sábado 20 de abril de 2024
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La derrota de los oficialismos en América

Para algunos analistas, las últimas elecciones señalan un giro a la izquierda, para otros una consecuencia de la pandemia y las crisis que ha desatado: en el centro de la atención, un elector volátil, caprichoso e individualista.

A cinco meses de las elecciones intermedias, los funcionarios de salud de la Administración de Joe Biden confían cada vez más en haber mitigado los peores efectos de la pandemia sobre la salud, más no sobre sus consecuencias: inflación, recesión y retroceso sobre los derechos civiles como el aborto y crecientes problemas de salud mental. El repentino desvanecimiento del interés del público por el Covid – que no ha terminado – ha diezmado el optimismo inicial de Biden que debe lidiar con sus tremendas consecuencias a cinco meses de las elecciones de medio término.

Con otros ingredientes, desde hace dos años, los candidatos continuistas de derecha en República Dominicana, Perú, Chile, Honduras y Colombia han perdido las elecciones a mano de fuerzas opositoras de izquierda, listado que, seguramente completará Brasil, este año.

Pero allí están Ecuador y la Argentina para introducir la duda respecto al “giro a la izquierda”. En el país de Rafael Correa. El banquero Guillermo Lasso – hoy en graves conflictos con los pueblos originarios – se llevó la presidencia en una segunda vuelta, derrotando al correista Andrés Arauz; y en la Argentina, luego de un comienzo “a lo Biden” por su tratamiento de la pandemia que disparó su popularidad para horror de la oposición – y de algunos miembros de su frente – Alberto Fernández sufrió una muy dura derrota en las elecciones de medio término, de la que aún no se puede recuperar.

Podríamos pensar que la clave está en el comportamiento electoral de los ciudadanos. Luego de décadas de haber sido sometidos a manipulaciones propagandísticas que reducen la elección a un juego de deseos, frustraciones y mercancías disponibles para lograr satisfacerse, quien hoy elige al candidato A, mañana podría elegir al candidato B. Y la pandemia parece haber exacerbado esa conducta, de la mano del incremento de diversas patologías que están bajo atento estudio. ¿Importa la ideología? Parece que cada vez menos. Los propios partidos políticos – en “crisis de representación” desde que comencé la facultad en 1989 – han quedado obsoletos ante las estrategias del marketing electoral para el cual es indispensable contar con cada vez más millones.

La carrera de Donald Trump o de Jair Bolsonaro indican que su eficacia electoral residió en una forma estudiada de sintonizar con las frustraciones del electorado respecto del sistema político todo y proponer soluciones mágicas o que sintonizan con deseos primitivos de las personas: justicia por mano propia, confirmación de la supremacía racial, recuperación de valores tradicionales, rechazo a lo diferente y nacionalismo. Nada muy diferente a lo que hizo Adolfo Hitler en los años ’20.

“Los problemas económicos pesan más que todo”, dijo un representante del Partido Demócrata en la Cámara, refiriéndose al momento actual. “La gente no parece estar pensando en cómo Trump manejó la pandemia en comparación con cómo la administración de Biden nos puso en el camino de la recuperación. Simplemente están fatigados”.

Celinda Lake, una de las principales encuestadoras de la campaña 2020 de Biden, dijo a Politico que “la gente le concede algunos éxitos reales en la lucha contra el Covid, pero los estadounidenses son muy fugaces en su capacidad de atención”. Esa capacidad de atención es la que logran ciertos candidatos como Javier Milei en Argentina, o el propio contrincante de Gustavo Petro, Rodolfo Hernández. Detrás de ellos no hay mucho soporte de militancia, ni equipos de trabajo, es la construcción de una imagen de líder particular que no provienen del sistema político “corrupto” y promete soluciones estrafalarias para los complejos problemas de la sociedad del siglo XXI.

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