miércoles 24 de abril de 2024
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Peronistas somos todos

Al pie del gris y oscuro edificio de la Biblioteca Nacional, una pequeña placa dice estas palabras: Juan Domingo Perón (1895-1974) Presidente, escritor, político, profesor, militar, orador, proscripto y exiliado. Fundador de un nombre colectivo que se diseminó dramáticamente en la historia argentina. Marcó con su compleja figura un vasto período de luchas sociales y políticas cuyo tema central fue la justicia y la emancipación. Miles de hombres y mujeres de distintas generaciones y diferentes edades escucharon su palabra y la hicieron parte de sus creencias políticas. A 40 años de su fallecimiento lo recordamos como impulsor de la incesante utopía de la liberación humana y social. Habitó junto a su esposa Eva Duarte de Perón, la mansión Unzué, que se hallaba situada en este solar. Homenaje de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.  

En el mismo lugar  brilló el Palacio Unzué, con jardines y delicadezas que atrajeron la atención de presidentes anteriores a Perón, como residencia presidencial. Pero fueron Perón y Evita sus habitantes icónicos. Allí murió la abanderada de los humildes. Se cuenta que el 16 de septiembre de 1955, cuando se produjo  el bombardeo sobre Plaza de Mayo, algún explosivo cayó también en sus inmediaciones. Pero fue un Decreto de Pedro E. Aramburu en 1958, el que ordenó su demolición, invocando su mal estado y grandes gastos necesarios para repararlo. Se piensa que el auténtico motivo de su demolición, fue conjurar  los peligrosos hechizos  de resignificación histórica del peronismo. Pasaron dos años hasta que Frondizi dispuso erigir en ese predio la Biblioteca Nacional. Luego décadas de  trámites de planeamientos y ejecución. Un largo silencio que se parece a un  pedido de disculpas de las conciencias atribuladas por la salvajada inicial.  

En 2013 Héctor R. Leis escribió: “Los casi treinta años de democracia ininterrumpida muestran con claridad que hoy el peronismo reina sin competencia (…) cuando Cristina Kirchner se retire del gobierno (por el motivo que sea) no será sustituida por un ama de casa cacerolera de la Recoleta o por un productor agropecuario de Pergamino (…) La sustituirá otro peronista, que rendirá pleitesía de la misma manera a Perón y a Evita (…) La Argentina vive prisionera de su pasado (…) Las personas traducen todos los comportamientos del presente en términos de pasado. Pero se trata de un pasado congelado que posee templos y sacerdotes que velan para que la memoria histórica sea la que mejor atienda a sus intereses políticos (…) lugar triste, donde insultar, agredir ( …) a quien piensa diferente pasó a ser la forma habitual de comunicarse (…) En nuestro infeliz país (esos) tabúes (negaciones recíprocas) son compartidos por la amplia mayoría del pueblo…” (Memorias en fuga Una catarsis del pasado para sanar el presente, Ed. Sudamericana, 2013).

En Junio de 2019, Robert Mur, publicó una nota  en el diario La Vanguardia (Barcelona), titulada: “Peronistas somos todos”, donde recuerda la célebre frase que circuló como un chiste pero que al parecer fue dicha por Perón en 1972,  cuando  preparaba su regreso al país.  Ante la pregunta de un periodista español para que diseccionara el espectro político argentino, Perón habría respondido con ironía: “Mire, en Argentina hay un 30% de radicales, lo que ustedes entienden por liberales; un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas”. “Y entonces, ¿dónde están los peronistas?”, inquirió el informador. “¡Ah, no, peronistas somos todos!”.  

Allí se reseña que incluso Macri, en sus inicios en la política, a finales de los noventa, era considerado cercano al PJ. Que el presidente Carlos Menem (1989-1999) lo cortejó y luego Eduardo Duhalde (2002-2003), en medio de la grave crisis económica, lo sondeó por su perfil joven y empresarial para postularse como presidenciable del justicialismo no menemista, honor que acabó aceptando Néstor Kirchner (2003-2007). El fino hilo conduce al 27 de octubre de 2019, con la fórmula Macri-Pichetto, confrontando con Fernández-Fernández. Obviamente suena como una narración caprichosa, pero confirma la inmanente presencia del General, en el laberinto político de los argentinos.  

En honor del radicalismo, ausente hasta aquí, hay quienes sostienen que el partido se inmoló por la democracia de inspiración krausista y su apego a la institucionalidad liberal, cuya búsqueda lo hizo nacer, a través de contribuciones y contradicciones, éxitos y frustraciones, que lo alejaron de los poderes carnales. Su esfuerzo por jugar en una primera ideal, lo divorció de los códigos mañosos del costumbrismo básico. Así, se llegó a la paradoja de que Alfonsín pasó a ser el padre de la democracia argentina, mientras  el partido radical  disminuía su gravitación relativa en la dialéctica del tiempo nuevo. Aunque siga latiendo en muchos corazones fieles.  

Nos encontramos en una situación de grave discordia en los espíritus, y nada indica que habrá de mejorar la convivencia política  entre los argentinos. Advertir la situación, nos aproxima  a “La ciudad dividida”, texto en el que  Nicole Loraux (1943-2003) analizó la historia griega para ver en la guerra civil una enfermedad de la polis, señalando que para una comunidad política la pérdida de la unidad es el peor de los males. La stásis, (en castellano, detención) polisémica palabra, alude también a un crescendo temible: parálisis, disyunción, división, hostilidad por la fuerza, acometimientos, exilio, luchas sucesivas y violentas por el poder

Es difícil construir  democracia cuando la comunidad nacional se encuentra dividida. El primer objeto del Preámbulo de la Constitución Argentina nos compromete a consolidar la unión nacional.  Es una condición necesaria que no se escribe con la z de los nazis, sino con sensatez para convivir en paz, fructificar en cosas útiles, buscando esforzadamente en cada cosa la síntesis posible de pensamientos y alternativas. La disgregación social se origina en una desarmonía que conduce a la pérdida del poder de decisión, de estabilidad y de objetivos básicos compartidos.  

Quizás  trasladar aquí las palabras de Loraux suene exagerado. Con ellas pretendo alertar el entendimiento con la imagen  del estímulo  temido, tal como ocurre con las terapias: dominar el miedo convocando el suceso, para mitigarlo, recuperar el control de la sit­uación o hacerla soportable. ¿Hasta dónde y hasta cuándo seguiremos con  feroces distanciamientos,  enfrentamientos e intransigencias  entre quienes pensamos distinto ? Con las palabras -o luego de ellas- vienen los hechos que pueden tornarse violentos, dañinos e irreversibles. ¿Queremos sentir el éxtasis masoquista de la parálisis para  encerrar  la vida de todos dentro de una caja cerrada ? Los ideólogos extremos se proponen subir muy alto, pero le sacan la escalera al hombre que está subiendo esforzadamente algunos escalones.  

El Génesis cuenta que luego del diluvio los descendientes de Noé se dieron a la inmensa tarea de erigir una torre muy alta como para salvarse de otras aguas y llegar al cielo. El Creador desarmó tamaña pretensión por parte de los humanos- que no somos dioses- y confundió sus lenguajes dispersándolos por la tierra. Sin entenderse ya no era posible compartir una casa común por grande y alta que fuere. 

El mito fundacional, magistralmente pintado por Brueghel el Viejo (1568-1625), muestra la Torre de Babel en ruinas, deshabitada, con muestras visibles de erosión destructiva creciente: pertenece a la nada de nadie. Los hechos unifican, las abstracciones dividen. No sólo por intereses se matan los hombres. También por dogmatismos. Todos los crímenes de la historia, escribió hace tiempo Ernesto Sábato, han sido consecuencia de algún fanatismo, invocando la virtud, la religión verdadera, el nacionalismo legítimo, la ideología justa. En otras palabras: en nombre del combate contra la verdad de los demás.   

Percibo que el dilema que hoy expresa la dirigencia argentina, no es empeñarse en consensuar -con mutuas concesiones- entre decisiones importantes del presente y políticas de estado para el futuro. Sí creo que lleva más bien a seguir profundizando la decadencia, hasta que nuestras pobrezas empujen a la disgregación social, a la stásis. ¿Nos ahogaremos entonces en nuestra propia e ingrata salsa por considerarnos eternos enemigos internos? ¡Ojo al parche! 

¿Qué ocurriría si la enseñanza del Gurú se convirtiera en un lema para todos? : Al amigo, todo. Al enemigo ni justicia. Porque en esto no se puede tener dualidades.  Espanta el sólo hecho de pensar que esas palabras, pronunciadas en el contexto histórico de 1972, puedan mantener vigencia actual suficiente como para empujarnos al abismo tan temido. 

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