jueves 28 de marzo de 2024
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Aprender para avanzar

La Argentina es testigo de un recurrente debate de ideas en torno al tamaño de su sector público y a las facultades que el Estado tiene o deja de tener respecto de múltiples aspectos de la vida de las personas. No constituye ninguna novedad decir que nuestro Estado tiene características deformes, se ocupa mal de muchas cosas que no deberían constituir su prioridad, y ha abandonado otras esenciales; ha sido colonizado políticamente en muchas áreas, ha renunciado en muchos casos al apoyo profesional disponible, como en el caso de la política exterior, arrastrando a la nación a posiciones vergonzantes. En síntesis, esta degradación estatal lesiona la legitimidad democrática y sintetiza lo peor de nuestra cultura política.

El debate en torno a la burocracia pública no puede ser tratado a la ligera. Alrededor de ese debate se juegan los conceptos de libertad, justicia, competencia, privacidad, poder, etc. Las respuestas pendulares, habituales en la Argentina, no han dado buenos resultados, y asociar “la libertad” a la falta de intervención pública es una ligereza. Sin ir más lejos, podríamos preguntarnos si la educación pública obligatoria aumenta o disminuye los niveles de libertad.

Quienes creemos que el ideario de la libertad no es una moda, pensamos que este tema debe atenderse con rigor y con sentido propositivo, porque en él se juega la gobernabilidad y con ello el futuro del país. Estoy del lado de los que creen que enfrentamos un agotamiento terminal de nuestro modelo de sector público agregativo. El Estado como “máquina de hacer favores”, está roto, es imposible de financiar, constituye un fraude en término de derechos, es predatorio respecto de las actividades productivas y, lo que es peor, diluye las posibilidades de gestionar desde el mismo los aspectos de la vida social que necesariamente requieren su concurso (como la seguridad o la salud pública).

El kirchnerismo empeoró un Estado que venía mal, carente de prioridades y desgastado. A lo que le sumó elementos de marcado control social y un verdadero desborde de oficinas y superposiciones inexplicables e injustificables, que han constituido un “loteo para resolver la interna”. La Argentina necesita reformas profundas, que alineen la voluntad de transformación de la sociedad con otro modelo de Estado, pero considero un fraude plantear las reformas como una operación sencilla o carente de riesgos.

Justamente esa complejidad es la que nos debe estimular a buscar criterios que puedan servir de norte, con el suficiente sentido pragmático y alejados de la pretensión de ser una receta mágica. La construcción de un Estado eficaz, la reconfiguración de nuestra economía y, como consecuencia, la resolución de una agenda social cargada de problemas merece una atención que va más allá de la denuncia vacía.

Al respecto la socialdemocracia alemana, que tanto ha contribuido al debate público luego de la Segunda Guerra, nos ha legado en su programa de 1958, una frase sencilla que condensa una perspectiva compleja, al mismo tiempo desafiante y flexible: “Tanto mercado como sea posible, tanta planificación como sea necesaria”. Una consigna que debe ser completada con criterio, que no es una receta mágica, y que nos obliga al pragmatismo responsable.

En la Argentina, en vez de tratar de inventar experimentos novedosos, alguna vez podríamos aprender de quienes lo hicieron antes y mejor.

Publicado en La Nación el 18 de abril de 2022.

 

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