viernes 26 de abril de 2024
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La suspensión de la incredulidad

La Pandemia apareció como un revival del milenario síntoma apocalíptico y otras anticipaciones de este siglo: la película Contagio (Soderbergh, 2011) o la disertación de Bill Gates en el 2015. La plaga está en plena evolución, lo que no habilita aventurar efectos y resultados sino impresiones de momento.

La Organización Mundial del Turismo informó que durante 2019 se movieron mil quinientos millones de turistas por el mundo. Paradojalmente, en el 2020  la única vacuna disponible para el caso, sigue siendo –como hace siglos- el aislamiento.

En este marco inquietante, es posible decir que la tendencia de su impacto suspenderá el sentido crítico extremo y estimulará los comportamientos colectivos indicados por las autoridades, confiando en su eficacia. Expresión originada en la famosa frase de S.T. Coleridge: la suspensión  de la incredulidad, (1772-1834), para compartir en comunión con los no creyentes la belleza de lo que llamó “la fe poética”.

Pascal (1623-1662), tan magníficamente recordado por Borges, escribió: “El universo es un círculo cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”. Hoy todos nos sentimos centro de los nuevos miedos que se extienden sobre ese inmenso “no lugar”, según término acuñado por Marc Augé, como fenómeno de la “sobremodernidad” tecnológica, cuestionando la presunta objetividad científica, entre otras cosas (La vida en doble).

Tales visiones no las tuvo Augé en un escritorio literario, sino que fueron producto de su recorrido por los llanos de Apure, en Venezuela, mediante el contacto con el grupo familiar de un chamán,  que derivó hacia una honda reflexión sobre la relación con el espacio, el aferrarse a ciertos vínculos y los intentos desesperados por mantenerse fuera del alcance de las fuerzas dispersoras de la globalidad.

A raíz de la contingencia y para conjurarla se me ocurre una superación extraña del clivaje clásico entre creyentes y no creyentes, recordando agradecido las ocho cartas del epistolario público entre Umberto Eco, expresión de la cultura laica, y el Cardenal Carlo María Martini durante 1995-96 (En qué creen los que no creen. Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio).

Entre otras cosas se preguntaron si existe una noción de esperanza (y de propia responsabilidad en relación al mañana), que pueda ser común a creyentes y no creyentes. Uno de ellos respondió: “la esperanza hace del fin un fin”, de modo que tenga el carácter de un valor final decisivo, capaz de iluminar los esfuerzos del presente y dotarlos de significado: “existe un humus profundo … -del que unos y otros- … se alimentan al mismo tiempo, sin ser capaces, tal vez, de darle el mismo nombre”.

Dostoievski y Sartre acordaron parcialmente: “Con Dios desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no puede existir un bien a priori, porque no hay ninguna conciencia infinita y perfecta para pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no se deba mentir (El existencialismo es un humanismo”). Sobre la impronta mística de Dostoievsky no hacen falta referencias.

Hay una religiosidad laica cuando se sienten y perciben formas o sentidos de lo sagrado, del límite, de la interrogación y de la esperanza, por lo cual a creyentes y no creyentes sensibles,  más que una distinción abismal los separa una frontera móvil entre nosotros y dentro de nosotros (Claudio Martelli, El credo laico del humanismo cristiano).

En el extremo de la ciencia, qué es sino un acto de fe lo que acompaña a una persona común, un profano que acude al médico, escucha el diagnóstico, sigue el tratamiento y toma los medicamentos que le indica, sin conocer absolutamente nada de medicina, de enfermedades,  ni de drogas que mitiguen su padecer. Es su estado de fe en que el camino seguido le dará resultados favorables, o al menos la esperanza de que así sea. La fuerza irresistible de los fantasmas, reside precisamente en su irrealidad, tanto para creyentes como para no creyentes.

Unos y otros, desde la Biblia o una ética natural, hagamos crecer y démosle espacio a la confianza en que nuestro esfuerzo colectivo  vencerá a la peste.

Rainer Maria Rilke nos ilumina el sendero oscuro en silencio: “Quien ahora está muriendo en el mundo – Sin motivo muere en el mundo – Me está mirando”.

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