jueves 28 de marzo de 2024
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Que la vacuna no tape lo importante

Rob Wallace es biólogo evolutivo, ecólogo filogeógrafo del sistema de salud pública en EE.UU. e investigador en la Universidad de Minnesotta. En 2016 publicó Big Farms make big flu, donde anticipaba un ciclo de pandemias, inevitables por las transformaciones mundiales de las últimas décadas.

La cercanía de la disponibilidad de vacunas para enfrentar el Covid 19 ha causado euforia en los mercados. Por cada anuncio de laboratorio se registra un aumento de las acciones de empresas energéticas y el alza de los alimentos. Una cadena motorizada por las finanzas, cuyos eslabones están engarzados de modo tal que corremos el peligro de desembocar en la próxima pandemia.

Wallace sostiene que el abordaje de la crisis desatada por el virus debe ser multidisciplinario, ya que su surgimiento es el resultado de un sistema de explotación de los ecosistemas que necesita una profunda revisión. “Los virus han encontrado grietas en la estructura epidemiológica del mundo”, sostiene, y “si bien no han sido creados en laboratorios, los virus son el resultado de esa alianza estratégica entre las multinacionales y la agroindustria.”

Con la segunda ola mundial de Covid 19 en desarrollo, Wallace sostiene que las vacunas –que son indispensables- sólo serán un alivio para seguir haciendo negocios “as always” y no una solución definitiva al resurgimiento cíclico de nuevas pandemias.

La industria de la alimentación está empujando las fronteras forestales y eso está poniendo al hombre en contacto con la fauna silvestre, que acoge algunos de los patógenos más mortales, a través del ganado industrial criado en esos límites, y también con los trabajadores que están a cargo de esos animales. La red global de distribución de mercancías hace el resto, como hemos vivido con el Covid 19.

La agricultura China es un ejemplo de esta dinámica, impulsada por la necesidad de alimentar a millones y solventada con capitales como los de Goldman Sachs, por ejemplo, que ha invertido 3.000 millones de dólares en granjas de pollos en el gigante asiático.

Gran parte de la inversión extranjera directa proviene de todas partes del mundo. Se han registrado brotes de virus en las afueras de México DF producto de gripes que estaban circulando en granjas de propiedad norteamericana. En Europa se desató el H5NX y el Zika en Brasil. Es decir, que los patógenos están emergiendo en todo el planeta y no son solo un fenómeno chino.

En este contexto, las vacunas – sea de la procedencia que sean – son parte de los avances para salvar millones de vidas. El problema es que hay una buena posibilidad de que solo sea parcialmente protectora. Por lo que hay una gran posibilidad de que el Covid-19, aun siga circulando.

Para revertir esta situación, en la que la vacuna será un gran paliativo -pero no la solución- es necesaria una nueva agricultura que reintroduzca la diversidad de especies para que actúen como un muro contra estos patógenos. Pasar del monocultivo a la variedad y permitir autonomía de los granjeros, para que tengan posibilidades de elegir qué cultivan y dónde, además de contar con apoyo financiero, es un cambio que la mayoría hegemónica actual no quiere hacer, ya que los agronegocios son un poder político fuerte en casi todos los países, en términos de imponer su esquema productivo en el marco de su modelo económico rentístico.

“Para el entramado agroindustrial, las vacunas, son una distracción. Aunque son necesarias, también pueden ser una distracción acerca de las medidas necesarias para evitar que los patógenos continúen expandiéndose en esta magnitud y de esta forma”, explica Wallace.

Desde el último cuarto del siglo XX, el mundo Occidental –principalmente Estados Unidos y Europa- está organizado alrededor de un paradigma político y económico conducido para y por la ganancia y los ganadores. Eso explica el estancamiento del salario, el deterioro de la salud pública y de la educación en detrimento de “los inversores”.

La vacuna genera euforia en las bolsas, pero una política preventiva que implique financiar un sistema de salud robusto, mejores salarios y una educación que erradique las miradas de desconfianza sobre la ciencia – entre otras cosas – seguramente hará que esas bolsas se desplomen.

Algo no funciona bien cuando el futuro de la sociedad depende del humor de los inversores expresados en vaivenes bursátiles. Tal vez la política –si no ha sido colonizada in toto por esos intereses- todavía tenga algo que decir.

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Veinte Manzanas

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