viernes 19 de abril de 2024
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CFK: las razones de un liderazgo y una influencia persistentes

CFK es poderosa. Muy bien, pero ¿por qué? Y ¿cuál es la naturaleza de su poder? A mi juicio, CFK es un tigre de papel. A mediados del siglo XVI, un joven francés, Étienne de la Boétie, pensó el problema de la servidumbre, observando que ésta es básicamente voluntaria.

Se interrogaba por qué “ciudades y naciones se sujetan a veces al yugo de un tirano, que no tiene más poder que el que le quieren dar; que sólo puede molestarles mientras quieran soportarlo”. Y la democracia no siempre es una muralla eficaz contra esta servidumbre voluntaria.

La democracia mitiga el problema, no lo resuelve. CFK no gobierna tiránicamente, pero tiene el poder de hacer su voluntad con un alcance inusitado. Hace hasta la agenda del Presidente.

Se cuenta que el emperador alemán Guillermo I pasaba revista al ejército cuando comentó a uno de sus lugartenientes: “¿No le resulta asombroso, mariscal?” “¿Qué cosa, Majestad?” “Que ellos sean tantos, y nosotros tan pocos”. El emperador sabía que jugaban a su favor recursos relevantes: factores institucionales y culturales que encuadraban el vínculo; sobre todo creencias.

¿Cuáles son los recursos que hacen que la servidumbre voluntaria sea tan eficaz en el caso de CFK? Sí, está su activo electoral, pero en ese terreno no es invulnerable. Cristina ha ganado y perdido elecciones. Es sumamente rudimentario pensar que el peronismo la necesite para ganar.

Hay, desde luego, un voto “progre”, pero los simpatizantes del “Cristina eterna” están lejos de definir una elección, el voto de los sectores sociales más identificados con su figura se define en razón de factores más complejos y variados. Pero no hay un liderazgo identitario, un “cristinismo”, entre los elementos que le confieren poder. Complementariamente, Cristina podría estar convirtiéndose en un “pato rengo”, fuera cual fuere la suerte del actual gobierno (la presunta idea de una candidatura de Máximo lo confirma).

Hay, en cambio, otros activos: sus acólitos constituyen una minoría intensa, hiperactiva, imbuida de un ethos muy potente, e identitario – en ese plano, decisivo, sí existe el cristinismo. Y están viviendo su fase de hubris; de aquí extraen una fuerza y una moral que los demás por el momento no tenemos. Están, además, acicateados por una visión según la cual – literalmente – se juegan el todo por el todo. Actúan más que con la audacia del político competente, con la temeridad desprovista de cálculo.

Todo esto dota de mucha fuerza a quien así se comporta. Por ahora, no se desalientan por fracasos como la imprudente iniciativa sobre Vicentin (por el contrario, parece un tic de reiteración: la 125, los medios, etc.).

Cuentan con otro activo de gravitación: las redes de gobernabilidad y administración de los pobres: son varios millones de ciudadanos, sobre todo jóvenes, que viven en gran medida gracias a esas transferencias, más allá de cuáles sean sus preferencias políticas o cálculos electorales. Las redes constituyen una fuente de ingresos para quienes las administran y manipulan políticamente, y un potencial de movilización que es un instrumento central de la política argentina.

El control del desorden potencial es un activo de peso. Las redes institucionales propiamente estatales, y que cuentan con terminales en todo el país, como ANSES y PAMI y otras áreas estratégicas también cuentan: proporcionan llegadas directas a un conjunto de cuadros numeroso y manejan recursos de gran monto.

Creo que estos son factores clave a la hora de entender el peso electoral que se le concede a Cristina. Sin embargo, a mi juicio todo esto, con tenerlo en cuenta y todo, no explica lo fundamental. Hay algo así como un círculo causal indefinido: ¿tiene capacidad de mantener un piso electoral importante y un poder de agenda en el gobierno porque cuenta con esos activos, o cuenta con esos activos porque se cree en su capacidad electoral y en su poder de agenda?

En verdad, el principal activo de poder de CFK es otro: su capacidad de hacer daño. No de hacer daño al país o a la sociedad argentina que mayoritariamente no la respalda, sino a sus propios seguidores y a los peronistas que no integran las huestes cristinistas; a los peronistas fisiológicos, digamos, que son mayoría y garantes de la perdurabilidad del peronismo en el futuro.

Cristina, en el ejercicio de su “poder de agenda”, juega ante ellos el juego del gallina, a sabiendas de que quienes son desafiados por ella considerarán suicida aceptar el desafío. “No intentes pararme porque es peor”. CFK actúa como si estuviera dispuesta a morir en la colisión, con la certeza de que todos los involucrados saben que ese mismo destino les espera a ellos, y para evitarlo cooperarán.

Es este miedo infundido por dosis de comportamiento temerario, con ingredientes de cinismo y desprecio por la realidad, el que da una respuesta a las preguntas que hace siglos se hacía de la Boétie: “¿Cómo ejerciera el despotismo sobre vosotros sino mediante vosotros? ¿Cómo se atrevería a perseguiros si no estuviera de acuerdo con vosotros?”.

La respuesta es el miedo. El peronismo tiene escuela en la moderación interna de desequilibrados peligrosos a los que ha temido, pero los resultados son malos sin excepciones. Fue así con los Montoneros, y fue así con Menem. Y como decía el joven francés: “No se necesita pulverizar el ídolo, será suficiente no querer adorarlo; el coloso se desploma y queda hecho pedazos por su propio peso, cuando la base en que se sostenía llega a faltarle”. Es en el miedo donde se encuentran las fuentes de poder político de CFK.

Publicado en Clarín el 27 de agosto de 2020.

Link https://www.clarin.com/opinion/cfk-razones-liderazgo-influencia-persistentes_0_LI1oO1j8J.html

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