viernes 29 de marzo de 2024
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Mala praxis en política exterior: ideologismo e impericia

Las señales y acciones de Política Exterior del gobierno del presidente Fernández son preocupantes en la medida que desandan el avance logrado en los últimos años durante el gobierno de cambiemos, y descolocan a la Argentina en un momento en que una buena ubicación internacional es imprescindible.

La propagación del COVID 19 en forma de pandemia es un fenómeno global y como tal está siendo encarado sobre la base de la cooperación y la coordinación de esfuerzos de muchas naciones del mundo.

El gobierno argentino ha sido desconsiderado con los jefes de estado de todos nuestros vecinos, por una u otra cosa, en una u otra ocasión.

Pasamos de presidir exitosamente la reunión del G2O recibiendo en Buenos Aires a los jefes de estado de los países con mas presencia internacional y estar a la puerta de entrada de la OCDE, a que se enfríen las relaciones con nuestros vecinos, se perturbe el funcionamiento del Mercosur y en el colmo de los retrocesos, se exprese añoranza por Hugo Chávez.

A nivel bilateral, el país siempre tuvo una conexión muy fuerte con sus vecinos que, también por pragmatismo, ha negado siempre las “fronteras ideológicas”.

Doce años de kirchnerismo quebraron esa dinámica cuando se ideologizaron, y en lo que se mal caracterizó como aislamiento, en realidad se tomó una mala opción para los intereses de todos los argentinos. No nos aislamos, optamos por malas alianzas. La opción por el eje bolivariano detrás de la impronta de Venezuela; el apoyo a la contracumbre ALCA en Mar del Plata en 2005; y el Canciller, alicate mediante, violando los precintos de una caja con equipos de comunicación reservada de un avión de la fuerza área de EE.UU. son los ejemplos mas notables y graves de esa política.

El interregno de Cambiemos mejoró esa posición. Gracias a la credibilidad ganada en corto tiempo con el regreso a la política de “país puente”, a formas más clásicas y de promoción del diálogo en una región políticamente diversa, se consiguieron beneficios concretos para la Argentina del nuevo milenio.

Nada más nocivo, en este momento de debilidad estructural en la región y en el mundo, que volver a la lógica de relaciones internacionales desde las afinidades particulares de un gobernante sobre los intereses permanentes y estratégicos de la Nación en sus relaciones con nuestros vecinos y el resto de los países del mundo.

Al presentarse como el único presidente en ejercicio que habla solo con grupos políticos afines, como un líder de una facción, degrada su condición de Jefe de Estado y expone al país a un desgaste de las instituciones democráticas de alto costo.

El ejemplo más claro de esta situación es la posición con relación a Venezuela: se ha destrozado la tradición argentina de apoyo a la democracia plena, las libertades individuales y colectivas, los DDHH y la defensa de las instituciones.

Desde el retorno al Estado de Derecho en 1983, la defensa de la democracia fue ejercida con convicción por los presidentes Alfonsín, Menem, De La Rúa, Duhalde y Macri. Mientras que Néstor y Cristina Kirchner han fomentado la extrema ideologización y la reducción de las relaciones internacionales a los ámbitos de la afinidad ideológica y el amiguismo.

Todo gobierno tiene derecho de imprimir su propio sello a la política exterior que lleva adelante. Pero una práctica sana es que ello se haga siempre cautelando los principios tradicionales y permanentes en la materia, asegurando las ventajas y los beneficios políticos a largo plazo, evitando que lo ideológico y cortoplacista se transforme en retrocesos para el país.

Es necesario resaltar que la construcción de la Política Exterior puede estar fundamentada en parte de la política interna, pero ese camino conlleva el riesgo de descolocar el centro de los intereses permanentes, así como fomentar su retroceso. Sobrevuela la actual administración la evidente falta de rumbo y de profesionalismo.

Las intervenciones recientes del Canciller y su secretario de Relaciones Económicas en un episodio que puso en el límite la “affectio societatis” dentro Mercosur y la del Presidente en la reciente cumbre del bloque, ponen de manifiesto una gran impericia en manejo de las relaciones internacionales.

La intervención presidencial en esa ocasión estuvo cargada de prejuicios y suspicacias. Mientras que el discurso se centró en la necesidad de una unión latinoamericana, implícitamente Fernández planteó la necesidad de revisar lo actuado, apuntando en primer lugar al Acuerdo del Mercosur con la Unión Europea.

El Presidente parece no tener claro del peso gravitante que tiene para la Argentina la relación con Brasil y con Chile, por ejemplo. La ideología se roba todo el protagonismo. Tampoco surge de sus razonamientos el entendimiento que cualquier acuerdo de libre comercio es un camino de ida y vuelta. ¿Tendrá una respuesta clara a la pregunta sobre qué aspectos pretende revisar del Acuerdo con la Unión Europea?

En momentos en que la Comunidad Europea esta haciendo un enorme esfuerzo para modernizar sus estructuras productivas e integrarlas mas competitivamente al mundo en el marco de respeto a valores democráticos y visiones del estado muy en consonancia con las que deberíamos encarar nosotros como nación, el presidente manifiesta querer desandar lo trabajosamente avanzado.

Desconocer que nuevas formas de relacionamiento se están desarrollando, lleva al gobierno a poner todos los huevos en la canasta ideológica. La cooperación, la búsqueda del diálogo y la construcción de consensos o el regionalismo son algunos de los términos visiblemente ausentes en el discurso oficial.

La política exterior de un país es el conjunto de acciones y decisiones sobre las relaciones con otros gobiernos u organismos internacionales que toma una administración con el objeto de desarrollar, defender, promover y establecer posiciones con el resto del mundo, también el relacionamiento de las naciones con sus pares tiene el objetivo de promover y defender sus intereses permanentes en un marco de confianza mutua.

Al respecto, dicha construcción reviste un grado de complejidad y de sensibilidad que depende de las características propias de cada Estado y también del contexto internacional vigente en cada momento.

En los últimos años hubo un un giro hacia gobiernos más centristas, como los casos de Chile, Perú, Colombia, Uruguay y en Brasil con mayores particularidades que complejizan la relación. En el caso de EE.UU., se dio un volantazo más aislacionista, adoptando políticas que pusieron en crisis el multilateralismo. Esquema éste que encuentra en países como la Argentina un ámbito de trabajo y de defensa común en la arquitectura del relacionamiento mundial.

La omisión de esa realidad de la actual administración argentina, con sus posturas de confrontación en una correlación de fuerzas muy disímil, ha dejado al país desplazado de su tradición diplomática.

La Argentina tiene una larga tradición dialoguista, basada en la promoción de consensos y entendimientos en su propia región, independientemente de la ideología imperante en los gobiernos de turno de los demás países. El Acuerdo de Paz y Amistad con Chile, la Declaración de Iguazú, el Grupo de Rio, la creación del MERCOSUR entre otros, son claros ejemplos.

Si las políticas públicas son malas, la política exterior, como parte de ellas, no puede ser virtuosa por si misma. Aquí radica el punto, cuando los esquemas más virtuosos son alterados de manera radical, la política exterior debe acompañar esa lógica que al mismo tiempo daña, afecta e influye sobre los intereses permanentes de país.

La sabiduría de un gobernante radica en reconocer las características propias de su país y del contexto internacional del momento en que le toca ejercer el poder y, a partir de allí, adoptar las políticas más adecuadas para promover el desarrollo y el bienestar de sus compatriotas para el porvenir. Los reclamos o lamentos de compañeros de ruta ideológica no son más que fuegos artificiales que entretienen algunos momentos.

El doble estándar o las distintas varas según sea con quien se mide para el caso de los gobiernos de Venezuela o Bolivia, por ejemplo, o el ninguneo constante a la oposición como fuente de consulta para enriquecer opiniones, también muestran la mala praxis.

Se debería aprovechar la coyuntura de la pandemia para cambiar agendas consolidadas sobre la base de la historia y de los resultados. La actual conducta de discursos “pro” y ejecución “contra” acompañada de una metodología espasmódica confrontativa sin certezas, lleva a profundizar la desconfianza de los socios naturales y a alejarnos de las soluciones a los conflictos. El caso Malvinas es un buen ejemplo de falta de construcción y constancia: el Gobierno se permite adoptar una política disruptiva y de tensión con el Reino Unido, al punto de no contar con información sobre la explotación de los recursos pesqueros en la zona en disputa.

El ideologismo, el amiguismo y la impericia, privan a la Argentina de tener políticas de Estado independientemente de quien gobierne.

Nuestro objetivo en estas líneas no es tirar piedras señalando errores y criticando, al contrario, apuntamos al dialogo y la construcción de puentes. Estamos dispuestos a aportar en la reflexión y el debate acerca de cuál es la política exterior más acorde a los tiempos que vivimos y los intereses permanentes de nuestra nación.

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