jueves 28 de marzo de 2024
spot_img

El populismo, hijo del fascismo

A comienzos del siglo XX las luchas políticas eran más sencillas y abiertas: los había liberales, conservadores, reaccionarios, progresistas y revolucionarios. Es a fines de la Segunda Guerra Mundial cuando aparece un abismo a sangre y fuego: fascismo vs. comunismo y distintas izquierdas. No hay entre ellos acuerdo posible. Todo se dirime a balazos y bombazos.

Terminada la guerra fría la izquierda se autodestruye, no encuentra su rumbo ni su razón de ser si se quiere mantener en estado puro. Pero el fascismo es un bacilo latente. De pronto, en las últimas décadas ha reaparecido, con fuerza, expresando todo el pensamiento de “derecha” que va de suave a extrema. De palabra y de acción. América Latina, Asia, Europa y Estados Unidos eligieron otra variante. Por ejemplo, el populismo tal como lo vemos reflejados en diarios y noticieros es una “bestia” que fue parida por el fascismo y que guarda muchas similitudes con los delirios del parto.

Algunos lo quisieron ver, sin demasiados recovecos, como una continuación del fascismo, con todos sus delirios y defectos. Continuaban adhiriendo a querer un régimen totalitario con todos sus rasgos de violencia.

Un reciente libro del historiador Federico Finchelstein, egresado en Buenos Aires, doctorado en Cornell University, actual profesor de The New School for Social Research en Nueva York recorre todos los caminos posibles desde su mismo título Del Fascismo al Populismo en la Historia.

Para Finchelstein no se puede definir al populismo que conocimos, por ejemplo, en nuestro país con Kirchner y Cristina y con todos los casos similares en América Latina simplemente por su pretensión de representar en exclusividad contra las élites. No se trata solo de que los populistas quieren actuar en nombre de todo el pueblo. También creen que se su líder “es” el pueblo, el que debería reemplazar a los ciudadanos en la toma de decisiones. Pero el líder puede convertirse en el mismo pueblo, lo personifica y hasta lo puede reemplazar, pasa a ser su voz. Así las cosas, la voz del pueblo solo puede conocerse por boca del líder.

El líder tiene que ser autoritario e inflexible. Sin ese tipo de líder el populismo es una forma histórica incompleta. Por eso mismo el líder hace lo que le plazca, derrumba todos los cimientos del pensamiento liberal, y las instituciones creadas a lo largo de los siglos son nulas, no sirven para nada (como me dijo alguien últimamente: “El Congreso ¿Para qué sirve el Parlamento?”).

Pero para los populistas es el enemigo el que está en contra de la democracia, no ellos. Del populismo de izquierda argentino o venezolano a los populistas de las extremas derechas francesa y alemana, los populistas sostienen que defienden al pueblo de la tiranía y la dictadura. ¿Es esa línea la que defienden Putin, Marie Le Pen, Berlusconi y tantos más?

Viviendo dentro de la burbuja populista, los líderes, regímenes, reinventan la realidad en función de sus imperativos ideológicos.

Hay populismos de izquierda y de derecha. El candidato a las próximas elecciones mexicanas Andrés López Obrador, un verdadero sismo político en estos momentos donde espera el apoyo de los electores menores a los 30 años, quiere barrer con un espíritu y un discurso populista extremo, a todos los partidos del pasado que se consideran democráticos. Tiene casi el 80% de probabilidades de ganar.

Todo populismo se arroga la representación absoluta de un pueblo entero. A menudo, como dijimos, lo traduce delegando todo el pode en el líder. El líder dice saber lo que el pueblo quiere todo lo mejor que el pueblo mismo desea.

Finchelstein considera que este nuevo siglo XXI se caracteriza por la crisis, la xenofobia y el populismo. Pero estos rasgos no son nuevos, ni son simples reencarnaciones. Comprender el evidente renacimiento del populismo es, en realidad, entender la historia de su adopción y sus reformulaciones a lo largo del tiempo. Se verá que el pasaje del fascismo al populismo a lo largo del tiempo ayudarán a comprender mejor las amenazas política que hoy pesan sobre la democracia.

El populismo moderno, en un comienzo neo-fascista -cuya expresión en América Latina en la década del cuarenta fue representado por Juan Domingo Perón y Getulio Vargas en Brasil-, de la misma manera que el fascismo condenan el orden de las cosas de la democracia liberal y representan una reacción masiva. Hacia 1945 el populismo había llegado a representar una continuación del fascismo, pero también una renuncia a ciertos aspectos dictatoriales determinantes. El populismo intentaba reformular y modular el legado fascista en clave democrática. Para acceder al poder no dejó el fascismo del todo atrás. Ocupó su lugar mientras se convertía en una nueva “tercera vía” entre el liberalismo y el comunismo.

Y los términos ingresaron en el léxico cotidiano, pero más allá de todo, el fascismo, como el populismo suele servir para designar el mal absoluto, el desgobierno, los liderazgos autoritarios y el racismo. A escala desigual, el populismo no es una patología de la democracia sino una forma política que prospera en democracias particularmente desiguales, en lugares -como define Finchelstein- donde la brecha de ingresos crece y la legitimidad de la representación democrática decrece. El populismo puede reaccionar socavando la democracia aun sin destruirla y si y cuando lega a acabar con ella, deja de ser populismo y se convierte en otra cosa: una dictadura.

La única verdad del populismo es que el líder y la nación forman un todo. Para el populismo, la voluntad singular de la mayoría no puede aceptar otros puntos de vista. Así, el populismo se parece al fascismo en el hecho de que es una reacción al modo en que el liberalismo y el socialismo explican lo político.

Y de la misma manera que el fascismo, el populismo no le reconoce un lugar político legítimo a una oposición a la que acusa de actuar contra los deseos del pueblo. Si el populismo pasa de esa enemistad retórica a poner en práctica la identificación y persecución de enemigos, sin vueltas se ha transformado en fascismo duro o en algún otro tipo de represión dictatorial. Es algo que ya ha sucedido en los años 70 con la Triple A y la “Guerra Sucia” de la Dictadura.

Fascismo y populismo no piensan igual al mismo tiempo. El fascismo celebra una dictadura, el populismo nunca. El fascismo idealiza y pone en práctica formas crudas de violencia política que el populismo rechaza… en teoría. Eso no significa que no formen parte de la misma familia de pensamiento y acción.

El fascismo no sólo fue en la historia como una ideología global, algo del que se podían calcar otros. Fue un fenómeno transnacional tanto dentro como fuera de Europa. Formación contrarrevolucionaria moderna fue ultranacionalista, antiliberal y antimarxista. Su propósito principal era destruir la democracia desde adentro para crear una dictadura moderna “desde arriba”.

El trabajo de investigación de Finchelstein es un aporte muy importante en estos tiempos de neblina política y azoramiento en el mundo. Permite reflexionar, comparar, agregar, sumar, llegar a interrogantes que quizás el libro no se haya propuesto contestar. 

Publicado en El Cronista el 4 de abril.

Link https://www.cronista.com/columnistas/El-populismo-hijo-del-fascismo-20180404-0026.html

spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Alejandro Garvie

Marielle y Brigitte, crímenes políticos horrorosos

Fernando Pedrosa

Argentina no puede cambiar hace años, pero ahora quiere hacerlo rápido y dos veces

Maximiliano Gregorio-Cernadas

El trilema de Oppenheimer y la encrucijada argentina