viernes 19 de abril de 2024
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La crisis de la educación empieza por el jardín

Aprender a aprender es quizás lo más importante para la educación. El mundo está cambiando y lo está haciendo cada vez más rápido. Las profesiones se reinventan, los empleos se transforman. La revolución tecnológica es, a la vez, una revolución del conocimiento.

Ya no hay más aprendizajes estáticos. Nada de lo que sabemos nos alcanza para siempre. “Aprender a lo largo de toda la vida” cobra cada día más importancia. Espacios de aprendizaje por doquier son imprescindibles para subirnos a un tren que acelera su ritmo.

En este contexto, las habilidades que los niños y niñas desarrollan en los primeros años de vida son cruciales. Aprender a aprender, aprender jugando, es construir la caja de herramientas que llevaremos en nuestra vida y, sin duda, es lo más importante que podemos darles.

Los resultados de las pruebas “Aprender 2019” ratificaron lo que ya sabíamos: los niveles de desempeño en la escuela primaria dependen en gran medida de cuándo se escolarizaron. Tanto en Lengua como Matemática, los estudiantes tuvieron mejores resultados cuanto más temprana fue su asistencia al nivel inicial. Por ejemplo, un 42% de quienes asistieron a salas de 3 años se ubicó en el nivel avanzado contra un 21,5% de quienes no asistieron. La evidencia es clara. Si queremos mejorar los resultados en términos de calidad hay que ir a dónde todo empieza: el jardín.

El rol de la educación en la primera infancia también es clave para igualar en oportunidades. Si queremos romper el determinismo social que indica que niños y niñas que provienen de familias pobres tienen peores resultados educativos, dejan antes la escuela y no sueñan siquiera con ir a la Universidad, gran parte de la respuesta está en el jardín.

Entonces, tenemos claro que la educación en la primera infancia es determinante. Pero ¿cuál es la situación en la Argentina?

Un estudio de UNICEF y CIPPEC, previo a la pandemia, mostraba una enorme desigualdad. Las provincias tienen tasas de matriculación obscenamente desiguales: por ejemplo, en Tucumán apenas 53 de cada 100 niños acceden a la salita de 4 años. Mientras que en Ciudad de Buenos Aires 87 de cada 100.

En la sala de 3 años es peor: salvo CABA y PBA, el resto de las provincias tiene coberturas por debajo del 40%. En Tucumán, para seguir con el ejemplo, sólo 7 de cada 100 niños asistían a sala de 3, contra 65 de cada 100 en CABA. Un escándalo.

En la salita de 2 años o maternales, los datos son bajos en casi todo el país. En Tucumán es cercano al 0% pero en CABA 33%.

En el acceso al jardín también se ve con mucha fuerza las desigualdades por contextos socioeconómicos. En las familias más pobres apenas 4 de cada 100 niños y niñas acceden a la sala de 2, contra 54 de cada 100 niños y niñas en el extremo más rico. En la sala de 3 la desigualdad persiste: sólo 41 de cada 100 niños en contextos de pobreza acceden, contra 83 del extremo más rico.

Si “aprender a aprender” es crucial para el futuro educativo de cada persona, no todos ni todas están teniendo las mismas oportunidades.

Ahora, ¿en manos de quién está la educación en la primera infancia? Más del 40% de la población lo hace en instituciones de gestión privada. Estos datos son más altos que en el resto del sistema.

Según datos de CIPPEC, mientras el 70% de las escuelas privadas ofrece sala de 3, sólo el 47% de las de gestión estatal lo hace. En el jardín maternal las diferencias son mayores: el 35% de las privadas ofrece alguna sala para los niños y niñas de 45 días a 2 años, mientras que sólo sucede en el 10% de las públicas. ¿Qué nos indica eso? Dos cosas: primero la incapacidad del Estado de saldar la deuda y construir salas o jardines orientados a la primera infancia, ni siquiera para las poblaciones más vulnerables. La segunda, que mientras eso siga siendo así, quienes accedan serán sólo quienes tengan los recursos para pagarlo. La conclusión: la educación no será así la herramienta para igualar en oportunidades.

Con esta radiografía de lo que ocurre, miremos lo que pasa en el contexto de la pandemia. Los pocos jardines que existían, y sobre todo aquellos que no forman parte de las instituciones educativas, han tenido enormes dificultades para subsistir. Apenas cerca de un 16% recibió los primeros ATP. Cerrados desde marzo, y aun contra la evidencia que muestra que los niños y niñas pequeños tienen menor contagiosidad que los adultos, siguen sin obtener protocolos que autoricen su reapertura. La indiferencia del Estado los dejó en la quiebra.

Mientras en la Argentina nos negamos a discutir seriamente este tema, en Europa ante la segunda ola de contagios y la reinstauración del confinamiento, España, Francia y Alemania entre otros, eligieron mantener las escuelas abiertas. Toque de queda, cierre de bares y restaurantes, prohibición de reuniones, pero la educación entendida como esencial, sigue en pie.

La situación educativa es crítica. Realmente es, como se dijo, una catástrofe generacional. Si a eso le añadimos que los pocos e insuficientes jardines que teníamos están cerrando al ritmo de la pandemia, el futuro de la educación se vuelve aún más sombrío.

Quizás el caso más absurdo de falta de visión estratégica sea el de la Ciudad de Córdoba, donde en vez de ayudar a los jardines a subsistir la opción que les ofrecieron fue la de la reconversión. Los jardines no pueden recibir niños y niñas pero sí pueden transformarse en estudios de danza, canto y teatro, verdulerías o comercios. Increíble tanta ceguera

Es urgente tomar medidas para su preservación. Es urgente habilitar protocolos seguros de reapertura. Es urgente aprobar para ellos medidas que les garanticen la subsistencia.

Declarar la emergencia educativa es un imperativo ético y considerar la educación como una actividad esencial es más urgente que nunca. No hay futuro sin un presente basado en educación de calidad que ponga el foco en la igualdad de oportunidades. Es hoy, es ahora.

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