viernes 19 de abril de 2024
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Ricardo Gil Lavedra: “El juicio permitió que la democracia se edificara sobre la base del imperio de la ley”

Los cuarenta años de democracia, que se cumplen este año, traen a la memoria colectiva sucesos relevantes que se dieron en los primeros años y que, con el tiempo, cobran otra dimensión. El juicio a las tres primeras juntas, ordenado por Raúl Alfonsín apenas asumido, es el más importante de todos. Sin lugar a dudas, Argentina es un país diferente gracias a ese juicio. La democracia no podía sostenerse en base a la impunidad. En los últimos meses dicho juicio obtuvo atención relevante. 

El estreno de una ficción sobre el tema (que hoy compite por el premio Oscar) y la publicación de varios libros ofrecieron a la opinión pública nuevas y renovadas miradas. Uno de los jueces, el Dr. Ricardo Gil Lavedra ofrece en su libro La hermandad de los astronautas, la mirada desde el rol que les tocó cumplir a él mismo y a Calos Arslanian, Guillermo Ledesma, Jorge Valerga Aráoz, Andrés D’Alessio, Jorge Edwin Torlasco. 

A raíz de la publicación del mismo lo entrevistamos para Nuevos Papeles.

Dr. Gil Lavedra, en primer lugar quiero felicitarlo porque la decisión de escribir arrancando por el principio no es habitual en este tipo de libro. Presentar a cada uno de los jueces a partir de sus trayectorias de vida les da una dimensión real que, periodísticamente, no suele encontrarse. De hecho, me llamó mucho la atención que en la película Argentina 1985, nunca se mencionan sus nombres, como si hubiese una decisión de invisibilizarlos. Pero usted los humaniza. Dicho esto, cuando se da ese encuentro entre los seis jueces en el antedespacho del Ministerio de Justicia, ¿cuál era la real dimensión que tenían de lo que podía llegar a pasar de ahí en más?, ¿creían realmente que iban a juzgar a Videla, Massera y compañía? o pensaban que algún tipo de pena iba a producirse en la justicia militar…

El ofrecimiento que recibimos era para integrar la Cámara Federal en lo Criminal de la Capital, era diciembre de 1983, en ese momento el gobierno había mandado al Congreso la nulidad de la autoamnistía y la ley de reformas al Código de Justicia Militar, que incluía para los delitos cometidos durante la dictadura el juzgamiento militar con una apelación ante la Cámara Federal que correspondiera. Ese era el panorama. No sabíamos que iba a ocurrir, que iba a pasar en el Congreso, pero entender en una eventual apelación era una posibilidad. Lo que no imaginábamos era que el juicio lo íbamos a terminar haciendo nosotros. La competencia normal de la Cámara era de por sí muy importante, la intervención en juicios a militares era solo una eventualidad. Luego el Congreso incorporó la facultad de abocamiento por parte del tribunal civil y nosotros la ejercimos. Pero cuando nos ofrecieron el cargo esas circunstancias no existían.


Usted señala que fueron hombres comunes que en un momento hicieron algo extraordinario, lo que es absolutamente cierto. La hermandad que aun hoy mantienen tiene mucho que ver con ello (en el equipo del fiscal, como se mencionó en algunos medios en los últimos meses se dio algo similar). Nos gustaría que nos cuente un poco más al respecto.

El juicio sólo puede explicarse a través del grupo humano que lo hizo posible. No había antecedentes ni había reglas, pues las normas del Código de Justicia Militar no eran aplicables en su literalidad, porque estaban pensadas para un juicio en un campo de batalla. Fue el tribunal el que estableció la arquitectura, la organización. Se trató de una obra artesanal. Para esa tarea monumental, y lo recalco, monumental, era necesario que el tribunal estuviera monolíticamente unido, lo que no era fácil por las personalidades de cada uno. Nos juramentamos a discutir los días y las horas que hiciera falta pero que teníamos que llegar a un acuerdo siempre. Sentíamos que dependíamos de nosotros mismos y de la confianza recíproca en cada uno y en el conjunto. Eso nos fue uniendo y fortificando hasta crear un vínculo muy especial, es mas fuerte que una amistad, es un lazo de hierro, una especie de hermandad.

Hace poco me contaron sobre un visitante alemán que, durante el juicio, decía algo así como: “¿qué hacen esos señores ahí? ¿cómo no se levantan y se van?” haciendo referencia a los excomandantes que hasta hacía tan solo un par de años eran dueños y señores de la vida de todos los argentinos. Era realmente extraordinario de entender para un testigo ajeno, de paso por el país, encontrarse con un hecho inédito. No habían pasado ni dos años del retorno a la democracia… En el libro usted menciona “la celeridad” con la que se abocaron al trabajo una vez que la causa pasó al fuero civil. ¿Puede pensarse que lo excomandantes nunca sintieron en su fuero íntimo que serían juzgados?

No sé que pensaban. Creo que creyeron que iban a poder obstaculizar o parar el juicio. Muchos no lo querían, la prensa, la iglesia, los empresarios. Y era muy difícil llevarlo adelante, muy difícil. La estrategia de los excomandantes a través de sus defensas fue tratar de colocar todos los impedimentos posibles. De otra parte, mucha gente pensaba honestamente que no se podía ni debía hacerse juicio alguno.

¿Fue una demostración de la fortaleza y solidez de la democracia recién recuperada sentar en el banquillo de los acusados a estos señores?

Fue una decisión arriesgada, se ponía en peligro la propia transición democrática. Por suerte pudo hacerse y eso permitió que la democracia se edificara sobre la base del imperio de la ley, y además el repudio a toda forma de violencia política y a las dictaduras militares.

A propósito de esto, cuanto cree que el éxito del juicio tiene que ver con el haber tomado la decisión de mantener las reglas del procedimiento militar para llevar adelante el juicio. Es interesante, dado que no es algo que se comente habitualmente. Se da por hecho que el juicio era oral.

Cuando nos abocamos se planteó la discusión acerca de que reglas de procedimiento utilizaríamos, nuestro Código Procesal Penal o el Código de Justicia Militar. Varios juristas opinaban que como éramos un tribunal civil teníamos aplicar nuestro Código no el militar. Lo debatimos mucho pero nos decidimos por el militar porque a pesar que regulaba un procedimiento en época de guerra, plazos de horas, mínimos, tenía una audiencia oral y pública donde se ventilaba la prueba. Eso nos permitía “adaptar” esas normas y establecer un procedimiento oral con marcada influencia acusatoria. Le dijimos al fiscal que la responsabilidad de la prueba era suya, que aprovechara los legajos de la CONADEP y que los jueces seríamos terceros imparciales. Ninguno de nosotros tenía experiencia en juicios orales y nos estábamos zambullendo en uno gigantesco, pero tenía varias ventajas. La rapidez, entendíamos que si el juicio no se hacía muy rápidamente no había juicio porque el malestar militar era creciente (como “un relámpago entre las hojas” decía Carlitos),la difusión de lo ocurrido, la sociedad iba a enterarse de lo que pasó al mismo tiempo que los jueces, y por último el resguardo de la imparcialidad del juzgador. Creo que si hubiéramos tomado la decisión contraria, el proceso escrito, no habría habido juicio.

Una cuestión que me generó curiosidad, incluso luego de leer el libro que Matías Bauso escribió sobre el trabajo del fiscal Strassera, es que el trabajo que ustedes desarrollaron se debió haber dado en paralelo al trabajo de la Cámara en otras causas. Cuáles eran las funciones o atribuciones que ustedes tenían que contemplar, además del Juicio. Es decir, que otras causas o de que rigor tenían que enfrentar.

El juicio a las juntas militares fue para la Cámara un juicio más, gigantesco, tremendo, pero un juicio mas que se agregó a nuestro trabajo cotidiano. Seguimos resolviendo los autos interlocutorios y las sentencias definitivas que dictaban todos los jueces federales penales de la Capital. La audiencia del juicio empezaba a las 15 hs de todos los días, durante la mañana decidíamos las causas corrientes de nuestra competencia. No pedimos prórroga ni nada por el estilo, hicimos el juicio sin descuidar el trabajo cotidiano. Lo pienso hoy y me parece increíble, pero fue así. El ímpetu de la juventud.

A cuarenta años de la recuperación democrática, por primera vez se empieza a dimensionar y a recuperar la memoria de la decisión tomada por Alfonsín. Usted recupera para la historia en el libro que “Alfonsín tuvo la audacia de apostar por el camino de la verdad y la justicia”. Pocas veces se dimensiona las decisiones que el gobierno democrático tomó en materia de derechos humanos en las primeras semanas de gobierno. ¿Cree que por fin la historia le está reconociendo a Raúl Alfonsín el liderazgo en ese sentido que la década menemista y los años kirchneristas (con todos sus matices, desde los indultos hasta el reinicio de los juicios) habían intentado quitarle?

La figura de Alfonsín crece día a día. Seguramente por la carencia de fuertes liderazgos democráticos y plurales. Ya no nos pertenece a los radicales, sino a todas las fuerzas políticas. En los juicios a los militares, en el traslado de la capital, en la reforma constitucional etc, Alfonsín tomo decisiones que con el tiempo se vió que eran las mejores para el país. Un político extraordinario, un verdadero prócer.

Un hecho poco conocido, contado en su momento por Pepe Eliashev en su libro, es la manera que ustedes decidieron proteger los testimonios grabados del juicio. Eso solo ya parece una película de suspenso. Puede contarnos un poco más de como llevaron las copias a Oslo para ser resguardadas. Aclaremos, para los lectores jóvenes, las dimensiones físicas del material del que hablamos…

El juicio fue grabado íntegramente por ATC. Cuando nos fuimos todos de la Cámara empezamos a temer que esa grabación se deteriorara o se perdiera. Habían empezado los alzamientos militares y en la Argentina las cosas se pierden. La grabación era la evidencia del juicio porque éste había sido oral. Si se dañaba o perdía el perjuicio era irreparable. Con la ayuda de un abogado penalista muy prestigioso, Bernardo Beiderman, que era miembro de un Instituto Internacional de Derecho Penal con sede en Oslo, hicimos la consulta si el gobierno de Noruega aceptaría una copia del juicio . Cuando recibimos la respuesta afirmativa, hicimos una copia en VHS de lo grabado, casi clandestinamente porque no estábamos en la Cámara. Fueron finalmente 96 cassettes que nos distribuimos en las valijas, junto a las camisas y las medias, y viajamos a Oslo por nuestra cuenta llevándolos. Ahí fuimos recibidos de manera excepcional, nos agasajó la Corte, el Colegio de Abogados, el Parlamento. Nos impresionó y tomamos dimensión de lo que significaba el juicio en el exterior. Las copias quedaron depositadas en el Parlamento junto a la Constitución histórica de Noruega.

Para cerrar, esto no es una pregunta sino una anécdota personal que no tiene que ver directamente con el juicio. Hace algunos años, siendo editor en Planeta me tocó recuperar para el catálogo el libro de Carlos Nino Juicio al mal absoluto. Se me ocurrió que el prólogo lo debía hacer Raúl Alfonsín. Yo no lo conocía personalmente pero me consiguieron el teléfono y, en la editorial, pocos creían que se iba a prestar a hacer el prólogo que le pedía un editor desconocido. Lo cierto es que hablé por teléfono con él y en dos semanas me había mandado un prólogo importante que, al final, acompañó esa edición del libro. Al día siguiente me llamó preocupado, dado que en otra oportunidad no había mencionado a los seis jueces, por si había vuelto a cometer esa errata. Siempre me gusta destacar el agradecimiento de Alfonsín a ustedes por su trabajo, como un símbolo de lo que, como sociedad, les debemos también todos nosotros.

Un gesto que caracteriza a la persona que fue Alfonsín.

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