viernes 19 de abril de 2024
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Pobreza, la incapacidad del poder

La pobreza es indignante, pero no surge por antojo. Uno de cada dos habitantes del país es pobre, improductivo, radiado del país, como un pesado lastre que hace esfuerzos para vivir al día. Es una catástrofe. Es, sin duda, el resultado de la aplicación de medidas económicas que cercenan el día a día productivo en el país. 

El indicador del Indec ha registrado que unos 18 millones y medio de argentinos no logran satisfacer sus necesidades básicas: comen poco o no comen, viven hacinados expuestos a todo tipo de enfermedades, no tienen cobertura de salud, dependen de migajas que arroja el Estado. 

Cuando ingresan a la pobreza dejan de ser productivos, entran en la ignorancia de los nuevos procesos de producción, ocupan tierras (muchas de ellas privadas) para aposentarse y ya han dejado de creer en milagros. Es decir: son ciudadanos de segunda, que habitan en la periferia de la gran Capital y en la misma gran ciudad. 

La pobreza nada tiene de iluminación. Los que figuran en las estadísticas ya no aspiran a más, están paralizados, abiertos a que los punteros de la política que conceden algún favor los esclavicen, los usen como quieren, según innumerables testimonios. El Estado tuvo que aumentar el gasto del Estado para frenar cualquier sublevación o protesta. Con estos niveles de pobreza, en estas horas casi 22 o 23 millones de argentinos dependen del las decisiones oficiales. 

Porque, además de los jubilados, de los que conforman las Fuerzas Armadas y vigilancia, así como los empleados públicos, el Estado es el que tiene que volcar fondos para sustentar la precariedad de la pobreza, mínimamente. Ahora se elevó a las alturas la indigencia, más la marginalidad por el Covid-19. 

Esos globales en las estadísticas no fotografían toda la verdad. Porque los intendentes de la provincia de Buenos Aires no saben qué hacer, como resolver las carencias, como evitar revueltas sociales o posibles saqueos. En estas cuestiones funciona la necesidad o las movidas políticas. Los indigentes son el último escalón de la desgracia. Como trepó al 10,5%, el porcentaje se traduce en carne viva y caen a plomo sobre casi 5.000.000 de personas. Por supuesto que ayudó al alza la cruel pandemia que recorre el país desde marzo pasado. Pero el Gobierno no logró conciliar producción, trabajo y salud. Es un bache profundo cuando se escriba la historia de estos momentos. Más: las circunstancias los convirtió a todos ellos en inútiles. 

La pobreza se está acercando al récord máximo del segundo semestre del 2002, en medio del default, cuando se superó el 55%. Uno cada dos argentinos ya está calificado como “pobre de total pobreza”. ¿Cuánto tiempo queda que la actualidad marginal alcance esos indicadores? Pero en 2002 había esperanzas para no desesperarse: el campo y los valores internacionales de sus exportaciones pudieron sacar a flote a los hundidos y al país. Eso no ocurre ahora: el mundo ya está dejando la globalización, se encierran las naciones hacia adentro, el comercio internacional tiene baches muy profundos. 

La pelea entre China y Estados Unidos agravan el momento, crean un clima de enfrentamiento, de guerra. Se ha producido un fenómeno de reaparición de procesos típicos de la Edad Media: cada provincia, cada pueblo o ciudad impiden la entrada de extraños, arbitrariamente impidiendo el derecho constitucional del libre tránsito. En aquellos siglos los campesinos se refugiaban en las fortalezas del señor de la región, que los protegía de los peligros. Eso sí: pagando un impuesto o los logros de una cosecha que contentara al “señor”. 

El Gobierno no resuelve nada si no explicita cómo saldremos de este pozo. Las estadísticas de diciembre serán calamitosas. Lo peor es que los mejores economistas del país hacen propuestas, pero nadie los escucha y el Presidente no los convoca. Los pobres son el resultado de de la ineficiencia del poder que va rotando, de fábricas que cierran o despiden, de comercios que no pudieron operar, de una clase media baja que ingresó a ese mundo de limitaciones de todo tipo. Tampoco hay que olvidar que algo más del 56% de los menores de 14 años son pobres, cuatro puntos más de las cifras de comienzos de 2020. Integran familias en las que los mayores no llegan a ingresos para poder subsistir. Es que la canasta básica es de casi $44.000. Los chicos llegan a la mayoría de edad sin educación y sin profesión. Quizás la desesperanza los llevará a ser pobres para siempre.

Publicado en El Economista el 1 de octubre de 2020.

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