viernes 19 de abril de 2024
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Lo “bueno” del coronavirus

Parece difícil encontrar algo bueno. La maldecible pandemia destroza economías, fabrica desempleo y multiplica la pobreza. Tiene la perversidad de destruir familias y la crueldad de provocar muertes solitarias. Pero tarde o temprano la pandemia se replegará y dejará lecciones que, de ser aprendidas, podrían tener efectos sociales y políticos positivos.

Las grandes potencias y los países pastoriles, los megaestados y los estados ínfimos, los que tienen miles de millones de habitantes y los casi despoblados, todos tienen el mismo problema y han tenido la misma impotencia para resolverlo. Esto no había ocurrido nunca y era imposible prever que ocurriera.

El mal se se ido esparciendo hasta cubrir el Planeta.

En el Océano Pacífico existen islas-estado que no han sido visitadas por el coronavirus, pero que igual sufrieron la pandemia.

Es el caso de Palaos, ese diminuto país de 17.907 habitantes, desde donde sólo se puede salir por avión, y lo que tiene más cerca es Guam, a 1.295 kilómetros y Manila a 1.684.

El turismo que recibe no es torrencial pero, para un país tan pequeño y remoto, es más que suficiente: aporta

40 % de sus ingresos. Pero al declararse la pandemia el gobierno paluano no vaciló en mutilar la economía y, para preservar la salud pública, prohibió el ingreso de turistas. En un informe reciente la BBB reveló que “el Palau Hotel está cerrado desde marzo. Los restaurantes están vacíos, y las tiendas de souvenirs no han vuelto a abrir”.

Tengan o no tengan infectados, los 195 países del mundo son víctimas de la pandemia.

Hay en el mundo problemas (económicos, o políticos) que pueden extenderse como lo hizo la pandemia, y vulnerar a los invulnerables. Si se toma la expansión del coronavirus como un modelo de crisis global, habrá cambios en las políticas de los estados más poderosos y en los organismos internacionales.

Programas de asistencia económica con fines específicos, transferencia de tecnología, redes internacionales de comunicación entre expertos y sistemas de “alertas tempranas” son hipotéticas medidas que podrían conformar un nuevo orden internacional Claro que esos potenciales beneficios pueden desvanecerse si las lecciones no son aprendidas o las aprenden sólo quienes quienes carecen de poder.

La economista francesa Esther Duflo, Premio Nobel 2019, sostiene que después de la pandemia será imprescindible preservar empleo y salarios, pero teme que las grandes empresas, habiendo comprobado durante el confinamiento la viabilidad del teletrabajo y las reuniones virtuales, avancen en la reducción de puestos de trabajo. Ese y otros peligros son indiscutibles. Pero las reacciones sociales van a poner límites a los egoísmos de clase.

La sociedad ha probado el valor de la disciplina social, y la utilidad de la unión. La filósofa catalana Victoria Camps dice que esta emergencia “nos ha obligado a pensar” y a contabilizar nuestras “necesidades reales”. Camps destaca que “hemos sido capaces de aparcar el individualismo y tener un sentido más comunitario, más cívico”. Eso confiere un ingente poder social.

Dentro de cada país el coronavirus vino también a imponer una temporal igualdad que ayudará a reducir reducir desigualdades inveteradas. El coronavirus no les da un salvoconducto a los ricos. La COVID no les tiene reservados remedios. Y las vacunas no les servirán de nada si no se vacunan también los pobres. El virus sólo se rinde ante las mayorías, es la famosa inmunidad del rebaño. Esta comprobación podría facilitar a consensos sociales, cambios en la distribución de ingresos y una mayor profesionalización del Estado.

La conducta de los gobernantes durante la pandemia podría debilitar el prejuicio (en muchos casos fundado) según el cual la lucha por conquistar o preservar el poder lleva a los políticos anteponer sus intereses a los de la comunidad. Pero durante la pandemia los políticos con poder han cuidado más el bien común que sus intereses. Nadie gana votos encerrando a la gente en sus casas. O provocando quiebras y desocupación. O cerrando escuelas.

O impidiendo los espectáculos públicos. Las medidas adoptadas en esta ocasión por los gobiernos de todo el mundo son un catálogo de la anti-demagogia.

Eso potenciales cambios tienen que reformar el mundo. No se producirán todos. Unos se producirán sólo en parte. No se producirán en totalidad. No se producirán simultáneamente.

El menú, sin embargo, es tan amplio que el mundo no seguirá siendo el mismo.

-Forzadas igualdades entre países y dentro de ellos.

-Vulnerabilidad sin excepciones. 

-Dependencia mutua entre naciones de disímiles.

-Sociedades unificadas. Gobernantes más confiables.

-Es el mundo que puede dejar el odiable virus.

No se trata de ser optimistas. Se trata identificar las posibilidades y, según la posición de cada uno en la sociedad, adoptarlas o pugnar por ellas. La duda es, ¿cuándo se producirá el fin de la pandemia?

La “segunda ola” ha iniciado un período de espera que, muchos temen, podría prorrogar la pandemia, dañar aun más las economías y provocar estallidos sociales. Sin embargo, otra lección que deja la pandemia es que la suma de esfuerzos internacionales acelera las soluciones: las diversas vacunas ya desarrolladas han abierto una esperanza.

Publicado en Clarín el 10 de enero de 2020.

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