Autor: Rogelio Alaniz
Las tomas de colegios secundarios están “situados”. Ocurren en la ciudad de Buenos Aires y en los colegios donde asisten los hijos de la clase media y la clase media alta. Es decir, esto ocurre, por ejemplo, en el Nacional, en el Pellegrini, en el Mariano Acosta, en el Otto Krauze. Sugestivamente, en la provincia de Buenos Aire y en particular en el Conurbano, donde las carencias en muchos colegios secundarios son escandalosas, no hay tomas de colegios. El problema entonces no son los colegios en general, sino dónde están los colegios en particular. En definitiva, el problema son los colegios que están bajo la jurisdicción de un gobierno opuesto al gobierno kirchnerista. No concluyo aquí con mis disquisiciones.
Los nenes de clase media exigen mejor vianda. “Contra el hambre”, es la consigna preferida. Mentirosos y tramposos y ridículos. Y una falta de respeto a la Argentina que efectivamente pasa hambre. Evocando mi lejana juventud, recuerdo que las tomas de colegios o facultades se realizaban en situaciones límites: golpes de estado, asonadas militares, resistencia a ministros fascistas como fueron Ivanissevich y Ottalagano; o como fue Martínez en la UNL o, en los viejos tiempos, Giordano Bruno Genta. Esas tomas no eran gratis. La policía nos desalojaba y el desalojo incluía algunos machetazos en el lomo o en algún otro lugar sensible. Nada heroico, pero tampoco gratuito. Tampoco estábamos de "tomas" todos los días; eran medidas que se tomaban ante situaciones excepcionales.
Hoy las tomas son una caricatura o una burla de lo que fueron en otros tiempos. Un jueguito candoroso y en algún punto ridículo. No hay planes de lucha, como les gusta jactarse, porque para que haya lucha debe haber riesgos, alguien que desde otra parte resista. Aquí no pasa nada. Las autoridades o se asustan o se declaran impotentes. Los intentos de negociación suelen fracasar ante pliegos de reivindicaciones que en algunos casos orillan el absurdo como cuando reclaman por pisos más lustrados o ventanas con persianas o sandwiches más baratos en la cantina escolar. Un colegio tomado por un sandwich. Por supuesto, la decisión de estas batucadas pertenece a una minoría, la minoría de una asamblea en la que participan con suerte y viento a favor el cinco por ciento de los estudiantes.
Cincuenta, sesenta estudiantes deciden en nombre de quinientos. El principio de la soberanía de la asamblea otra vez reducido al absurdo o a la trampa. Después, como fenómeno contemporáneo el rol de algunos padres decididos, por razones que pertenecen más a Freud o a Lacan, a solidarizarse con los hijos, bancarlos e incluso acompañarlos tal vez par obtener a cambio que el chico se jacte de su padre “piola” o “progre”. Se suma a este candombe, los denominados profesores “Peter Pan”, caballeros que por diferentes razones, en más de un caso extrapedagógicas, se mimetizan con los adolescentes, se visten como ellos, hablan como ellos y participan de sus fandangos. Profesores Peter Pan. Joyitas de la educación.
Dicho sea paso, la forreada política a la orden del día. Estos chicos se divierten, pero alguien se beneficia con sus expansiones y los beneficiarios son los mismos que en provincia de Buenos Aires se preocupan para que estos incidentes no los soporte Kicillof. Por último, señalar un tema que tiene que ver con la rebeldía adolescente, con el afán de contradecir las normas, de rebelarse contra las autoridades y de otorgarle a todo esto una estética y una erótica singular.
Hace unos años conversé con dos hijos de amigos que estudiaban en estos colegios. Una de ellos, me habló para que convenza al padre que los deje ir a la toma con acampe nocturno incluido. “Ellos me hablaron de sus luchas juveniles, del “Cordobazo” y de la Reforma Universitaria y del Che Guevara y ahora no me dejan ir”, se quejaba. Como en estos temas soy lo que se dice “lechuza cascoteada”, hablé con los padres, mis amigos, y los convencí. “Déjenlos que se den el gusto…no pasa nada…” les dije- “nadie los va a reprimir, ni sancionar, van estar más seguros que Heidi jugando con sus amiguitas al “Arroz con leche”. Los dejaron ir. A ella y a su amigo. La madre a ella les preparó un bolsito con sandwiches, con gaseosas, un termo de café con leche, galletitas, abrigos y un celular (estoy hablando del 2004, 2005, el celular era toda una novedad) para que la llamara por si las moscas. Por supuesto, esa noche los llevaron en auto hasta el colegio. Y los dejaron a dos cuadras del Colegio. Ellos les exigieron que así lo hicieran porque era “un quemo” llegar con los padres y en auto al colegio. Cuento la anécdota con sus ribetes pintorescos para registrar la parodia.
Los chicos de la clase media alta porteña, hijos de profesionales, comerciantes, empresarios, juegan a la revolución en su colegio sin correr ningún riesgo, lo cual de alguna manera es en el fondo una tranquilidad. Juegan a la revolución y a liberar su erótica, porque está claro que si las tomas con acampe nocturno no fueran mixtos el entusiasmo sería diferente. No estoy hablando de orgías o de desenfrenos, estoy hablando de la hermosa erótica adolescente que en este caso se inspira y se agita en este clima de juego a la revolución. Como diría Discépolo: “A mí no me la vas a contar”.