martes 23 de abril de 2024
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Mayores

“Envejecemos, pero no nos hacemos mayores”, sentenció el filósofo surcoreano Byul Chun Han, cuya lectura actualizó el virus coronado que al desacelerar el tiempo del rendimiento nos devolvió su aroma y al obligarnos al confinamiento nos permitió hacer hablar al silencio, condición fundamental para el pensamiento. Como estoy entre los que no aceptamos las marcas del calendario y seguimos activos laboral e intelectualmente, solo ahora, cuando el planeta se ha confinado para protegernos, nos convertimos de golpe en mayores, sin poder contraponer ni derechos ni dignidad. 

¿Cómo reclamar si se nos presenta el sacrificio planetario como una protección para los que tuvimos 20 años en los setenta y vivimos el privilegio de llegar hasta aquí? Los “grupos de riesgo” definidos antes por la edad laboral, la de la jubilación, que por el derecho a existir en igualdad sin ser descartados por la edad. En cuanto la defensa de los derechos a la información, la privacidad y la protección de los datos personales advierten sobre la elevada conciencia que existe en España en torno a las que fueron conquistas democráticas, impulsadas por el sistema internacional de los derechos humanos que le dieron a Europa progreso moral y prosperidad económica. Esa “religión laica de alcance planetario”, como llamó Elie Wiesel a la revolución jurídica de los Derechos Humanos que puso en el centro de la protección a la dignidad de la persona. Sin embargo, la vejez se sigue reduciendo a las cifras de la salud, los problemas de los sistemas de pensión y se reserva la dignidad solo para el bien morir. No el bien vivir, respetados como seres humanos iguales con derecho a la autonomía, sin discriminación.

Desde hace tiempo, los estudios demográficos nos advierten de que tan solo en 10 años, habrá 1.400 millones de personas por encima de 60 años, un 64% más que los 900 millones registrados en 2015. En España, no solo aumentó el número de personas mayores, sino que la edad media de la población subió a 43,3 años, cuando era de 32,7 en 1970, la década en la que irrumpió otro fenómeno demográfico, el de la juventud que modificó culturalmente la vida, los derechos, la música, la moda y el amor.

El ideal de verse jóvenes y bellos esclavizó a hombres y mujeres en tiempos de libertad. Si, como decía Eduardo Galeano, la paradoja es la forma que toma la Historia para burlarse, cuánto sarcasmo hay en la paradoja de ver a aquellos rebeldes de ayer convertidos en los viejitos de hoy a los que hay que sacar de la vida para preservarles la vida. En un mes, aquellas muchachas de los setenta pasamos de ser las “brujas a las que no pudieron quemar” de los cánticos de las jóvenes feministas de las manifestaciones del 8 de marzo al grupo de riesgo a confinar.

Cuando todavía pende sobre nuestras cabezas el virus maldito, seguramente suena extemporáneo mirar el envejecimiento a la luz de los derechos humanos, pero me temo que el postcoronavirus naturalmente estará dominado por las urgentes razones del dinero y en nombre de esas urgencias, seremos, también, los últimos en salir del doble confinamiento, el del virus coronado y el cultural que infantiliza a los mayores. Ya hay algunos indicios: en Buenos Aires, las personas de más de 70 años tendrán que pedir a las autoridades un permiso para salir de sus casas.

No se trata de eludir ni dejar de acatar las recomendaciones del confinamiento sino de atraer la mirada sobre un colectivo, definido antes como problema, jerarquizado socialmente solo como abuelos, sin que se reconozca el derecho a seguir en la vida con los otros en igualdad y como cada uno elija vivir con libertad, independiente de la edad. 

Publicado en El País el 20 de abril de 2020. 

Link https://elpais.com/sociedad/2020-04-19/mayores.html?outputType=amp&prm=enviar_email&__twitter_impression=true

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