viernes 29 de marzo de 2024
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El coronavirus llama a la reflexión

Los economistas, la OCDE, el FMI, etc. todos corean la crisis que el coronavirus supone para la ya alicaída economía global. Ante el desplome de las bolsas del mundo, la suspensión de cientos de miles de actividades que generan valor y un pánico creciente que dispara los precios de la salud, la OCDE advierte que: “Además de medidas temporales para apoyar a empresas viables y trabajadores vulnerables, serán necesarias acciones políticas coordinadas de las mayores economías para garantizar una prestación de asistencia sanitaria eficaz en todo el mundo y proporcionar el estímulo más efectivo para la economía global. También un apoyo adicional a la política fiscal y monetaria y reformas estructurales en todos los países ayudarían a restaurar el crecimiento, mejorarían la confianza de consumidores e inversores y reducirían la incertidumbre.” Cuando los mercados entran en pánico el Estado debe hacerse cargo, sugieren.

Además, habría que ver qué Estado puede afrontar esos desafíos. Terri Gerstein, directora del Proyecto de Cumplimiento Estatal y Local del Programa de Vida Laboral y Laboral de Harvard, dijo que hay opciones inmediatas que los estados norteamericanos podrían tomar: “Los estados y las ciudades pueden aprobar de inmediato las leyes de licencia por enfermedad remunerada, para que los trabajadores con síntomas puedan quedarse en casa y no infectar a otros. Casi una docena de estados y muchos municipios requieren que los empleadores otorguen licencia por enfermedad pagada, lo que demuestra que es viable, pero la mayoría de las jurisdicciones no tienen tales leyes, por lo que es una oportunidad para una acción inmediata”. Los trabajadores, los ancianos y los débiles serán las víctimas del virus, para algunos una solución maltusiana a la crisis prevalente.

En un estudio sobre una hipotética pandemia mundial de gripe, realizado por la Universidad de Oxford, se estimó que un cierre de cuatro semanas de escuelas, casi exactamente lo que Japón ha introducido, reduciría el 0,6 por ciento de la producción en un año, ya que los padres tendrían que quedarse en casa para cuidar a sus hijos. En un artículo de 2006, Warwick McKibbin y Alexandra Sidorenko, de la Universidad Nacional de Australia, estimaron que una pandemia mundial de gripe moderada a severa con una tasa de mortalidad de hasta 1,2 por ciento reduciría hasta un 6 por ciento el PIB anual de una economía avanzada. Es decir que la economía global caerá con recortes abruptos del PBI por los trastornos de la pandemia.

El mercado per se, ante el surgimiento de la peste – recordar a Albert Camus – tiene un comportamiento no solidario que profundiza la crisis. En Europa el gel desinfectante pasó de un precio de 3 a 22 euros, un aumento del 650 por ciento, en pocos días. Y las mascarillas subieron de 10 centavos a 1,8 euros, un 1700 por ciento de aumento. En sólo un día, el paquete de diez mascarillas pasó de estar disponible en Amazon de 20 a 35 euros a, en cuestión de minutos, ofertas que superaban los 159 euros.

El 28 de febrero por la tarde, tres días después de reconocerse varios casos de coronavirus en España, los únicos dos vendedores que ofrecían los paquetes de diez mascarillas desechables subieron el precio de venta a 350 y 499 euros, respectivamente, más 13 euros de gastos de envío.

Los seguros privados de salud no cubren el coronavirus ni las enfermedades producidas por éste por tratarse de una pandemia. Tampoco estarán cubiertos quienes hayan contratado un seguro de viaje. Según los especialistas, las epidemias están excluidas expresamente en el apartado “exclusiones generales” de una gran mayoría de las aseguradoras y está en la letra chica de los contratos de las prepagas que nunca leemos ni figuran en los folletos.

Este nuevo estado de cosas agudiza la crisis del capitalismo y urge a la humanización de las relaciones de producción, a la viabilidad misma de nuestro modo de vida basado en la explotación indiscriminada de nuestro propio hábitat, situación que conocemos, pero que el coronavirus “incentiva” a considerar muy en serio.

El historiador israelí Yuval Noah Harari sospecha que la revolución biotecnológica que estamos transitando señala el fin del homo sapiens, especie homínida a la que dedica su inquietante best seller “Sapiens: Una breve historia de la humanidad”. Y los sucesos recientes y crecientes de calentamiento global y contaminación de todo tipo, tienen como colofón momentáneo la aparición y propagación del nuevo virus asiático, y en el horizonte, pandemias similares.

El filósofo esloveno Slavoj Zizek, ha declarado que la epidemia, es una señal de que la humanidad no puede vivir más como de costumbre y que “es necesario un cambio radical”. “Quizás otro virus, ideológico y mucho más beneficioso, se propague y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”, ha sugerido.

Zizek indica que “el primer modelo vago de una coordinación global de este tipo es la Organización Mundial de la Salud, de la cual no obtenemos el galimatías burocrático habitual, sino advertencias precisas proclamadas sin pánico”. “Dichas organizaciones deberían tener más poder ejecutivo”, al igual que otras organizaciones supranacionales de gobernanza global, aunque lo que comprobamos en la realidad es todo lo contrario.

Hasta aquí, el efecto paradójico es que, gracias al coronavirus, el medio ambiente del planeta está mejor porque la contaminación por carbono de la muy sucia industria china y los miles de viajes diarios cancelados, ha caído en picada. Así lo muestran las últimas imágenes publicadas por la NASA, que se centran en los niveles de dióxido de carbono, el gas emitido por vehículos y las instalaciones industriales.

El coronavirus pone en jaque la dinámica cotidiana capitalista, ralentizando la velocidad creciente que la globalización le imprime a su maquinaria productiva y saca a la luz los aspectos más indeseables y egoístas de nuestro sistema económico, pero también apela a su otra cara: la innovación y la creatividad. De alguna manera, el virus nos ofrece una oportunidad para replantear el camino actual que es, a todas luces, un callejón sin salida, el cumplimiento de la premonición de Harari. Ese replanteo va en dirección de la cooperación científica, de la información veraz y de políticas públicas internacionales que son la única manera –  también hijas de la globalización – de lidiar con este enorme problema.

              

              

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