miércoles 24 de abril de 2024
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La mácula de la prisión de Guantánamo

Cumple 20 años el centro de detención ilegal de Guantánamo que hoy encierra a 39 presos, tuvo casi 800 y hoy 19 menos que cuando se inauguró, luego de los atentados del 11-S. ¿Por qué continua activa?

Si los EE.UU. quieren reverdecer sus credenciales democráticas, como “ventaja competitiva” en su rivalidad con China, el cierre de Guantánamo – y de paso, la desocupación de un país extranjero – serían una formidable ofrenda a quienes tienen a esa potencia como adalid de la libertad y el estado de derecho mundiales.

Las circunstancias excepcionales que dieron origen a su existencia han cesado, los estadounidenses ya no necesitan un centro de detención libre de las leyes y garantías de su país, o como dijo el presidente George W. Bush al abrirlo, un espacio donde la “Convención de Ginebra no cubría a sus reos”. Además, su funcionamiento no parece haber servido más que para el descrédito estadounidense en el mundo.

A poco de funcionar, Bush admitió que los detenidos en Guantánamo sí quedarían cubiertos por la Convención de Ginebra. En 2006, el Tribunal Supremo de Estados Unidos estableció que ese convenio se aplicaba a todos los detenidos y que el sistema de comisiones militares diseñado por la Casa Blanca violaba las leyes internacionales. El presidente republicano excarceló a unos 500 arrestados y Obama, a cerca de 200. Cuando el demócrata llegó al cargo en 2009, se propuso cerrarlo en el plazo de un año. Mantenerlo supone un coste de unos 13 millones de dólares por prisionero anuales. También, deja en activo una “mancha moral” para Estados Unidos, según señaló la semana pasada el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price.

Lee Wolosky se ha desempeñado durante cuatro administraciones en puestos legales y de seguridad nacional, más recientemente como asesor especial del presidente Biden y, antes de eso, por pedido de Barack Obama inició un camino de cierre de Guantánamo, logrando una drástica reducción de los presos. Pero cuando Donald Trump ganó las elecciones, Wolosky sabía que su oficina cerraría, al igual que muchas dependencias del Departamento de Estado.

“En gran parte, el lío de Guantánamo es autoinfligido, como resultado de nuestras propias decisiones de participar en la tortura, retener a los detenidos indefinidamente sin cargos, establecer comisiones militares disfuncionales e intentar evitar la supervisión de los tribunales federales”, declaró Wolosky a político.com.

Existe un enorme entramado legal que incluye una ley que prohíbe el traslado de esos prisioneros a los EE.UU., y político – los republicanos se oponen al cierre y una parte de los demócratas también – que dificultan la clausura de la prisión que, tal vez, el presidente Biden pueda cortar como a un nudo gordiano y haga como con Afganistán: resuelva algo que sus dos antecesores no han hecho por temor a los costos políticos. Biden es alguien que no tiene nada que perder y con un importante lugar en la historia por ganar.

Existe una enorme burocracia compuesta de un comité formado por seis agencias de seguridad de los EE.UU. que debe aprobar la trasferencia de cada reo y luego de logrado esto, debe haber un país receptor del prisionero. Todo este engorroso procedimiento se utilizó para ir vaciando la prisión, hasta que llegó Trump, bajo cuyo gobierno sólo salió un prisionero.

También hay una cuestión de costos. Cada prisionero de Guantánamo cuesta 13 millones de dólares al año, contra 78.000 de un detenido en una prisión federal. No cabe duda de que el mantenimiento de toda la base debe insumir enormes costos para los EE.UU. dentro de los cuales el de la prisión debe ser despreciable.

El costo más gravoso es, sin dudas, el que le causa a la reputación de ese país, ofreciendo a sus adversarios un blanco fácil para su desprestigio.

En algún momento hubo un cierto consenso bipartidario para cerrar Guantánamo, pero ese tema como muchos otros fueron absorbidos por la banalización creciente de la política estadounidense en donde ningún tema se salva de transformarse en un arponazo para el adversario. Así actuaron los republicanos con Obama en toda la línea y eso incluyó Guantánamo.

“La prisión perdura como producto no solo de los errores de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo, sino también de la marca tóxica de la política que comenzó durante la era de Obama y que solo ha empeorado desde entonces”, dice Wolosky.

Dentro de los enormes desafíos diarios a los que Biden se enfrenta, Guantánamo parece algo menor, pero no lo es en términos de su política de recuperar el prestigio de su país. Cuenta con recursos de poder extraordinarios para dar fin a este oprobio y algunos pensamos – y deseamos – que los pondrá en marcha pronto.

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