sábado 20 de abril de 2024
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De Judy Garland a L-gante: 100 años de evolución del concepto de industrias culturales

Cuando Walter Benjamin eligió la morfina para terminar con su vida a los 42 años, ante la amenaza cierta de ser entregado a los nazis, no era consciente de su legado. Cuatro años antes, en 1936, con Hitler en el poder, había escrito un ensayo sobre el arte y los medios de comunicación, que desde su título mismo La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica describía con palabras precisas, el cambio emergente en el consumo de los bienes culturales a partir, de las nuevas tecnologías surgidas en los comienzos del siglo XX.

En su obra, desarrolló las consecuencias que el arte estaba sufriendo, por el uso cada vez más frecuente de la fotografía y del proceso de mediatización generado por la industria del cine.

Benjamin, con tanta maestría como originalidad, determinaba la perdida de la experiencia presencial en el consumo del arte, nos habla del final del ritual artístico y la pérdida del aura de la obra de arte; estas entre otras definiciones daban cuenta de sus sensaciones al ver una escultura o una pintura reproducida en una fotografía. Y entendiendo que la cita, es siempre mas fiel que la interpretación, valgan aquí sus propias palabras: “En la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de ésta. El proceso es sintomático; su significación señala por encima del ámbito artístico. Conforme a una formulación general: la técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición”.

Benjamin vislumbraba un camino sin retorno, que si bien había comenzado con la fotografía, luego encontraría en el cine, a su medio perfecto de realización. El cine no solo comunicaba masivamente, sino que era un producto inmanente de una nueva tecnología. El séptimo arte, como nueva forma de expresión, se constituía desde su génesis como el elemento catalizador del cambio cultural, uno sin otro no hubieran existido, el producto cinematográfico solo se hace posible a través de su reproducción virtual.

Sin embargo, mas allá de ser pionero en el tema, la frase “Industria Cultural”, no es propia de Walter Benjamin, les pertenece en realidad a Theodor Adorno y Max Horkheimer, líderes de la primera generación de la Escuela de Frankfurt. Estos camaradas y contemporáneos de Benjamin, tomaron su idea y continuaron hasta acuñar el concepto de industrias culturales propiamente dicho, publicando un ensayo en 1947 titulado “La industria cultural”, que había sido escrito en 1944 con el nazismo en el poder y haciendo estragos en la cultura alemana.

El cine, que era uno de los tentáculos del pulpo propagandístico de Hitler, fue descripto por los autores como el aparato perfecto para la estandarización cultural. Ya no solo por la utilización nazis, sino también por la creciente industria cinematográfica americana. Es dable recordar, que todavía no había llegado con toda su fuerza la televisión, que incipientemente comenzara a desarrollarse 15 años antes, pero que aún no era de uso masivo, lo que recién ocurriría hacia fines de los años 50, con la fabricación serial de televisores.

Si bien, Benjamin, Adorno y Horkheimer, predijeron algunas de las inevitables consecuencias de la revolución tecnológica aplicadas al arte, ninguno imaginó por aquellas épocas que la aparición de una nueva tecnología, desarrollaría la producción y reproducción del arte por fuera de las grandes industrias y mas allá del control de los estados y del poder político. Internet produjo todo esto, rompió todos los moldes y ayudo a re significar el concepto de la industria cultural.

Con internet empezó una revolución, que continuó con el desarrollo de la telefonía celular, para que las redes sociales y las plataformas digitales, se convirtieran en las medios que difunden en forma instantánea la información, generando un cambio brusco de paradigma, con la desconcentración de la comunicación como eje central y anarquizando la reglas de juego.

Todos recordamos a Judy Garland quien, como muchos y muchas artistas, creció soportando los abusos y el daño generado por aquellas industrias culturales, hasta terminar su vida en forma trágica. Las grandes productoras, eran casi el camino exclusivo para la realización artística de esos años, ese tipo de explotación fue sin dudas otra de las consecuencias de la industrialización del arte. En contraposición vemos hoy en día, emerger nuevas figuras, que con pocos recursos económicos y gracias a otra revolución tecnológica, dan a conocer su arte a velocidades supersónicas y estratificadas en sus nichos de interés, la industrias culturales de hoy en día, son diametralmente opuestas a las de antaño.

Elian Ángel Valenzuela, popularmente conocido como L-gante, es un joven argentino que a los 15 años y con una computadora que recibió del estado, comenzó sus primeros pasos en el arte musical, hoy con 21 años tiene 5 millones de seguidores en las redes sociales, vende millones de “bajadas” de sus canciones y generó su propia industria cultural.

Luzu TV, es un canal de comunicación de un joven emprendedor argentino de tan solo 29 años, Nicolas Occhiato, que se desarrolla por youtube y que cuenta en Instagram con varios millones de seguidores. Solo por dar dos ejemplos de artistas y creadores que no hubieran existido en el imperio de Hollywood, Sony Music o los grandes canales de televisión.

Industrias culturales, mismo nombre, diferente concepto. Lo que antes era concentración, monopolio y explotación, ahora es oportunidad, inclusión y crecimiento. Lo que antes era patrimonio de unos pocos, ahora se atomiza y se multiplica por millones, los millones de dispositivos móviles que existen en el mundo. Las industrias culturales son, en el siglo XXI, la forma de canalizar la creatividad y el talento de todo tipo de expresiones artísticas y de todas aquellas creaciones inmanentes de las nuevas tecnologías, usos, costumbres y culturas.

Esta época, representa una gran oportunidad para los estados nacionales, provinciales y municipales, para impulsar la creatividad y el talento de los y las ciudadanas, las industrias culturales creativas, son una realidad cotidiana, su implementación debe ser sencilla y tangible. Todos los niveles de gobierno deberían desarrollar equipos y medidas que incentiven a los ciudadanos a ser creadores de cultura.

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