viernes 19 de abril de 2024
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¿La caída de Constantinopla?

Luego de la pandemia China podría emerger como arquitecto de un nuevo orden mundial. La peste global ha demostrado –hasta aquí – el liderazgo asiático, la decadencia de los EE.UU. y la desorientación de Europa.

La Peste Negra fue una de las causas de la caída de Constantinopla en 1453, dando paso a lo que luego se denominaría la Era Moderna. Esa caída señalaría la capitulación del último bastión del Imperio Romano. En momentos en que la humanidad –con o sin sensacionalismo mediático– atraviesa un camino de incertidumbre global, como producto de una pandemia montada sobre una crisis económica en ciernes, los ojos del mundo se dirigen hacia un gobierno que ha lidiado con éxito contra la peste que, casualmente, comenzó en su tierra.

Washington ha quedado expuesto por la inoperancia de Trump –también responsable de gran parte de la incertidumbre económica global– Londres con el otro blondo a la cabeza no lo ha hecho mejor países como España e Italia han sido víctimas del desconcierto europeo. No lo han hecho mejor Jair Bolsonaro en Brasil, ni Manuel López Obrador en México, lo que señala que los conservadores y los progresistas comparten un mismo nivel de desorientación.

La pregunta que ronda la mente de miles de ciudadanos es: Si los líderes occidentales no pueden coordinar ni dentro de las fronteras de sus estados, ni en forma multilateral una respuesta a los desafíos de la hora, ¿Quién lidera el orden mundial? Los errores de las principales instituciones, desde la Casa Blanca y el Departamento de Seguridad Nacional hasta los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), han socavado la confianza en la capacidad y competencia de la gobernanza de los Estados Unidos.

El liderazgo norteamericano de las últimas siete décadas se ha construido no solo sobre la riqueza y el poder, sino también, y más importante, sobre la legitimidad que fluye de la gobernanza interna de los Estados Unidos, la provisión de bienes públicos globales y su capacidad y disposición para reunir y coordinar una respuesta global a las crisis. La pandemia de coronavirus está dejando al descubierto que eso no es así

A medida que Washington retrocede, Beijing avanza en ese vacío, ofrece ayuda médica, muestra que ha podido con la pandemia, insinúa la vacuna, lleva certeza ante la crisis, vistiéndose con los atributos de líder mundial.

Paradójicamente, China manejó en secreto e impidiendo las misiones de la OMS a Wuhan su crisis de COVID-19, detectado por primera vez en noviembre de 2019 en esa ciudad de Wuhan, incluso,  las autoridades no lo revelaron de inmediato e incluso castigaron a los médicos que lo informaron por primera vez. A medida que la crisis empeoró durante enero y febrero, algunos observadores especularon que el coronavirus podría incluso socavar el liderazgo del Partido Comunista Chino y comenzaron a llamarlo el “Chernobyl” de China y el Dr. Li Wenliang, el joven denunciante silenciado por el gobierno que luego sucumbió a las complicaciones del COVID-19, fue comparado con el “hombre tanque” de la Plaza Tiananmen.

Sin embargo, a principios de marzo, China aparece victoriosa. Las cuarentenas masivas la interrupción de los desplazamientos se atribuyeron a haber frenado la propagación del virus y ante el hecho Xi Jinping, que había estado inusualmente callado en las primeras semanas, comenzó a ponerse directamente bajo los reflectores, incluso visitando la ciudad de Wuhan para reforzar la construcción de un relato de poder, que la maquinaria de propaganda estatal ha comenzado a propalar: “La fuerza, eficiencia y velocidad distintivas de China en esta lucha ha sido ampliamente aclamada”, declaró el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Zhao Lijian, agregando que China estableció “un nuevo estándar para los esfuerzos mundiales contra la epidemia”.

En el plano económico China tampoco se arredra. Ante la caída estrepitosa de las acciones de las empresas tecnológicas occidentales en China, Xi Jimpin dejó que cayeran hasta un mínimo y compró a precio vil –44 por ciento del valor anterior a la crisis– llegando a convertirse hoy en el accionista mayoritario de las empresas construidas por europeos y estadounidenses.

Ahora los chinos se han convertido en propietarios de la industria pesada de la que dependen la UE, los EE.UU. y el mundo entero. A partir de ahora, China puede fijar los precios y los ingresos de sus compañías no saldrán de sus fronteras.

Volviendo a la estrategia de supremacía, el gobierno chino entiende que proporcionar bienes globales puede cimentar su liderazgo mundial ascendente. Cuando ningún estado europeo respondió al llamamiento urgente de Italia para equipos médicos y de protección, China se comprometió públicamente a enviar dos millones de máscaras, 100.000 respiradores, 20.000 trajes protectores y 50.000 kits de prueba. También envió equipos médicos y 250.000 máscaras a Irán y suministros a Serbia, cuyo presidente calificó a la solidaridad europea como “un cuento de hadas” y proclamó que “el único país que puede ayudarnos es China”.

La respuesta a la crisis no solo importa los bienes materiales. Durante la crisis de Ébola de 2014-15, los Estados Unidos se reunieron y lideraron una coalición de docenas de países para contrarrestar la propagación de la enfermedad, recuerdan Kurt Campbell y Rush Doshi del Foreign Affairs. Hasta el momento, la administración Trump ha rechazado hacer un esfuerzo de liderazgo similar para responder al coronavirus. Incluso ha faltado la coordinación con los aliados. Washington parece, por ejemplo, no haber avisado previamente a sus aliados europeos antes de prohibir viajar desde Europa y ha sonado ridícula la prohibición de viajar desde países de Europa, salvo del Reino Unido, medida que fue revertida. Trump sólo muestra improvisación.

China, por el contrario, ha emprendido una campaña diplomática sólida para convocar a docenas de países y cientos de funcionarios, generalmente por videoconferencia –como las que mantiene con funcionarios del gobierno argentino- para compartir información sobre la pandemia y las lecciones de la propia experiencia de China en su lucha contra la enfermedad.

Hay pocas chances de que el coronavirus no desencadene una nueva “caída de Constantinopla” y aunque parezca extraño –  poco probable – sólo un aumento de la gobernanza global puede devolver a los EE.UU. y Europa la iniciativa global. Ángela Merkel acaba de comparar la crisis actual con la Segunda Guerra Mundial, todos sabemos que al final de aquel horror el orden mundial cambió.

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