viernes 29 de marzo de 2024
spot_img

La guerra civil española, o cuando la grieta estalló

Este mes de julio se cumplen 84 años del inicio de la sublevación militar en contra de la Segunda República. Reflexiones de una disputa que hoy está encauzada en la política democrática.

Para este aniversario estará ausente Carlos Ruiz Zafón –fallecido en junio pasado- que tan vibrantemente ha novelado la guerra, uno de los escritores contemporáneos que ha sumado, junto a la enorme Almudena Grandes y su saga Episodios de una Guerra Interminable, a los más de 15.000 de libros y cientos de miles de artículos que reflejan, analizan, debaten y construyen la memoria del episodio más traumático de la vida de España.

De esa monumental acumulación de lecturas y argumentaciones queda más o menos claro que la República –con todos sus defectos y divisiones internas– encarnaba un Estado laico y moderno dispuesto a modificar lo que hubiere que modificar para sacar a España de su atraso e inmensa pobreza. Por el otro, a una facción militar con un amplio apoyo en los sectores monárquicos, eclesiásticos, conservadores y antiliberales que eran los poderosos del país cuyas ideas y dominio – predominantemente rural – estaba amenazado por el cambio que, desde 1931, venía de Madrid. Los golpistas también tenían una serie de internas que les dificultó, por ejemplo, tomar la decisión de la sublevación al nuevo orden constitucional. La “cruzada” como ellos la denominaban.

El golpe de Estado se gestó y ejecutó con la misma lógica de los golpes de Estado de sus ex colonias en América Latina, más allá de los apoyos internacionales que les dieron y les dan “color” según la geopolítica internacional del momento. Y el sitial de honor de los golpistas fue ocupado por un militar gris que dio esa tonalidad opresiva color a España por casi 35 años.

La grieta española estalló porque la joven democracia no tenía andadura para resolver por el acuerdo lo que los poderosos decidieron arreglar por las armas, con lo que terminaron de sumir al país en más pobreza y más atraso. La victoria del bando fascista sólo prolongó la postración por todo lo que duró la dictadura. Al oscurantismo entronizado se le antojó perseguir a los derrotados encarcelarlos y fusilarlos, y junto a los cientos de miles de republicanos que emigraron, privaron a España de mentes brillantes, de almas nobles y artistas de nota.

La economía se arrastró con índices que apenas se movían. Con escasas industrias, poco poder adquisitivo y una peseta deteriorada, la península sufrió el ostracismo a la que fue condenada por los aliados cuando dejaron a la dictadura fuera del plan de reconstrucción de Europa, negándole la posibilidad de conocer el Estado de Bienestar. La dictadura reforzó esa idea generalizada de considerar a España como el norte de África.

Desde la recuperación democrática, el país ha vivido un movimiento de liberación social, política y cultural como nunca antes en su historia, se podría decir sin errar, que con la muerte del dictador entró en la modernidad y se incorporó al esquema de la Unión Europea para ver ascender el nivel de vida de sus ciudadanos.

Poco a poco el pueblo español ha ido desenterrando su historia, sus muertos en fosas comunes y reconociendo sus odios ocultos bajo la alfombra. El monumento a la hipocresía o Valle de los Caídos está siendo desmantelado, el cuerpo del dictador fue removido de ese panteón de adoración y el Parlamento Europeo condenó –en 2006- el golpe de estado del ‘36 que derribó el régimen democrático de la República, año en que hizo lo propio el Parlamento español, con la única y obvia oposición del Partido Popular. Tanto el PP como el neofascista VOX –que no existía en ese año–, recrean la grieta de odio que llevó a ese país al infierno fratricida de casi 40 años. Pero ese bando es poderoso aunque minoritario en una sociedad que no se dejará llevar tan fácil por el odio, como en 1936.

Esperemos que la pandemia y la desesperación, junto a una economía que ya mostraba duros signos de agotamiento desde la crisis mundial de 2008 no hagan mella en ese sustrato democrático y que las provocaciones a la violencia de esa derecha descarada no reciban la respuesta que busca.

Seguir bregando por la memoria, la verdad y la justicia es el mejor antídoto para que la grieta se mantenga en el cauce político y nunca más vuelva a sangrar.

spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Alejandro Garvie

Marielle y Brigitte, crímenes políticos horrorosos

Fernando Pedrosa

Argentina no puede cambiar hace años, pero ahora quiere hacerlo rápido y dos veces

Maximiliano Gregorio-Cernadas

El trilema de Oppenheimer y la encrucijada argentina