miércoles 24 de abril de 2024
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Roberto Bavastro: “Biden dimensiona que la mayor amenaza viene de los capitalismos autocráticos”

En 100 días de gobierno, Joe Biden demostró una dinámica de gestión y política muy intensa, por encima de las espectativas previas. Su primer discurso al Congreso fue, tal vez, el punto de partida para diferenciarse, incluso, del propio Obama, su principal impulsor. En un contexto donde el mundo, incluso Biden, empiezan a pedir la suspensión de las patentes de las vacunas contra el Covid, sus palabras tienen un impacto aun mayor. De estas cuestiones hablamos con el especialista en política norteamericana, Roberto Bavastro.

¿Qué balance se puede hacer de los primeros 100 días de gobierno de Biden? 

El balance es positivo, aunque también es propio del período de “hooneymoon” que suelen disfrutar los nuevos gobiernos. Considerando como se dio el cambio de gobierno y la pésima gestión de la pandemia por parte de la Administración Trump, los primeros 100 días de Biden en la Casa Blanca parecen más que auspiciosos.

No debemos soslayar dos hechos centrales de la ¨hooneymoon¨ que han fortalecido a Biden como eje y centro de la escena política. Primero, vacunación masiva mediante, el éxito obtenido en el control de la pandemia, al menos hasta el presente. Segundo, su ambiciosa agenda de gobierno que no sólo incorpora audaces reformas, sino que también intenta establecer un nuevo punto de inflexión en la política de los EE.UU.

Por supuesto que ambos logros se enmarcan en un escenario de recuperación sostenida del empleo y crecimiento de la economía. Esto contribuyó para que el presidente Biden pueda maximizar sus primeros 100 días de gobierno alejando, además, las dudas sobre si su liderazgo sería timorato o frágil.  

¿Podemos decir que en su último discurso al Capitolio hubo, sino un giro a la izquierda, una reafirmación hacia los sectores más progresistas de los demócratas?

Sin lugar a duda es la agenda más progresista de un presidente estadounidense al menos desde el New Deal de FD Roosevelt. Sin embargo, más que un giro a la izquierda o una reafirmación hacia los sectores más progresistas de su partido, me atrevería a interpretarla como un intento por constituir un “nuevo compromiso” que busca reequilibrar las relaciones Estado-mercado.

Así como la “Reganomics” y el “consenso de Washington” fue la respuesta de la época ante la crisis fiscal de Estado de Bienestar, hoy podemos estar transitando una nueva encrucijada que, robándole la expresión a Theda Skocpol en Bringing the State Back In (1985), nos vuelve a traer al Estado al centro de la escena.

De un solo golpe, la pandemia ha dejado en evidencia los retos y las restricciones que los Estados nacionales ya enfrentaban ante las consecuencias de las crisis del capitalismo financiero. En un mundo cada vez más agrietado, la crisis sanitaria y el colapso de la actividad económica no sólo han expuesto los límites del mercado sino también la imperiosa necesidad de rescatar el rol del Estado, muy especialmente, para el futuro del capitalismo democrático.

Veremos si la colosal crisis por la pandemia y sus consecuencias puede o no ser la partera de un nuevo equilibrio entre Estado y mercado. Si puede funcionar como catalizador de un “nuevo compromiso”, reivindicando el rol del Estado como proveedor eficaz de “bienes públicos”.  

No sé si Biden, con su propuesta en clave keynesiana, tendrá éxito o no en el ámbito domésticos, pero comparto las visiones que lo perciben como un posible punto de inflexión o cambio de época. Por eso, más que un giro a la izquierda o una reafirmación de la agenda progresista demócrata, señalaría que la piedra angular de la propuesta de Biden es recuperar las capacidades estatales necesaria para proveer un mínimo suficiente de bienestar en términos de equidad social. En otras palabras, no se trata ni de la estatización de la economía, ni de la planificación centralizada, sino de establecer un conjunto de políticas públicas como condición necesaria para el bienestar social y el desarrollo del mercado. Como diría un buen amigo en común, Luis Tonelli, recrear un Estado que sea capaz de distribuir ¨bienes públicos¨ y no ¨males públicos¨.

Algunos analistas empiezan a comparar a Biden con Obama, en el sentido de que el actual presidente entiende mejor el capital político que obtuvo y pretende gastarlo para aplicar su agenda progresista, ¿es así?

Sí, comparto totalmente esa visión. No sólo porque Biden posee una larga y variada trayectoria en la vida pública, sino también porque experimentó en carne propia como vicepresidente, desde el Senado, la confrontación y desgaste del liderazgo de Obama. Biden sabe que precisa aprovechar al máximo su “honeymoon”, los efectos positivos del plan de vacunación masiva y el viento de cola que significa el rebote de la economía y del empleo. Necesita capitalizarlo lo antes posible valiéndose no sólo de su actual popularidad sino también del ajustado control demócrata del Congreso.

Aunque es demasiado pronto, se especuló con que Biden apuesta por un solo mandato de gobierno. Sin embargo, la dinámica que le está imprimiendo a la gestión diaria, pareciera va en un sentido de permanencia. ¿Puede al final ir por un segundo mandato a los 82 años, aunque sea prematuro adelantarse?

Es muy prematuro, sí. Sólo basta recordar que la pandemia y la pésima gestión sanitaria por parte de Trump evaporó, en pocos meses, lo parecía ser su segura reelección.

Respecto de Biden, estimo que una parte muy importante del destino electoral del partido demócrata y de su propio liderazgo se juegan en este mismo inicio. La dinámica que logre imprimir a su gobierno marcará no sólo el tránsito de su Administración sino también sus expectativas para las elecciones intermedias del próximo año. Las probabilidades de retener el control del Senado por parte de los demócratas parecen ser bajas, pero un buen resultado electoral no sólo determinará la relación de fuerzas de la segunda mitad de su mandato sino también las chances de ir por su reelección.

Además, deberíamos considerar que ningún presidente que tenga la oportunidad legal de reelegirse debería conceder anticipadamente esa posibilidad, ya que corre el riesgo de debilitar su liderazgo prematuramente al abrir la lucha por su sucesión. Así que, a pesar de su edad, no podemos descartar que Biden intente coquetear con su reelección tanto como le sea posible, aunque sólo sea en función de no debilitarse anticipadamente.   

La apuesta de Biden era aplicar 100 millones de vacunas en los primeros 100 días. Al final, lleva aplicadas 220 millones, con un excedente de stock importante. Incluso empieza a haber problemas en sectores que no quieren vacunarse. Ya se confirmó que unos 60 millones de AstraZeneca que no se autorizaron en EE. UU. se destinaran a distribuir entre países necesitados. ¿Comienza una etapa de “diplomacia de las vacunas”, en un momento que China se retira del mercado de ese bien dado que inicia un proceso de vacunación interna?

La “diplomacia de las vacunas” podría ser una oportunidad para que la política exterior de los EE.UU. ocupe el lugar que la Administración Trump dejó vacío respecto de la gestión internacional de la pandemia. Como sucede en la física clásica, los vacíos tienden a ocuparse. Tanto China como Rusia supieron aprovechar las omisiones y miopías de la diplomacia trumpista. Además, mientras el eje de la geopolítica internacional sigue rotando hacia el Pacífico, esto conlleva que la política exterior de los EE. UU. deba enfrentar nuevos retos no sólo en el plano militar, económico y tecnológico sino especialmente en el político.

Biden, quien calificó a China como “el desafío estratégico más importante” para la agenda de la diplomacia estadounidense, dimensiona que la mayor amenaza viene de la mano de los capitalismos autocráticos, en sus distintas variantes, y que no sólo está en juego la propia hegemonía norteamericana sino también el futuro de los regímenes democráticos capitalistas. En este sentido diría que se ensamblan la preocupación por la amenaza que representa China con la necesidad de volver a traer al Estado democrático al centro de la escena como requisito necesario para la supervivencia de las democracias en el siglo XXI. 

Por último, empieza a rebotar la economía norteamericana y ya superó niveles de los meses previos a la pandemia. ¿Derramará esa recuperación en América Latina?

No creo particularmente en los beneficios de la teoría del derrame. Sin embargo, está claro que para el resto de las economías del mundo es mucho más beneficioso que la economía norteamericana, así como también la China, se encuentre en expansión y no en retracción.

Ahora, si miramos América latina creo que necesariamente hay que hacer una diferenciación, aunque gruesa, en función de la agenda y la influencia política y económica actual de los EE. UU. en la región. Por un lado, está México y el resto de América central y, por el otro, Sudamérica. La influencia política y económica norteamericana es mucho más decisiva en México y América central vis a vis Sudamérica, donde en los últimos tres lustros tanto China como Rusia han ganado terreno. Asimismo, algunos issues de la agenda norteamericana para la región son mucho más apremiantes, como la cuestión migratoria, si observamos México y Centroamérica en comparación con América del Sur. Esto sin olvidar la situación en Venezuela y sus impactos para la región.

A partir de esta diferenciación gruesa podemos observar que para México y América Central los alcances del rebote económico norteamericano tendrían un impacto mucho más inmediato y decisivo. En contraste, para Sudamérica el centro de la agenda norteamericana podría enfocarse más en el plano de la política y la cooperación internacional. Sin embargo, cada país de la región deberá atender las posibles externalidades que en el mediano plazo pueden derivarse de un ciclo expansivo de la economía norteamericana que conlleve una apreciación sostenida del dólar, un incremento en los costos de la energía y una baja considerable en la cotización de algunos commodities.  

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