viernes 29 de marzo de 2024
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Fernández, Kicillof y Maldoror

El hombre se mueve –incierto- tras la neblina de su estado confusional. Quizás producto de las razones por las que fue seleccionado -sumado esto- a las torpezas de sus precarios movimientos. Ignora cuánto se extenderá la cuerda que le han dado, o si pararán el despertador antes de la hora señalada. 

Siente en carne propia el ajuste castrador de poder al que es sometido públicamente. Sabe que durará tanto como  convenga según la implacable mirada de la Medusa. Hasta completar, o antes, si ella cree necesario adelantar la despedida. Mientras tanto, cuanto más inseguro y desmonetizado lo mantenga, mayor será su dependencia. 

El trayecto político inicial tenía previsto, primero: ganar con alguien de apariencia moderadaLuego, sostenerlo todo lo posible como frontón para eludir responsabilidades directas. O -in extremis- acortarle los tiempos si ve conveniente reemplazarlo anticipadamente. No será el candidato en el 2023. 

Para ambas contingencias, reemplazo anticipado o 2023, el elegido por ahora es el todo terreno de cualquier batalla, querubín dorado que interpreta las mejores melodías  del trono,  desde cuyas alturas reina la Diosa. Como es ontológico a todo ser Supremo, pueden ocurrírsele berrinches de último momento. 

La Constitución Nacional y la Ley de Acefalía 20.972, con las modificaciones de la ley 25.716, autorizan –finalmente- como eventual reemplazante de la línea sucesoria, a quien se encuentre en ejercicio de alguno de los siguientes mandatos electivos: Senador Nacional, Diputado Nacional o Gobernador de  Provincia. La decisión -en tal caso- la debe tomar la Asamblea Legislativa por mayoría absoluta de los presentes

Esa síntesis de malversaciones institucionales, confirma la excepcional importancia de las próximas elecciones de medio término, y la consiguiente composición del Congreso, tanto para su compensación plural y calidad democrática,  como para afrontar contingencias ulteriores a ellas pero anteriores a diciembre del 2023. 

Entre los grandes maestros del teatro del  absurdo, se menciona a Eugene Ionesco (1909-1994 ). Una de sus obras, llamada “El Rey se muere”,  es el relato de una muerte anunciada. Todos lo saben, pero el protagonista se niega a creerlo. Se esfuerza en pensar que es una pesadilla y duda de que ese momento esté cerca. Por lo que no deja de dar órdenes con soberbia propia de “quien está en control”. El figurado Rey siente dolor por su previsible desaparición de la escena y -al mismo tiempo- una gran angustia por el deseo de seguir reinando. 

Los Cantos de Maldoror (mezcla de “mal” y “aurora”), constituyen  la gran obra poética del inventado Conde de Lautréamont, seudónimo de su autor, Isidoro L. Ducasse, nacido en Montevideo en 1846 y prematuramente muerto en Paris en 1870. “Los  Cantos”, representan una expresión anticipada del surrealismo, tardíamente admirados por su culto romántico hacia el mal y el goce de las crueldades. 

Maldoror, obra maldita devenida de culto con el correr de los años, encarna simbólicamente  a una figura diabólica en la que resuenan “los cascabeles de la locura”. La lucha de la victoria de lo imaginario por sobre lo real merced a la acción fantástica de sus violencias erosivas. Hay odio hacia la realidad que no se acomode a sus gustos. Quejas, acusaciones y sufrimientos ante todo. Por su potente mixtura entre el espanto, lo grotesto y el ridículo, en el plano de las imágenes “Los Cantos” son asociados a otro genial precedente del surrealismo:  El Jardín de las Delicias,  que forma parte del tríptico  pintado por el Bosco (1450-1516). 

Qué lejos estamos en estatura creativa de los grotescos paródicos, del absurdo de Ionesco y Maldoror, y cuán cerca nos hallamos los argentinos de las gruesas contradicciones entre “el relato” y nuestra realidad actualaumentada hacia el futuro por la pandemia. 

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