jueves 18 de abril de 2024
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Tomás Balbino: “La política exterior del gobierno argentino antepone ideología partidaria al interés nacional”

Tomás Balbino es licenciado en Relaciones Internacionales y maestrando en esa disciplina en Flacso. Miembro del grupo joven del Consejo para las Relaciones Internacionales y de la comisión de Relaciones Internacionales de la Fundación Alem, habitualmente es columnista en Nuevos Papeles. En esta oportunidad nos interesó conocer su mirada sobre la situación en Cuba, pero también las repercusiones en otros países de la región, un fenómeno que asocia a la situación en varios países, destacando que allí donde hay democracias establecidas se define la canalización de las demandas de manera institucional.

Para empezar, ¿podés resumir que es lo que está pasando en Cuba?

En Cuba viene pasando lo mismo que en casi toda la región latinoamericana desde, fundamentalmente, mediados de 2019: levantamientos sociales, espontáneos, sin conducción y producto de múltiples reclamos sectoriales. En Cuba encuentran una particularidad que no es menor y que tiene que ver con la existencia de un sistema de gobierno y de producción comunista vigente desde 1959. Causante de una situación socioeconómica dramática y con limitada capacidad de canalizar las demandas sociales del momento.

Cómo en todos los episodios de la región hubo un elemento disparador y muchas veces impredecible. En el caso chileno fue el aumento del boleto del transporte, en el colombiano fue una reforma fiscal. En el caso cubano fueron los crecientes cortes del suministro eléctrico producto de desinversión y deterioro en el sistema eléctrico nacional, que se sumaron a una cada vez más crítica situación económica y social. Las movilizaciones comenzaron en un pequeño poblado cerca de La Habana, llamado San Antonio de los Baños, el domingo 11 de julio y rápidamente se extendieron a toda la isla.

Como no había pasado nunca con esta dimensión y características en Cuba desde 1959, las calles enfrentaron al gobierno de la autoproclamada “revolución” y pusieron en jaque el liderazgo de Diaz-Canel. La respuesta oficial no salió del libreto: se denunció injerencia externa por parte del gobierno de Estados Unidos como principal factor de desestabilización, movilizaron a las fuerzas armadas y de seguridad en todo el país e hicieron un llamado a la ciudadanía a salir a las calles en apoyo al gobierno.

Bajo la idea de una “guerra no convencional”, Diaz-Canel decidió enfrentar cubanos con cubanos y la situación se fue agravando con el correr de las horas. Si bien se cortó la señal de internet y acceso a la telefonía móvil por unos días, fueron difundidos videos donde se pudo acreditar represión y violencia por parte de las fuerzas de seguridad. Organizaciones de derechos humanos independientes, como Human Rights Watch, denunciaron más de 400 desapariciones, detención de periodistas y violencia por parte de agentes oficiales.

La gravedad de la situación despertó las alarmas de la comunidad internacional y los gobiernos de América Latina. Muchos de ellos, como el argentino, aún analizan el conflicto en clave de la guerra fría.

¿Qué posibilidades reales vez de que se produzca algún tipo de transición en la Isla, una de las dictaduras más antiguas que aun persisten?

Creo que hoy en día no existen grandes incentivos para que el gobierno de Díaz-Canel emprenda una agenda de reformas que generen un cambio o rediscusión del sistema de gobierno y producción. Principalmente por la solidez y robustez de las fuerzas armadas y fuerzas de seguridad, comprometidas con el autodenominado proceso revolucionario y por el apoyo que China y Rusia mantienen con el gobierno cubano. Dependerá en gran medida de la ciudadanía cubana y su capacidad de sostener los reclamos y movilizaciones pacíficas en las calles.

Sin embargo, si existen tres grandes situaciones que ponen a la Isla y a su régimen frente a una situación particularmente límite. En primer lugar, las condiciones socioeconómicas se profundizan a la vez que no se percibe una mejora a corto plazo. La pandemia del COVID-19 agravó una situación ya complicada y provocó una caída del 11% del PBI en el 2020. Generó una merma del turismo, fuente indispensable de divisas (de 3.000 millones de dólares que ingresaban por turismo, con la pandemia se pasó a menos de 1.000) y de generación de empleos (hay más de un millón de cubanos empleados en el sector). Y disminuyó el flujo de remesas desde el exterior por la propia crisis generalizada, fundamental para la subsistencia de aproximadamente el 65% de la población cubana que recibe ayuda de familiares o amigos residentes en el exterior.

Desde el frente externo, dos situaciones agravan las condiciones socioeconómicas de Cuba. Primero el histórico embargo de los Estados Unidos que limita las posibilidades de desarrollo y crecimiento, agravados por el endurecimiento de medidas económicas y migratorias impuestas por Donald Trump. Y segundo, el colapso económico de Venezuela, particularmente el de su producción de petróleo. El flujo de petróleo venezolano a la Isla llegó a cubrir alrededor del 70% de la demanda interna. Hoy esa cifra representa menos de la mitad. También se detuvieron otros programas de ayuda y cooperación, que muchas veces se canalizaban a través de la deteriorada ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). Se estima que en su mejor momento Venezuela contribuyó con el 22% del PBI cubano. El impacto es significativo.

Crisis económica, escasez de dólares y disminución de la ayuda internacional tuvieron como contrapartida la inflación, el desabastecimiento de alimentos, de insumos sanitarios y una merma en los flujos de inversión pública en sectores como el de generación eléctrica.

En segundo término, como elemento innovador podemos ver la existencia de un progresivo cambio cultural. Las nuevas generaciones, las redes sociales y el fracaso indiscutible de un sistema de gobierno y producción vigente por más de 60 años están provocando un rápido cambio cultural en la población cubana. Al ritmo de “Patria y Vida”, como antagonismo al lema del Partido Comunista “Patria o Muerte”, la música nuevamente sirvió como catalizadora de sentimientos, reclamos y expresiones populares. Las redes sociales sirvieron para viralizar y envalentonar a la sociedad en las movilizaciones. Deja de alcanzar el factor idílico de la Revolución y el antiimperialismo y, frente al agotamiento de las expectativas y condiciones de vida, surgen con fuerza los reclamos por cambios estructurales y más libertades civiles y políticas.

En tercer y último lugar, la salida del último de los Castro al frente del gobierno y del Partido Comunista Cubano abrió una nueva etapa en la historia política del país. La debilidad relativa del liderazgo de Diaz-Canel y la falta de capital político quitan un factor importante al momento de conducir y persuadir a la ciudadanía.

¿Puede repercutir en otros países de la región que, si bien no económicamente, pero si con capital simbólico, se nutren del apoyo de Cuba, como ser Nicaragua o Venezuela?

Sin dudas la inestabilidad del régimen cubano tiene y tendrá su correlato, fundamentalmente simbólico, en los gobiernos y movimientos socialistas del mundo. Sin embargo, en un corto plazo la situación de Venezuela y Nicaragua es tan crítica que no creo que tenga un efecto definitorio que modifique la trayectoria de sus regímenes.

¿Cuáles son los motivos para que en Centroamérica aun se produzca la aparición de liderazgos poco democráticos, incluso como en el caso del actual presidente de El Salvador que, si bien es un rupturista absoluto, ha demostrado no ser justamente un modelo de respeto a la pluralidad política?

Como venimos viendo en los últimos años, fundamentalmente postcrisis mundial de 2008, la disminución de las expectativas sobre el futuro y la crisis de confianza en las instituciones de la democracia liberal como vehículos para el progreso tuvieron su correlato en movilizaciones sociales y en el surgimiento de liderazgos polémicos. Y ello no sólo en América Latina, también en Estados Unidos y Europa. Donald Trump en EE.UU., Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, Viktor Orban en Hungría, Pedro Castillo en Perú o Boris Johnson en Reino Unido son un ejemplo de ello.

La pandemia del COVID-19 está profundizando las causas que promovieron el descontento social, y que tienen que ver con la desigualdad, la pobreza, el desempleo y estancamiento o depresión económica. Esto particularmente impacta en América Latina. Con el 8,4% de la población mundial, nuestra región concentra el 32% del total de muertes por COVID-19. Según la CEPAL, la economía regional cayó un 6,8%, siendo la mayor depresión desde 1900. Esto promovió un aumento del desempleo, que impacta particularmente a las mujeres, los jóvenes y a la informalidad.

Todo parece indicar que la inestabilidad en nuestra región va a continuar.

Frente a ese panorama, es clave el rol de las instituciones democráticas y de los liderazgos políticos. Fortalecer las instituciones y usarlas para canalizar y dirigir los reclamos, como hizo Chile, que emprendió una agenda amplia de reformas, con proceso constituyente de por medio y cambios que prometen reformar de manera integral el sistema. También los liderazgos políticos, para conducir los procesos y promoverlos no sólo en el interior de los Estados, sino también entre las naciones, generando más esquemas de cooperación e integración para enfrentar de manera conjunta los desafíos del presente y futuro.

Joe Biden hizo esta semana declaraciones fuertes, no solo hacia Cuba sino también hacia Haití. En el primer caso se puso abiertamente de lado de las protestas y en el segundo pidió diálogo y elecciones inmediatas después del magnicidio. ¿Hay una preocupación real de la administración demócrata? ¿En qué elementos concretos puede traducirse a futuro?

A poco más de seis meses de haber asumido la Presidencia de los Estados Unidos, Joe Biden aún no emprendió un cambio en la estrategia de relacionamiento con Cuba trazada por Trump. La administración demócrata enfrenta una tensión entre la presión doméstica de la comunidad cubana y latina, fundamentalmente en el Estado de Florida, y la de retomar una continuidad en la política de Obama de normalización de las relaciones con Cuba iniciada en el año 2016.

No pareciera que frente a la inestabilidad del régimen cubano se reemprenda este proceso de diálogo bilateral. Tampoco le sirve al Partido Comunista, que identifica en el embargo y en los Estados Unidos al “enemigo común” de Cuba y principal leitmotiv de la revolución.

¿Por qué nuestro país no se pronuncia sobre el tema? ¿Se está haciendo un “seguidismo” de la política exterior de México como en otras ocasiones se habló de “relaciones carnales”? ¿Puede haber una doble vara al mostrarse presidente de lo que pasa en Nicaragua, Venezuela o Cuba y a la vez inmiscuirse en la política interna de Perú, Colombia o Chile? 

El silencio del gobierno argentino frente a las movilizaciones sociales seguidas de persecución y represión en Cuba es preocupante pero también sugerente. En mi opinión ello sucede por una multiplicidad de factores que tienen como hilo conductor un modus operandi en el ejercicio de la política exterior del gobierno: anteponer ideología partidaria al interés nacional.

Entonces aparece la cuestión ideológica como principal elemento al momento de mirar al mundo y relacionarnos con otras naciones u organismos internacionales. Esa visión nos lleva a relativizar situaciones condenables como la existencia de violaciones a los derechos humanos cuando suceden en países afines ideológicamente. Pasó con Venezuela, con Nicaragua y ahora con Cuba. Cuando la represión sucedió en Colombia o Chile, el gobierno nacional no dudó en condenar enérgicamente la situación y hasta enviar delegaciones parlamentarias a observar la situación.

En segundo lugar, creo que el gobierno enfrenta grandes problemas de conducción y liderazgo político. Cómo recientemente dijo Jesús Rodríguez, eso tiene que ver con un liderazgo ejecutivo débil, la existencia de un mando político bicéfalo y de múltiples actores con capacidad de veto en el Frente gobernante. Naturalmente ello tiene su impacto en el ámbito de la política exterior. En el diseño de una estrategia de relacionamiento con el mundo basada en nuestros intereses nacionales y en el ejercicio de una política exterior que se embarque al cumplimiento de sus objetivos y metas.

Vemos una trayectoria errática y decisiones incoherentes que debilitan nuestra imagen en el mundo y por lo tanto nuestra posición regional y global relativa. Las decisiones se definen en función de intereses sectoriales y partidarios y no a partir de una visión estratégica común.

Ese desorden genera que muchas veces se termine terciarizando nuestras posiciones referidas a política exterior. Se ve mucho con México en lo que tiene que ver con asuntos latinoamericanos. Generalmente de manera inexplicable, acompañamos posturas definidas por el México del presidente López Obrador y que nada tienen que ver con nuestra tradición en materia de relaciones internacionales.

Sería muy importante que el gobierno sea categórico en hacer un llamado a que se respeten los derechos humanos de la población cubana. Que participe activamente de los foros y organismos multilaterales en consecuencia y busque, a través de instrumentos de la diplomacia, tender puentes entre los actores.

El tan preciado principio de No Injerencia para la historia política de América Latina no puede significar indiferencia frente a violaciones a los derechos humanos. No implica que el gobierno tenga que exigir democracia en Cuba, esa definición la deberá tomar el pueblo cubano en el marco de sus atributos de soberanía. Pero sí tiene la responsabilidad de bregar por el cumplimiento de los compromisos asumidos por los Estados internacionalmente, que como expuso el profesor Federico Merke, alcanza las disposiciones de la Carta de Naciones Unidas donde los Estados miembros se comprometen a “reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres”.

Esto implica un compromiso irrenunciable por la defensa de los derechos humanos en el mundo, lo cual incluye el derecho a la autodeterminación y por lo tanto a que los cubanos puedan elegir su propio sistema de gobierno. Si la ciudadanía cubana considera que es momento de cambiar su sistema de gobierno, es su derecho tener los canales y posibilidad de hacerlo sin necesidad de ser reprimidos violentamente, levantarse en armas o bajar de Sierra Maestra.

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