lunes 18 de marzo de 2024
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Hipólito Solari Yrigoyen: “Tenemos una obligación con Venezuela, hoy que sufre un régimen absolutista”

Dos veces senador nacional por la provincia de Chubut, embajador plenipotenciario de la República Argentina durante el gobierno de Raúl Alfonsín, orador inigualable, un conocedor cabal de la Patagonia, escritor y una de las personalidades más importantes en la defensa de los derechos humanos. Cofundador del Movimiento de Renovación y Cambio en los años setenta, junto a Raúl Alfonsín y otros dirigentes que decidieron enfrentar a Ricardo Balbín. Sufrió amenazas y atentados cuya autoría fue responsabilidad de la Triple A. Secuestrado y desaparecido durante la dictadura, logró salir del país gracias a una negociación personal encarada por el presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez. Exiliado en París, desde donde editó el periódico La República, es uno de los principales impulsores de las denuncias al régimen genocida que imperó en Argentina entre 1976 y 1983.

Es autor de numerosos libros, entre los que se destacan El escándalo Aluar, Los años crueles y Malvinas, lo que no cuentan los ingleses. Fue condecorado por François Mitterrand con la Legión de Honor, en el grado de comendador. Hace unas semanas publicó sus memorias.

Hipólito Solari Yrigoyen ha transitado por los principales momentos de la historia del país y de su partido, la Unión Cívica Radical, durante el siglo XX y estas dos décadas del siglo XXI. Nos regala su historia de vida en Crónica De Una Vida. Memorias, recientemente publicada por Eudeba. ¿por qué resolvió escribir estas memorias?

Bueno, tendría que decirle que fue a partir del interrogante de muchos que me decían por qué no lo escribía. En conversaciones individuales con amigos, en comités, en charlas, siempre me decían que yo tenía que escribir lo que contaba o de lo que hablaba y pensé que era cierto. Ya he escrito varios libros y escribir es algo habitual para mí, no era ningún esfuerzo extraordinario. Y así comencé a escribir, y cuando uno empieza a escribir se va documentando, va ratificando, va corrigiendo. Sobre todo, lo importante para quien cultiva el género de las memorias es ir recordando hechos, no se recuerda todo de golpe, un hecho tal vez lo lleva a otro y a otro. Ese fue el origen de Crónica De Una Vida.

En Argentina las memorias, el dar testimonio, no son géneros muy difundido o transitado por los dirigentes políticos, por eso la importancia también de este libro. A lo largo del libro vamos a encontrarnos con lo relación de Hipólito con otras personalidades de nuestra historia. El primero que me gustaría que menciones es su relación con Ricardo Rojas y el impulso que dio en su momento para que el exrector de la Universidad de Buenos Aires reciba el Premio Nobel de Literatura. 

Ricardo Rojas me consideraba uno de sus discípulos. La verdad que para mí fue un maestro, él fue el hombre que más influenció en mi formación de ciudadano. Siempre le tuve una gran admiración y siendo muchacho presidí la comisión que solicitó el premio Nobel para el maestro. Ello me llevó a tener muchos contactos, a intercambiar mucha correspondencia. Es como una cadena donde un eslabón parte de otro y así sucesivamente.

Don Hipólito también fue testigo directo de uno de los hechos más lamentables de la historia argentina, que fue el derrocamiento de Illia, es uno de los dirigentes del partido que acompaña al presidente en su despacho la noche en que es derrocado por una turba militar en junio de 1966.

Fue un hecho nefasto para la democracia argentina, un acto de suprema irresponsabilidad de los militares de aquel entonces. Por mi edad puedo decir que conocí lo que era vivir en democracia en el gobierno de Ilia, antes nunca lo había conocido. Eso me llevó a tener una gran admiración y sobre todo reconocimiento hacia la personalidad de Illia. Yo lo frecuentaba, hemos hecho giras juntos y, además, él venía a veranear a una casaquinta que teníamos en Mar del Plata de la familia de Tessy, mi esposa. Yo organizaba las giras. Hicimos una, por ejemplo, desde Buenos Aires hasta Tierra del Fuego parando en las diversas ciudades, hablando con la gente. La gente tenía un gran respeto por el doctor Illia, bien merecido, por supuesto. Era un arquetipo de lo que debe ser un político acá y en todas las partes del mundo.

Acaba de mencionar algo que no es común entre los políticos argentinos del siglo pasado, mucho menos entre los radicales. Hipólito es una persona que ha viajado mucho por el mundo, ha viajado incluso antes del exilio, algo poco habitual en los políticos de la generación de Hipólito.

He andado por todos los continentes, esa es la verdad. Y he desempeñado funciones internacionales, por ejemplo, cuando presidí la unión interparlamentaria que tienen representantes parlamentarios de casi todas las democracias del mundo. Me ha permitido alternar con figuras internacionales importantes. En alguna medida fue también un efecto no programado, pero hice conocer al radicalismo en muchos lugares. El partido tuvo un gran presidente por muchos años hasta la década del setenta, un prócer de la democracia como fue Ricardo Balbín. Pero Don Ricardo nunca había viajado a Montevideo siquiera, recién en el último año de su vida hizo un viaje a Europa y uno o dos a Venezuela de manera que el radicalismo, toda una institución en la democracia argentina, extendido por todo el país era desconocido en Europa y, sin embargo, conocían algunos aspectos no precisamente positivos de la política argentina. Así que creo que también cumplimos esa función: llevamos al radicalismo al exterior.

Déjeme decirle que fue un pionero y la importancia que tiene para la difusión, no solamente las ideas radicales sino también para que la política argentina se haya embebido también de muchos procesos modernizadores que se daban fuera del continente.

Una de las consecuencias de los diálogos que yo mantenía fue la conexión con la Internacional Socialista. Los visité en Londres y mantuve un trato directo y permanente con ellos a tal punto que fui el único argentino que estuvo presente en el congreso internacional que se hizo en aquellos años en Canadá, en la costa del Pacífico.

¿A quién conoció de los grandes dirigentes socialistas de la época?

Al que más traté fue a su presidente, Willy Brandt. Con él llegué a tener una relación de amistad muy sólida. Hice muchas giras con él, yo era un muchacho casi, por lo menos un hombre joven. Me dispensó una gran confianza y un trato amistoso que realmente debo agradecer. Así que mi actuación política internacional fue personal, pero en alguna medida tuvo influencias definitivas porque después la UCR se afilio a la Internacional Socialista.

Fue importante el impulso en ese camino de Raúl Alfonsín de quien fue embajador itinerante.

Sí, es cierto. Él me ofreció una secretaría de Estado que yo decliné, pero en una entrevista donde hablamos como amigos y me dijo, con generosidad, que necesitaba de mi colaboración y me propuso ser embajador para que lo representara cuando lo invitaran y él no pudiera ir o para que lo acompañara cuando el presidente lo estimara útil. Yo acepté con una condición: desempeñar el cargo en forma honoraria, nunca quise cobrar sueldo. Nunca quise recibir un sueldo de embajador ni ningún otro.

Quiero preguntarle acerca del exilio: ¿qué significa Venezuela y Carlos Andrés Pérez para usted?

Carlos Andrés Pérez era presidente constitucional de Venezuela y fue muy generoso con los argentinos que nos vimos obligados a dejar el país. En Venezuela se asilaron cientos de argentinos y fueron recibidos de una manera fraternal divina. Nosotros tenemos una obligación con Venezuela, hoy que el país sufre un régimen absolutista. Tenemos que estar al lado, solidarios y ayudar en todo lo que podamos para ayudar al pueblo venezolano a que reconquiste el sistema democrático.

¿Cómo pudo salir del país?

Yo no me fui por mi voluntad, el régimen se vio obligado a echarme. ¿Por qué? Porque Videla, que era el dictador de aquel momento, tenía veleidades de hacerse conocer en el exterior. Esas veleidades eran un poco irresponsables, pero bueno, el hecho es que las tenía y nadie lo quería invitar, como es natural. Pero el gobierno constitucional y legítimo de Venezuela que presidía Carlos Andrés Pérez, lo había invitado antes que usurpara el poder cuando era jefe militar de un gobierno de origen constitucional y aceptó la invitación ya cuando era un dictador. Eso creó un serio problema en Venezuela y el Parlamento, la Cámara de Senadores y la Cámara de Diputados se reunieron para analizar la visita a Caracas de Videla y llegaron a la conclusión de que el gobierno tenía que exigirle a Videla la libertad de los presos políticos y, con nombre y apellido, mi libertad. Con el tiempo, Carlos Andrés Pérez me contó que cuando bajaron del avión y fueron a revisar las tropas, Videla lo palmeó y le dijo “El asunto de su amigo ya está solucionado”. ¿Qué era lo que estaba solucionado? Que me trajeron de la cárcel de Rawson, que era un verdadero campo de concentración, y me tuvieron en la policía y le indicaron a mi esposa que debía sacar un pasaje para mí con destino a Venezuela para el día siguiente del retorno del dictador a Buenos Aires. Y así es cómo salí del país. En realidad, estuve poco en Venezuela porque tenía la invitación del Senado norteamericano, donde tuve un gran apoyo y una gran amistad y admiración por un colega, Ted Kennedy, hermano del que fue presidente. Ya en democracia, cuando visitaba nuestro país, se refería a mi persona como “Mi querido amigo”. La verdad que él y otros senadores me recibieron muy bien cuando yo salí al exilio, ellos me invitaron a ir a Estados Unidos.

¿Quiénes ayudaron a su familia en Argentina en esos momentos en los que usted estaba preso a punto de partir al exilio?

Fueron momentos difíciles, inclusive cuando salí al exilio mis hijos quedaron en la Argentina. Ted Kennedy hizo una conferencia de prensa junto con otros senadores, pero se les advirtió a los que fueran que yo tenía a mis hijos todavía en Argentina y que no tenía plena libertad de decir o denunciar por lo que les podía suceder a ellos. Lo cierto es que ellos fueron saliendo (mis tres hijos) y yo regresé de Estados Unidos, y cuando nos encontramos todos en Caracas partimos en seguida para Francia porque el gobierno francés, presidido por el conservador Valéry Giscard d’Estaing le había dicho a mi esposa, a través de la embajadora en la Argentina, que el día en el que yo estuviera en libertad iba a ser huésped de Francia. La verdad que libertad no tuve nunca porque a mí me sacaron las esposas en la escalerilla del avión, y el oficial de la aeronáutica le dijo al capitán de la nave “Acá le entrego al reo Solari Yrigoyen” y el capitán de la aeronave venezolana lo ignoró totalmente y dirigiéndose a mí me dijo “Senador, qué honor, qué gusto tenerlo aquí”. Fue un momento emotivo para mí y pensé en ese momento algo que no me olvidaré nunca, me dije al oírlo “Me está tratando como un ser humano”. Ya llevaba tanto tiempo que eso no sucedía que realmente fue espontánea la expresión de ese sentimiento. Cuando el avión decoló, el capitán hizo traer champagne y brindó conmigo y con Tessi, mi esposa, que me acompañaba y todo el avión prorrumpió en un aplauso cerrado y, le confieso, yo me emocioné. 

¿Qué fue La República? 

Cuando salí al exilio tuve la convicción de que había que seguir la lucha contra el régimen militar para que el país reconquistara el sistema democrático y la vida constitucional. En aquel entonces se puso en contacto conmigo un correligionario que vivía en México, que me escribió contándome de su proyecto de hacer un periódico, y obviamente yo lo apoyé en todo. El periódico empezó haciéndose a mimógrafo, era muy modesto, pero tuvo un gran valor porque fue la expresión democrática no violenta de la Argentina fuera de la frontera en aquel entonces. Empezó humildemente y terminó con fronteras más amplias porque no solo logramos que se distribuya en el  en el exterior, sino que teníamos la posibilidad de ingresar ejemplares a la Argentina, y la juventud radical, que entonces orientaba Federico Storani, lo repartía y si se agotaba la edición hacían fotocopias.

Había otros órganos de difusión de los exilados que no eran radicales.

Sí, los montoneros tenían en aquel entonces cierta organización. Me acuerdo que uno de ellos, un dirigente, me dijo “Pero usted está dividiendo al exilio” y yo le respondí “Exactamente, eso es lo que estoy haciendo”. Los exiliados democráticos por un lado y los que creían en la violencia en la vereda de enfrente.

¿Montoneros tenía muchos órganos de difusión en el exilio? ¿Tenían dinero?

Tuvieron dinero de ese gran secuestro (de los hermanos Born), pero perdieron todo apoyo para el país porque practicaban la violencia y por la violencia nunca se iba a llegar a avanzar en la lucha democrática. Yo nunca quise tener contacto con los que creían que el método para reconquistar la democracia era la violencia, siempre me preocupé de reunir a los que nos llamábamos el exilio democrático.

Entre ellos estaban Soriano, Cortázar, ellos escribieron en La República.

Tuve una gran amistad con Julio. Yo había mantenido correspondencia antes del exilio cuando yo era senador, interesándolo por los presos políticos para obtener la libertad de ellos, cosa que Julio ya hacía. Así que ahí empezó nuestro contacto epistolar. Pero después en Francia tuvimos un trato permanente, ya cuando yo estaba en el exilio. Él vivía con los cinco sentidos lo que pasaba en la Argentina. Tuve una gran amistad con él y con otro gran escritor, Osvaldo Soriano. Siempre guardo un gran recuerdo de Julio Cortázar, cuando vino a la Argentina lo recibí y estuve con él todo el tiempo y participé de sus entrevistas. Era un gran intelectual. Con su muerte la Argentina perdió uno de sus hijos ilustres.

Me gustaría retoman algo que mencionó, eran tiempos de dictadura, ¿cómo hacían para que La República ingrese a la Argentina?

Había un diplomático que facilitaba la entrada de esos miles de periódicos. 

Un héroe anónimo.

Sí, así es. Pero bueno, creo que cumplimos un rol en aquel entonces porque denunciábamos lo que en la Argentina se silenciaba y se ocultaba: las violaciones de los Derechos Humanos, la corrupción, todo lo que significó la dictadura militar de ese entonces. Yo la sufrí personalmente porque estuve preso y antes desaparecido. Me torturaron, después estuve preso sin haber sido nunca acusado de nada ni juzgado por nadie y finalmente me echaron del país. Hice un juicio que gané en la Suprema Corte de Justicia del régimen militar para poder regresar, porque me habían expulsado para siempre. Y precisamente la Suprema Corte nombrada por el gobierno militar reconoció que se me había impuesto una pena sin haber sido nunca juzgado por nadie ni acusado de nada. Así volví, obviamente con una gran incertidumbre porque no sabía qué me iba a pasar: si me iban a dejar entrar o no al país, si me iban a detener o no, en fin. Nada de eso ocurrió. Hubo, eso sí, una campaña calumniosa, intensa, que me hizo la dictadura cuando ingresé. Por ponerle un ejemplo, en el monumento al General Alvear, que está al finalizar la Avenida del Libertador, había una gran pintada que decía “Bienvenido, Comandante Solari Yrigoyen” (para asociarlo a los grupos Montoneros o del ERP). Y esa misma leyenda la pintaron por los barrios y diversas partes. Pero también es justo reconocer que los jóvenes radicales tachaban lo del ridículo “Comandante” y dejaban “bienvenido”.

Era más rápido de pintar.

Era una manera de luchar. Eso es bueno recordarlo porque la democracia empezó en Argentina en las elecciones que ganó tan legítimamente Raúl Alfonsín. Pero la democracia no cayó del cielo ni llegó de por casualidad a la Argentina. Llegó porque hubo una generación que yo integré y de la que Alfonsín fue el más destacado, que luchó para reconquistar la democracia.

¿Qué recuerda del 30 de octubre de 1983?

Fue la elección que precisamente permitió el retorno a la democracia y, además, teniendo como candidatos a dos grandes personalidades, como lo eran Raúl Alfonsín y Víctor Martínez. Alfonsín era ya en ese entonces un líder de primera línea, un gran demócrata que luchaba activamente para dejar atrás ese período tan desagradable en nuestra historia que fue la dictadura militar.

Tuvo una larga trayectoria como legislador, siendo Senador en dos periodos. ¿De qué ley se enorgullece?

Es difícil mencionar una sola ley. Es cierto, yo fui senador dos períodos. En el primero fui por elección directa porque se había hecho una enmienda constitucional siendo Ministro del Interior del gobierno militar Mor Roig y el segundo fue por elección directa. No tengo dudas de señalar que el mejor medio de elección es el directo, y no la elección indirecta. Pero yo llegué por los dos medios legales que rigieron en cada momento. Tuve una tarea legislativa muy intensa, le cuento una anécdota, pedí a información parlamentaria que me mandara una lista de mi actividad parlamentaria y de mis proyectos personales o firmados con otros colegas, y me mandaron una cantidad de material tan enorme que era imposible de administrar, pero se destaca que la lucha por los Derechos Humanos fue primordial e intensa en mis proyectos, y aún en el exterior me consagré prácticamente a esa lucha para que la gente supiera la barbarie que vivía la Argentina durante la dictadura militar.

¿Cómo ve el futuro del país?

Lo veo con optimismo por un doble motivo. Primero, porque no soy una persona que me pueda definir como pesimista, siempre trato de vislumbrar lo mejor. Y aún en períodos difíciles mi optimismo me lleva a ir avanzando pasos en la lucha a favor del sistema democrático. Y segundo porque las circunstancias han permitido que esa lucha avanzara, no fue fácil y tuvimos que pagar un precio. En lo personal, a mí me tocó ser un desaparecido, sufrir tormentos, fui secuestrado, después un prisionero legal que no fue acusado de nada ni juzgado por nada y finalmente fui expulsado del país.

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