerado sostener que ha repolitizado a la sociedad civil, como se ha autoadjudicado, pero de todas formas en esa dimensión ha hecho un aporte que considero indudable, aun cuando en mi propia escala de valores y preferencias los controles y la rendición de cuentas son más relevantes que los impulsos a la politización.

Pero como argumentan los académicos especializados, el populismo es una forma, no un contenido. En otras palabras, el populismo no es industrialista, ni estatista, ni progresista, ni sustitutivo de importaciones, ni incluyente, ni de izquierda. Es, en cambio, una estrategia discursiva hábil para moldear una nueva identidad que opone el “pueblo” a la “elite” y que se cristaliza en la persona de un líder plebiscitario. Por eso en el mundo hay populismos para todos los gustos. 

Dicho esto, resulta evidente que el contenido que rellenó el formato populista argentino ya se agotó. La economía política que lo sustentaba, esto es el gasto público financiado con impuestos a las exportaciones agrícolas, llegó a un límite de viabilidad. Por eso, y a la luz de las consecuencias, que están a la vista, las promesas sociales del kirchnerismo se vaciaron de contenido. Ahora acepta y justifica su rectificación a través de la aplicación de un ajuste inconcebible hasta hace muy poco.

Por esa razón, el relato kirchnerista ya resulta trasnochado e inverosímil incluso para sus propios adherentes. Un indicador elocuente es la diferencia entre la prepotencia argumental que se desplegaba en el recordado 6,7,8 y la evidente incomodidad de los defensores del Gobierno en la televisión de hoy (me refiero a intelectuales, periodistas y artistas, porque los políticos son profesionales y tienen otras habilidades). En otras palabras, agotado el contenido del relato, solo queda la forma, es decir la dinámica de polarización política que impuso el populismo, que tiene la grieta como su lógica principal. Desde esta perspectiva, podría decirse que las desventuras de Cristina frente a los tribunales produjeron un revivir confrontativo que trajo algo de entusiasmo populista a un peronismo alicaído, pero que tiene limitaciones demasiado severas como para rearticular una conceptualización seductora desde el punto de vista político: el discurso oficial ya no sostiene que la corrupción durante sus gobiernos es un invento de los medios hegemónicos sino que acepta las pruebas y condena la corrupción de todos los peronistas en todas las causas judiciales, siendo Cristina sin embargo la víctima exclusiva del partido judicial (más de la mitad de cuyos jueces fueron nombrados por el kirchnerismo). De hecho, las encuestas muestran números bajos para la creencia en la inocencia de Cristina, incluso entre los partidarios del Frente de Todos. 

En síntesis, aun con estas limitaciones, lo que hoy sigue sobreviviendo del populismo no es su redistribucionismo (estructural o no) ni sus aportes a la democracia y a la inclusión social, sino la grieta y la renuencia, ahora demasiado selectiva, a la rendición de cuentas por parte de los que administran el dinero público. 

Pero es también desalentador que la oposición, que fue una de las principales víctimas de la performatividad discursiva de confrontación, no tenga todavía (salvo excepciones) la intención de evitar el canto de las sirenas de la polarización. No se ha dado cuenta de que, más que el contenido del populismo (que el propio populismo ya ha abandonado), lo esencialmente problemático es su lógica binaria. La oposición sigue buscando vencer al populismo (cosa que ya hizo y desaprovechó) en lugar de superarlo. Para esto hay que entenderlo en su complejidad y aprender las lecciones que, por buenas o malas razones, nos ha brindado. Existe una nueva oportunidad para salir de esa trampa que paraliza al país y ofrecerle a la sociedad un diagnóstico sereno, sin sobreactuaciones, y una salida responsable. Caso contrario, no solamente serán imposibles los acuerdos y las políticas de Estado que se declaman como un mantra, sino que el país seguirá a los bandazos y a la deriva, sin que su dirigencia le ofrezca un horizonte de futuro razonable.

Publicado en Perfil el 3 de septiembre de 2022.

Link https://www.perfil.com/noticias/elobservador/un-relato-trasnochado-e-inverosimil.phtml

spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Alejandro Garvie

Marielle y Brigitte, crímenes políticos horrorosos

Fernando Pedrosa

Argentina no puede cambiar hace años, pero ahora quiere hacerlo rápido y dos veces

Maximiliano Gregorio-Cernadas

El trilema de Oppenheimer y la encrucijada argentina