sábado 20 de abril de 2024
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Tailandia, los jóvenes en busca de un futuro democrático

Desde principios del siglo XX Tailandia ha visto pasar doce golpes de Estado exitosos, otros tantos fracasados y una inestabilidad política reiterada, como característica de muchos de sus gobiernos. El último golpe militar, concretado en 2014, pretendió ordenar definitivamente la vida social y política del país que además, en las últimas décadas, se había polarizado en torno a la figura de un líder marcadamente populista. Desde entonces los militares tomaron el control político del país con mano de hierro.

En 2016 se produjo la muerte del anciano rey Bhumibol y eso sumó complejidad a la coyuntura del país, ya que el fallecido monarca era muy respetado y había mantenido mucha cercanía con los tailandeses. Su hijo, Rama X, asumió con casi 65 años y, a diferencia de su padre, con una vida más similar a la de un playboy, antes que a alguien interesado en los asuntos públicos. Esto no era menor, ya que la monarquía juega un rol muy importante en la vida tailandesa, algo muy diferente a los reyes decorativos de Europa occidental.

Sin embargo, una vez asumido, el nuevo rey comenzó a tener una mayor presencia en las definiciones políticas del Estado y una actitud crecientemente autoritaria. Esto se vio en la desaparición -nunca aclarada- de miembros de la corte, opositores políticos, y en la aplicación de la ley de lesa majestad, que prevé castigar las críticas al rey y que en Tailandia tiene severas consecuencias para quien la incumpla. Simultáneamente, Rama X tomó el mando de unidades militares y le quitó autonomía al organismo que maneja los fondos de la corona, que ascienden a decenas de miles de millones de dólares.

El gobierno militar consideró que para lograr sus objetivos y dotar al país de estabilidad política, debía mantenerse más tiempo en el poder, pero aceptó que eso debía tener algún barniz democrático. Sobre todo, para evitar problemas internacionales. En ese camino encargó a un grupo cerrado y afín al gobierno, elaborar un proyecto de reforma de la constitución.

La propuesta de la comisión otorgaba al gobierno potestades lindantes con el autoritarismo y mayor poder al rey. Sobre todo, modificaba la elección del parlamento, ya que las 250 bancas del senado pasaban a ser designadas en su totalidad por las Fuerzas Armadas. La constitución se aprobó en un referéndum en el que se prohibió la actividad opositora y con baja participación popular.

Al ser un régimen parlamentario bicameral, las nuevas reglas facilitaron las cosas para la coalición militar, ya que el primer ministro se elige en una asamblea parlamentaria con los 750 diputados y senadores (de los que contaban con 250 antes de empezar). Con la seguridad del triunfo, el líder golpista, el Gral. Prayuth Chan-Ocha, convocó a elecciones el año pasado que también resultaron poco transparentes. Chan-Ocha se presentó como candidato oficialista y, consiguió asegurarse, no sin dificultad, una mayoría de bancas en alianza con otros partidos.

El dato a destacar fue la aparición de nuevos partidos que apelaban a quienes votaban por primera vez y la inesperada cantidad de sufragios y bancas que obtuvieron. Sin embargo, lejos de pensar cómo integrar a estos ciudadanos y canalizar sus demandas, el primer ministro electo endureció la posición oficial. Así, disolvió a algunos de los nuevos partidos, quitándole su representación parlamentaria, procesando a los líderes y prohibiendo la actividad política de sus principales referentes.

Como es obvio, dejar a millones de tailandeses sin representación y en medio una opresión creciente, no podía tranquilizar la ya caldeada situación social. En ese marco, se sumó el COVID y el gobierno restringió aún más las libertades individuales. Si bien tuvo una respuesta eficiente a la crisis sanitaria, no logró atemperar el impacto económico. El turismo internacional era una de las bases de la economía tailandesa y su suspensión golpeó de lleno en la vida del país.

La economía informal y los campesinos también fueron sectores muy perjudicados con una caída del PBI que según las fuentes más pesimistas, podría llegar al 7%, la más grande desde la famosa crisis financiera asiática de 1997.

Entre el autoritarismo, la crisis de la economía y la falta de comprensión desde el Estado, los jóvenes ven un futuro oscuro y eso estimuló más quejas, protestas y la aparición de nuevos liderazgos provenientes de la educación secundaria y universitaria. Una parte importante de estos nuevos líderes son mujeres, ya que la agenda de genero sufrió un gran retroceso con los militares, en un país con una larga historia igualitarista.

Para echar más leña al fuego, el rey continuó con su vida poco austera y para sorpresa de propios y extraños, se lo ve pasando cada vez más tiempo en un lujoso hotel en los Alpes alemanes con numerosas personas de su corte, incluyendo una veintena de mujeres que, según la prensa internacional, conformarían una especie de harem personal.

Las críticas contra el rey aumentaron y también fueron judicializadas, lo cual tuvo un efecto contrario e inédito para Tailandia: las movilizaciones y sobre todo, los estudiantes, pusieron en la mira al propio Rama X. Hoy los reclamos se dirigen a lograr la reforma de la monarquía, de la Constitución y la renuncia del primer ministro.

Los estudiantes, además de manejarse a través de las redes sociales, han mostrado una estética particular ligada a los consumos culturales juveniles, por ejemplo, utilizando personajes y música del manga japonés reconvertidos en iconos de la protesta, identificándose con los tres dedos de la película “Los juegos del hambre” o caracterizando a los políticos oficialistas con personajes de Harry Potter como Lord Voldemort. Tailandia vive una suerte de quiebre generacional donde la incomunicación es una parte crucial del problema.

Un dato interesante es que las protestas en Hong Kong han influido en las movilizaciones tailandesas y se ha conformado una red de apoyo a la democracia que une a los manifestantes de Hong Kong y Taiwán con Tailandia. Este vínculo es algo sobre lo que habrá que estar pendientes en el futuro. El 14 de octubre se espera una nueva manifestación liderada por los estudiantes. El gobierno se enfrenta al dilema de ceder o utilizar la fuerza, lo cual tiene antecedentes trágicos en el país. El parlamento, formó una comisión para analizar cambios constitucionales pero, en estos días anunció que hasta fin de año no habrá novedades.

En Tailandia se cruzan tres caminos. Uno que viene de la historia del siglo XX, con un desacuerdo entre las élites sobre el rumbo del país y que generó un largo recorrido de inestabilidad y polarización social, que tiene hoy un nuevo capítulo. Pero también, una segunda vía, donde aparecen demandas propias de una generación que asoma a la ciudadanía con su propia agenda. Por último, una tercera cuestión: el retroceso democrático global y las formas que esto adopta en el sudeste asiático. Situaciones complejas y reclamos diversos en torno al régimen político se observan en Malasia, Myanmar (Birmania), Camboya y Singapur. Todo esto, acentuado por una crisis económica que, según el gobierno, continuará en 2021 y 2022.

La forma en que Tailandia resuelva este nudo será, no solo un paso más en la historia del país, también ofrecerá un anticipo de los varios elementos que, posiblemente, caractericen esta contra- ola de las democracias que estamos viviendo.

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