jueves 25 de abril de 2024
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Otro Alfonsín

“12 de marzo, 30 de octubre, 10 de diciembre, 31 de marzo”, como un mantra similar a aquella canción que de chicos cantábamos y rimábamos sobre las fiestas de San Fermín, las fechas emblemáticas asociadas a Raúl Alfonsín me recuerdan dos cosas: la primera, una frustración, mientras todos mis amigos suben sus fotos sacadas en algún evento o en alguna campaña con el expresidente y, en mi caso radical tardío que llega al partido en 1987 una semana antes de la derrota, nunca tuve la oportunidad de fotografiarme junto a él, pese a haber compartido alguna reunión, incluso oficial como parte de la mesa de la Franja Morada en el Comité Nacional uno de los pocos días que no había fotógrafo.

La segunda, lo que creo es un error que los radicales debemos subsanar o, al menos, empezar a discutir. Solemos asociar automáticamente el recuerdo al hecho de la recuperación institucional o a la honestidad del líder. Ambas virtudes indiscutibles pero, a la vez, fácilmente cooptados por los hijos putativos que, en su momento lo putearon lindo y seguido y hoy, como el actual presidente, no dudan en mostrar su foto “alfonsinista” (de nuevo, una foto…). Es cierto que ellos no tienen casi ningún honesto que mostrar y entonces buscan darse un manto de honestidad “robando” la figura del expresidente.

Ya sabemos todo lo que Alfonsín hizo por la democracia antes y desde 1983 hasta el día de su muerte. Desde el Juicio a las Juntas y a los líderes de las guerrillas terroristas, la creación de la CONADEP, enfrentar tres levantamientos militares, el trasnochado intento de copamiento de un regimiento, hasta renunciar cinco meses antes del fin de su mandato para preservar la institucionalidad o consensuar con Carlos Menem una reforma constitucional (la única acordada y no impuesta en nuestra historia y con más años de vigencia hasta la actualidad). Cualquier manual de historia de secundaria hace hincapié en eso. Y está bien. Nadie puede discutirlo. Ni sus más acérrimos enemigos.

Sin embargo la campaña electoral de 1983 se sostuvo en tres promesas, las ya mencionadas recuperación institucional y la transparencia, pero también sobre el primer intento sostenido hacia fin del siglo XX, de modernización y transformación. Sobre esos tres pilares se amalgamó la coalición electoral que lo llevó al triunfo como resultado de la también primera campaña política moderna.

El gobierno de Alfonsín colocó al país después de muchos años en el concierto internacional. Probablemente el líder radical que más había viajado por el mundo hasta entonces, eso mismo lo ubica con un diferencial frente a sus correligionarios (por ejemplo, Antonio Tróccoli, Ministro del Interior, nunca había salido fuera de las fronteras del país hasta 1984 y su primer viaje oficial sería a Montevideo) y los del peronismo que, al menos habían conocido algún barrio madrileño durante el largo exilio de Perón. Apoyado en su canciller, no solo buscó acercarse a otros países con un mismo problema recurrente, la deuda externa, sino también generar un efecto derrame en la región. Fundamentalmente, y a diferencia de los presidentes kirchenristas, buscó amigarse con los otros Estados. El mismo Dante Caputo (en su libro Extremo Sur) cuenta la trastienda del famoso discurso de Alfonsín en la Casa Blanca, ese que tanto le gusta reivindicar a una progresía que jamás votó a Alfonsín: una pelea necesaria dentro de un juego de ajedrez más complejo para terminar con la dictadura de Pinochet en Chile (luego de eso, Alfonsín viajaría a Cuba y a la URSS para seguir tejiendo la triangulación, como cuenta en Asalto a la Ilusión Morales Solá).

El consenso general sobre el gobierno de Alfonsín, soslaya esta y otras cuestiones. Es mejor mostrar siempre a un Alfonsín combativo (el discurso en los jardines de la Casa Blanca, en la Iglesia Stella Maris, el de la Rural, el de Neuquén, etc.) o la eterna comparación con el peronismo de 1983, el de Herminio Iglesias, Luder y Lorenzo Miguel. Es una estrategia adrede: si Alfonsín ganó es porque tuvo enfrente un rival fácil. No porque haya convocado a todos los sectores basados en el trípode de institucionalidad, honestidad y modernización antes señalados. Insistir por ese lado es bajar el precio al único líder que no solo le ganó a todo el peronismo unido, sino que lo hizo con el 52% de los votos.

Un recorrido rápido por algunos medidas iniciadas esos años reflejan el sentido de esa modernización: el discurso de 1985 cuando convoca a trabajar para reducir el déficit fiscal (un pionero en una cuestión en que todos los gobiernos han fallado), la unificación de las empresas del Estado en un holding único, con el objetivo de generar sinergias y eficacia, el lanzamiento del Plan Huston (continuado por algún tiempo por el gobierno de Menem) para explotar más petróleo y el autoabastecimiento energético (es muy recomendable sobre estos dos puntos la lectura de La energía en tiempos de Alfonsín, de Jorge Lapeña), los primeros intentos de incorporar capital privado a las empresas del Estado, a partir de las ideas de Rodolfo Terragno (para entender la dimensión que le dará Alfonsín a este proceso es importante ver el video de su visita y discurso a Harvard, menos de un año después de dejar el gobierno), el primer intento de normalizar los procesos de comunicación de la sociedad civil con el Plan Megatel, las políticas de energía nuclear y el impulso a las investigaciones del Instituto Balseiro (como señala Maximiliano Gregorio Cernadas en Una épica de la paz), la definitiva normalización universitaria (que podemos sintetizar desde la Universidad de Buenos Aires en el rectorado de Francisco Delich, la creación del CBC, la puesta en valor de los concursos universitarios y el impulso a los primeros posgrados), la sanción de la última Ley de Bibliotecas Populares -impulsada en el Congreso por Adolfo Stubrin- un apoyo fundamental para el más importante entramado de la sociedad civil que llega hasta el pueblo más postergado o alejado de la Nación.

En el plano cultural Alfonsín irrumpió en un ámbito que nunca había sido asociado al radicalismo. No es casual la adhesión de figuras que fueron pivotes creativos en la lucha contra la dictadura, como Luis Brandoni, Luis Antín o Carlos Gorostiza. El fin definitivo de la censura se produce entre las primeras medidas de 1984. Gracias a eso los argentinos pudimos dejar de viajar a Uruguay para ver un cine sin censura, al que nos había acostumbrado el peronismo y la dictadura militar. En ese plano, además, se destaca el único intento en nuestro país de hacer una televisión pública seria, comprometida, moderna y popular: en ATC convivirán La noticia rebelde y Los Gringos (de David Stivel) con los teléfonos de Hola Susana. Solo durante esos años y el bienio 1999-2001, se darán tal nivel de calidad y popularidad en el canal del Estado.

Alfonsín nos hizo adultos: en su gobierno se impulsaron y se sancionarían dos de las últimas leyes civiles más importantes desde las de la década de 1880: el Divorcio y la Patria Potestad compartida (si alguien quiere buscar un enfrentamiento con la Iglesia, mejor hacerlo allí y no por la tribuna de la capilla de la Marina). Sin esas leyes y la ruptura que entonces significaron, no habría matrimonio igualitario ni aborto legal en Argentina.

Tal vez, la medida de modernización más importante fue aquella en la que no se pudo avanzar: la Ley de Normalización Sindical, que contemplaba limitación de los mandatos sindicales y representación de las minorías. Una medida que sin dudas hubiese cambiado el mundo del trabajo de las décadas siguientes. La inviabilidad de cualquier reforma laboral de las últimas décadas tiene su origen en ese fracaso inicial. La visión del líder no fue debidamente acompañada por un senado conservador que tempranamente mostraba como condicionaría el sistema político en adelante.

Tal vez sea hora de empezar a reivindicar otros indicadores de esos años. Un buen camino es el iniciado por el sitio www.alfonsin.org y su usuario de twitter @AlfonsinEpopeya. En el mismo sentido, se podría comenzar a discutir la necesidad de un Instituto Nacional Alfonsiniano, como los ya existentes enfocados en las figuras de San Martín, Belgrano, Yrigoyen o Perón, desde el que preservar la memoria histórica, el legado cultural y el patrimonio intelectual de esos años.

Mostrar y reivindicar las aristas más modernas del gobierno de Alfonsín a doce años de su muerte es el mejor homenaje que podemos hacerle.

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