jueves 18 de abril de 2024
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Esa difícil relación entre Gobierno y empresas

El avance de la política sobre la empresa Vicentin no es un hecho aislado. Está vinculado con los anunciados problemas de Latam y con noticias anteriores como los de una de las principales empresas de ropa deportiva y de una aerolínea low-cost (por solo nombrar casos recientes).

Hace pocos días un estudio profesional de Montevideo informó que después de que se normalizó el Registro de Sociedades uruguayo tras el pico de la pandemia unas 200 empresas argentinas solicitaron radicarse en el país vecino. Contrario sensu, la AFIP (argentina) anunció hace no mucho que entre 2015 y 2019 cerraron 24.505 empresas en nuestro país.

En Argentina tenemos un problema con las empresas. Sirve como ejemplo que solo 6 de las 100 mayores multinacionales latinoamericanas es argentina mientras son brasileñas 27, mexicanas 20, chilenas 19 y colombianas 11. Y que hay en nuestro país menos empresas exportadoras que en México y Brasil (economías más grandes que la nuestra) pero también menos que en Colombia, Chile y Perú. Y que somos el único país de la región en el que el número de exportadoras descendió en lo que transcurrió del siglo. Tenemos un problema con las empresas. Vayan tres referencias al respecto: las empresas sufren desconfianza social (el 11 de junio pasado Clarín publicó una encuesta en la que 48% de los relevados manifestaba estar algo o muy de acuerdo con la expropiación de Vicentín); padecen un estado de sospecha ante la autoridad política que motiva el pesado sistema sobre-regulatorio (según IDESA en Argentina las empresas necesitan del doble de horas de trabajo que en los países de la OCDE para cumplir trámites de la burocracia publica, e incluso 15% más de horas que en Latinoamérica toda); y son castigadas con una desbordada presión fiscal (según el Data Driven Argentina tiene la mayor presión impositiva relativa a su nivel de desarrollo en el planeta, siendo el único país en el que los pagos de impuestos y contribuciones superan el 100% de la ganancia neta).

Ahora bien: una manera en la que los países han logrado mejorar sus estándares de vida es la generación de ecosistemas en los que personas, organizaciones y redes de vinculación de inversión, conocimiento, producción y comercio abastecen necesidades de los demás. Empresas.

Es posible que una causa de nuestra dificultad sea que no prevalecen en nuestra sociedad los valores de la confianza, la emulación, la competencia y la organización. Pero a la vez el propio sistema ha conspirado contra las mejores: al cerrar durante lustros la economía a la competencia internacional, al desequilibrar la relación entre el sector público y el privado, al discriminar entre elegidas o desechadas; pues luego de ello se creó un ámbito en el que las más virtuosas tienen dificultades y no pocas de las que perviven son después menos creíbles. Se argumenta también que vivimos una rebelión contra la desigualdad, aunque Steven Pirker ha dicho que recientes estudios de psicología sugieren que lo que molesta en las personas no es tanto la desigualdad como la injusticia.

Hay una contradicción sin solución entre desconfiar de las empresas y alentar oligopolios (por ejemplo al preferir la economía cerrada o con distorsiones a la competencia interna). Al igual que la hay si se desconfía de los políticos pero se prefiere que el estado decida casi todo. Pero son demasiados los que creen más en el poder que en el derecho, en el control que en los acuerdos, en el orden impuesto que en los contratos. Una comunidad así desconfía naturalmente de las empresas. La palabra estatismo no se refiere solo a un estado grande sino también a la vigencia de lo estático.

Es también cierto que existe una incomodidad entre los tiempos de la política, los de la sociedad y los de las empresas. Éstas necesitan un proceso de inversión, pruemás ba/error/acierto, y suelen transitar caminos dinámicos de alzas, bajas, debilitamientos y liderazgos. Pero en una economía que mató el largo plazo nos suele guiar la ansiedad más que la esperanza.

A la vez padecemos una falla ancestral: la errónea idea de que somos un país rico ha puesto en la cabeza de muchos la sensación de que la pobreza es consecuencia del egoísmo de algunos y no de la incapacidad de producir más por parte del conjunto (así lo explicaba Armando Rivas). Si en la escuela nos enseñaron que somos un país rico, luego sus alumnos (que no son ricos) se preocuparán más por encontrar donde está su porción que en producirla.

Las experiencia de éxito en el mundo nos muestra lo opuesto: donde hay empresas y empresarios creadores e innovativos las sociedades viven mejor.

Sin ir más lejos, durante la pandemia que hoy padecemos hemos visto la capacidad de empresas mundiales: una de ellas lanzó por primera vez una nave desde Cabo Cañaveral; otra (una red social) reemplazó definitivamente a los medios oficiales para las comunicaciones políticas; otra privatizó de hecho parte de los medios de la educación al convertirse en la plataforma digital que permite a educadores y educandos contactarse a través de las pantallas; y muchas empresas globales de comunicación nos han permitido conocer y aprender sobre la pandemia cada día y en tiempo real.

Corregir la tendencia de la decadencia en Argentina requerirá muchos cambios. No uno solo. Pero uno de ellos será desactivar los impedimentos que agobian la evolución de empresas virtuosas. No ocurrirá sin reformas funcionales. Los resultados esperados requieren alinear las causas. Ya decía Thomas A. Edison que la buena fortuna ocurre a menudo cuando la oportunidad se reúne con la preparación.

Publicado en Clarín el 6 de julio de 2020.

Link https://www.clarin.com/opinion/dificil-relacion-gobierno-empresas_0_lw1gp9xPI.html

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