sábado 20 de abril de 2024
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El Proyecto Manhattan o cómo surgió la bomba atómica

En el comienzo fue una carta, fechada el 2 de agosto de 1939, en la cual el científico Albert Einstein, quien había abandonado la Alemania, su país de nacimiento en 1933, para instalarse en Estados Unidos, le escribió al presidente Franklin D. Roosevelt diciéndole que había logrado la base de desarrollo de la bomba atómica. Era una ecuación: E=mc2.

Einstein advertía a Roosevelt sobre el daño que podía infligir una bomba atómica a Occidente en un conflicto bélico de grandes dimensiones.

La carta informó a Roosevelt que ya era posible lograr una “reacción en cadena sobre una cantidad importante de uranio”. Eso posibilitaba “importantes cantidades de energía”. Este fenómeno era la base para construir bombas de gran potencia. El planeta estaba a las puertas de una conflagración mundial.

En el lugar de descanso de Einstein, en Long Island, frente al mar, había recibido la visita del físico nuclear húngaro Leó Szilárd (escapado de los nazis) quien había polemizado en los diarios con Lord Rutherford. El científico británico venía señalando una y otra vez que era imposible utilizar la energía atómica con fines prácticos.

Szilárd no era el único que se aferraba a las posibilidades de la energía atómica. También lo hacía el italiano Enrico Fermi, desde universidades de Estados Unidos y de Europa. También se investigaba en Alemania, por entonces a la cabeza de la ciencia y la tecnología mundial, con premios Nobel como el físico alemán Werner Heisenberg.

El físico nuclear húngaro sabía, ya en 1939, un año antes de la declaración de la Segunda Guerra Mundial que los químicos germanos Otto Hahn y Fritz Strassmann operaban con el descubrimiento de la fisión nuclear.

Roosevelt autorizó los estudios a fondo en riguroso secreto y las pruebas correspondientes en el desierto, alejadas de centros urbanos. Todos los científicos ya habían trabajo también en la Universidad de Columbia, en las proximidades de Manhattan. La prueba Trinity, que integraba el Proyecto Manhattan fue la primera detonación nuclear de la historia.

Los aliados de un comienzo, Francia e Inglaterra, tras la invasión de Polonia en 1939, sospechaban que Hitler estaba en vías de fabricar una bomba nuclear. Si se hubiera logrado, la historia de la humanidad y sus consecuencias hubieran sido muy diferentes a como la conocemos en estos días.

Roosevelt, precavido, ordenó, sin pérdida de tiempo (todavía Estados Unidos no participaba de la guerra) la creación de un grupo de trabajo que tenía como único objetivo la construcción de la bomba atómica. También movilizó a los laboratorios para crear el Comité del Uranio. Esto no lo sabía el Congreso, el cual estaba sumido en la neutralidad norteamericana en el conflicto europeo y molesto por la ayuda que Roosevelt le brindaba a Gran Bretaña y a su amigo Churchill.

Las noticias eran cada día más alarmantes. El espionaje británico informó que los alemanes daban prioridad a la bomba o de uranio o de plutonio, como para ser transportada en aviones.

A partir del bombardeo japonés a Pearl Harbor, Estados Unidos canalizó 2.000 millones de dólares de la época para construir lo que se dio en llamar el “Proyecto Manhattan”, a cargo del general Leslie Groves, miembro del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Groves, de inmediato, compró 1.200 toneladas de uranio mineral del entonces Congo Belga.

El General eligió al físico Julius Robert Oppenheimer, nacido en Nueva York, una especie de genio-profesor de la Universidad de Berkeley, como coordinador del equipo de trabajo. Oppenheimer sugirió la ubicación del laboratorio de trabajo en una casona de Nuevo México, un lugar en medio de la nada, especial para la concentración y el intercambio de ideas y tecnologías. También se ocupó de reclutar a los científicos que se sumarían a la tarea de lograr la bomba.

Estuvieron el ya mencionado Leó Szilárd, Enrico Fermi (Premio Nobel 1938), los químicos Harold C. Urey (Nobel 1934) y Willard Libby (Nobel en 1960), James Chadwick quien descubrió los neutrones (Nobel en 1935). Más los físicos Isidor Rabi (Nobel de 1944) y Hans Bethe (Nobel en en 1967). Del mismo modo estaban el físico teórico Richard Leymann (Nobel en 1865), el físico español Luis Walter Álvarez (Nobel en 1968) y el húngaro Edward Teller, futuro creador de la “bomba de hidrógeno”.

“Teller fue el más inteligente de todos nosotros” dijeron años después los hombres del equipo. Groves tenía miedo a la filtración de información. ¿Qué sucedió? Primero arribaron 100 personas. En 1945, casi al final de la guerra, trabajaban 6.000 técnicos en Los Alamos. Se exigía cumplir con el “secreto de Estado”. Oppenheimer se trasladaba de un lugar a otros con guardespaldas.

La gente del Estado local creía que la base creada especialmente se dedicaba a reparar submarinos. Más allá de las obligaciones en aquella comunidad, existía una vida social intensa. Oppenheimer era el primero en hacer fiestas. También se organizaban caminatas y excursiones a caballo y picnics.

Pero el trabajo era arduo. Había que conseguir la bomba antes que los nazis. Sin embargo, en 1944, después del desembarco aliado en las playas de Normandía, se sabía que Alemania ya carecía de todos los elementos para fabricar la bomba.

Hubo entonces críticas de algunos científicos en Los Alamos. En una cena muchos se quedaron helados cuando escucharon al general Groves decir que el fin de la bomba no era derrotar a Hitler sino dominar a los soviéticos. Un físico abandonó todo. Joseph Rotblat sabía que Stalin no era un santo pero también que los soldados rusos que combatían seguían muriendo en la carrera para tomar Berlín, como un símbolo de triunfo total contra el fascismo. Rotblat dedicó todo lo que le quedó de vida para solicitar la erradicación de armas nucleares. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1995.

Fue Oppenheimer quien movilizó a todos para seguir adelante. Para Niels Bohr, físico danés y maestro de Oppenheimer, la bomba era terrible, pero también una “Gran Esperanza”. Bohr también había sido maestro de los especialistas germanos.

El 12 de abril falleció el presidente Roosevelt y le sucedió su vicepresidente Harry Truman. Recién entonces, cuando se mudó a la Casa Blanca se enteró del Proyecto Manhattan. Destacados científicos, que firmaron el “Informe Franck” instaron a Truman a no utilizara la bomba.

El 16 de julio tuvo lugar la prueba “Trinity” en el desierto de “Jornada del Muerto”, en Nueva México, a las 10.30 de la mañana. Fue un éxito. Isidor Rabi declaró que “tenia la piel de gallina”. Hans Bethe sintió “que habían hecho historia”.

Estados Unidos, que había participado con esfuerzo en la reconquista de las Islas del Pacífico ocupadas por el disciplinado Ejército japonés, llegó hasta el archipiélago que formaba parte del Japón Imperial. Fue ese el momento en que se tiró la moneda, porque sabían que los japoneses se defenderían con uñas y dientes. Una cara era la posibilidad que Estados Unidos perdiera 200.000 soldados en el asalto al país nipón. La otra, era más expeditiva: tirar bombas atómicas para doblegar la voluntad del grupo de altos generales que integraban el gobierno en Tokio y el Emperador.

El 6 de agosto de 1945, el bombardero Enola Gay, despegó de una isla del Pacífico y se encaminó al Japón. La bomba atómica fue lanzada sobre Hiroshima donde no había base militar alguna. Murieron quemadas 200.000 personas por la radiación y con heridas que fueron aniquilándolos durante semanas. Sin descanso, los norteamericanos también tiraron otra bomba atómica sobre Nagasaki, con otras 150.000 víctimas.

Ya presente la Guerra Fría, en 1948 la Unión Soviética consiguió su propia bomba atómica. La amenaza de aniquilación nuclear, que antes era monopolio de los norteamericanos pasó a ser mutua. En la carrera, Truman aprobó la fabricación de la bomba de hidrógeno, que se probó con buenos resultados en 1952. A partir de entonces, la amenaza de devastación nuclear sería un fenómeno mundial que afectó a varias generaciones y que duró hasta la caída del Muro y la desintegración de la Unión Soviética.

Publicado en El Auditor el 22 de julio de 2020.

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