Autor: Luis Tonelli
Es difícil realizar una evaluación de este primer año de los Fernández (Alberto y Cristina) rigiendo formalmente los destinos de este país bajo una situación tan extraordinaria en la que tuvo que desempeñarse un gobierno cuya performance ha sido extraordinariamente mala. Aquí no valen los contrafácticos tipo ¿cómo hubiera sido este Gobierno sin pandemia?, como tampoco vale los que el mismo gobierno difundía cuando disfrutaba el exitismo estúpido de una cuarentena mal hecha, y hacía repetir a sus acólitos ¿se imaginan la cantidad de muertos si Mauricio Macri hubiera ganado las elecciones?.
La única verdad es la realidad, y la Argentina luego de una cuarentena eterna, que finalmente solo cumplimos estrictamente los mismos, terminamos teniendo la misma cifra de muertos por millón de habitantes que los países que no habían hecho ningún tipo de encierro. Es cierto que el sistema hospitalario no colapsó, lo que debe llevar a algún tipo de conclusiones sobre las comorbilidades que tiene nuestra población. Pero dividimos nuestros muertos en cuotas, si se me permite el humor negro, como si fuera un Plan Ahora 12.
Esto, ya en sí mismo, marca un fracaso enorme a lo que hay que agregarle, en primer lugar, la utilización política de la cuarentena (el “discurso de la infectadura”, avalado por científicos politizados, que clausuraban toda opinión con un “Cuarentena o Muerte”; el cinismo de denunciar violaciones a la cuarentena, cuando los mimos integrantes del gobierno, especialmente el Presidente, se la pasaban incumpliéndola; la creación de un reglamento ad hoc en el Senado de la Nación, que fue convertido por la vicepresidenta en una Corte a su servicio gracias a la imposición de un reglamento estrambótico -cuando presidiéndolo, tendría que haber cumplido un rol neutral-.
En segundo lugar, la descoordinación que mostró a nuestro federalismo irresponsable en su mayor magnitud: Presidente, gobernadores e intendentes haciendo lo que querían, habilitando que se cerraran municipios y provincias a voluntad y arbitrariamente, sin ningún criterio sanitario, salvo el de volver a la Edad Media (es cierto que los federalismos en países grandes fueron los que peor se comportaron durante la pandemia). Ni que hablar del cierre de nuestras fronteras, aun cuando tuvimos más infectados que en ningún país y por Ezeiza solo podían entra ntrépidos aventureros y exportar contagiados.
Y por último, el efecto negativo de la cuarentena eterna sobre la actividad económica. Se nos decía que no era el encierro sino la pandemia la que había paralizado la economía, pero cuando la gente comenzó a salir a a la calle porque no daba, la actividad obviamente despertó, pese a que en ese momento la cifra de muertos alcanzaba su pico.
Sencillamente, la gestión de la economía bajo el COVID 19 en la Argentina fue desastrosa. El Estado se limitó a extender los subsidios que brindaba extensivamente a solo una parte de la población parada, financiándolos con emisión monetaria. La ayuda estatal fue solo una fracción de la que brindó, no solo EEUU o Europa, sino los países de la región.
Uno de los pocos logros de Alberto Fernández fue el de la refinanciación de la deuda externa y que terminó por no tener ningún efecto sobre la desconfianza generalizada sobre su gobierno. En primer lugar, la negociación duró tanto que tuvo un impacto negativo sobre el único indicador en el que los argentinos confían: el dólar. En este caso, dado el cepo, el dolar blue, cuya brecha con el oficial creció balísticamente convirtiéndose en el principal problema de la economía.
Paradójicamente, el éxito en dicha negociación se debió a la principal causa de desconfianza de los mercados hacia la Argentina: la amenaza creíble que en cualquier momento el gobierno sea dominado por sus elementos más extremos y radicalice su populismo, siguiendo los pasos de Venezuela.
En el medio de una coalición política de facciones peronistas en contradicción permanente, el Presidente pasó todo su primer año dedicándose a hacer equilibrio, reflejándose esos enormes costos de transacción de una verdadera guerra de nervios, en una administración bloqueada. Casi todos los proyectos se encallaron en las densas arenas del conflicto interno, y el gobierno ante su impotencia, recurrió al clásico expediente de la prepotencia para disimularla. Como cuando enmascaró su debilidad ante la rebelión de noveles policías de la provincia de Buenos Aires, -promovida por los intendentes conurbanos- en un asalto sin precedentes a la coparticipación de la Ciudad de Buenos Aires. (cuando la Constitución impone para eso menesteres el consenso con la parte afectada).
Para llevar adelante sus decisiones unilaterales el gobierno -al no contar con las bancas suficientes- terminó haciéndole trampa a las instituciones de la democracia liberal, lo que naturalmente llevó a una intensa judicialización de la política. Lo que ha redundado en un aumento del poder de la Corte Suprema, quien falló siempre no contentando a nadie y haciendo lo que le convenía.
Llegado a este punto, se puede decir que ni Alberto Fernández fue el Presidente que muchos esperaban con una Cristina Fernández limitada aun rol testimonial, ni tampoco se dio el Hiper Vice Presidencialismo que muchos temían. Lo que si se ha dado es una comedida de enredos, en donde el único objetivo claro provenía de la Vicepresidencia, la “inmunidad del rebaño”, sostenido por la proverbial intensidad de Cristina Fernández, limitándose Alberto Fernández a “sobrevivir sin gobernar”. Un punto de inflexión resultó la sorprendente carta abierta que la Vicepresidenta le escribió al Presidente, anoticiándolo que era él el que gobernaba (cargándole también su poca efectividad para lo único en que ella pensaba que él servía, como operador judicial) y confirmando que lo había ungido, no por ser de su confianza, sino por ser “el que Ellos querían” –léase el “círculo rojo”.
Como resultado palpable, el Presidente tomó algunas iniciativas realistas, aunque nada parecido a un relanzamiento, especialmente dándole más poder al Ministro de Economía Guzman, que pese a los cacareos izquierdistas terminó por adoptar un enfoque ortodoxo para intentar reducir la brecha con el dólar Blue y encaminarse a un acuerdo con el FMI (recortando los subsidios y las jubilaciones por las que el peronismo se había rasgado las vestiduras y llenado de piedras el Congreso).
Dicho todo esto, y acentuando un “sin embargo”, la Grieta que fue corregida y aumentada por Alberto Fernández, pese a sus mensajes en contra, ha generado un sistema de identidades opuestas (o contra identidades, ya que se está en contra del neoliberalismo o en contra del populismo) que congela a las preferencias ciudadana. Con esto quiero decir que, al mirar las encuestas, el gobierno tiene que estar satisfecho de retener casi el mismo caudal de expectativas que cuando comenzó su gestión -o algo así-.
Es que manteniendo unido el peronismo, y dándose una cierta fragmentación en la oposición (a la que se quiere ayudar eliminado ese embudo denominado PASO) el gobierno confía en ganar las elecciones del año que viene, y especialmente en su heartland, la Provincia de Buenos Aires. Y si, logra este cometido, estará a tiro de obtener quórum en Senadores y Diputados a la vez y muy cerca de imponer sus proyectos unilateralmente. Resta saber cuáles son esos proyectos, cosa que paradójicamente puede hacer estallar el conflicto interno entre la rama pro China y la rama Conservadora del oficialismo, que hoy aparecen aunados por este peculiar Populismo de las palabras, y Ajuste Brutal en los números.
Publicado en 7Miradas el 7 de diciembre de 2020.