jueves 28 de marzo de 2024
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¿Qué hacemos con las prácticas laborales?

La educación y el trabajo conforman órbitas con racionalidades bien distintas. La relación que se construye entre ambas nunca fue fácil. A lo largo de la historia y desde distintos sectores se han levantado voces -por cierto pocas veces escuchadas- convocando a un debate ecuánime sobre el mejoramiento de estas complejas relaciones.

Siempre ocurrió, pero en la actualidad por ciertas particularidades propias del momento histórico parece una tarea doblemente gigantesca. En las últimas décadas, el mundo del trabajo cambió en casi todas las ramas laborales, muy radicalmente en los sectores más dinámicos de la economía produciendo una fuerte segmentación en el mercado del trabajo. Acompañando estos cambios las leyes que lo regulan, las formas de organización y las tecnologías utilizadas también han sufrido enormes transformaciones. En particular, en nuestro país y a lo largo de estas últimas tres décadas se han desarrollado procesos que han desembocado en enormes masas de la población desempleadas o en una fuerte informalización laboral. Por lo tanto hablar de “trabajo” en Argentina implica asumir en primera instancia, hablar de desempleo e informalidad y a la vez abordar “nichos” laborales con necesidades educativas altamente especializadas. El desempleo, la precarización y la más prolongada inactividad de los jóvenes han llevado, por otra parte, a la ruptura de los mecanismos de socialización laboral más tradicionales. Por cierto, la entrada al mundo del trabajo hoy es una transición incierta en la que pocos jóvenes logran realizar una acumulación en términos laborales. Las decisiones vocacionales-ocupacionales también son menos determinadas y más cambiantes y el empleo entonces, se desplaza del lugar central en la constitución de las nuevas identidades sociales de los jóvenes. Pareciera -aunque tengo dudas al volver a leerlo- que los jóvenes “dependen” menos del mundo laboral para construir el conjunto de rasgos que los confirmarán como adultos.

Por su lado, el sistema educativo, también sufrió cambios aunque mucho más lentos. De ahí que surjan interrogantes todavía no muy bien respondidos por la evidencia empírica que brota de las investigaciones en este campo ¿Puede (agregaría “debe”) acompañar la escuela la velocidad de los cambios que sufre el mundo del trabajo? ¿Cómo mejorar esas conflictivas relaciones entre la escuela y el trabajo? ¿Cómo aborda la escuela los problemas de enormes sectores de la juventud que tiene dificultades para conseguir empleo? Y en este marco, la pregunta que nos atañe hoy particularmente ¿Son, sí o sí, lo que denominamos “prácticas educativas profesionalizantes” el mejor camino? Y si lo son, ¿Cuáles son las que realmente servirán para una futura inserción laboral virtuosa de los alumnos de nuestro nivel secundario?

Discutir seriamente estas prácticas debería obligarnos a poner el foco en cuáles de ellas podrían tener efectos positivos sobre las trayectorias laborales futuras y cuales no. En este sentido, los especialistas del mundo laboral nos ponen sobre aviso de un elemento trascendental: si el “puesto” al que se accede tiene cierto grado de complejidad, garantiza entrenamiento certificable y trayectoria de promoción al interior de las empresas, todo bien. Pero si no cumple esta premisa existe una fuerte posibilidad de que se esté garantizando un flujo de fuerza de trabajo barata o gratis que presione sobre los “malos puestos”, provocando una alta rotación laboral y la consiguiente baja del salario en esas actividades. Y si esto ocurriese la práctica tiende a no significativaen los aprendizajes del alumno incumpliendo el objetivo central.

En la esfera labora está estudiado hace rato. Peter Doeringer y Michael Piore en Internal Labor Markets an Manpower Analysis, señalan que si la elevada rotación no afecta la calidad del trabajo la empresa tiende a no invertir en la calificación de los trabajadores, paga malos salarios y esos puestos terminan no teniendo ninguna trayectoria de promoción. Dicho de otra manera, algunos especialistas afirman que si los practicantes entran por ese camino, crecen exponencialmente las posibilidades de que de ahí no salgan más. Si por el contrario, la oferta se relaciona con la posibilidad de calificar al estudiante en su trayectoria laboral, todo mejora y entonces el debate se traslada a las condiciones en las que se da esta práctica.

Esto nos lleva a un punto interesante: dado que existe la imposibilidad efectiva de garantizar la cantidad necesaria de esas “prácticas de calidad”, no deberían ser obligatorias porque tendería a primar la oferta de “malos puestos”. La baja oferta de prácticas con contenido formativo y la contrapartida de alta demanda por obligatoriedad sólo convertiría las experiencias en algo frustrante para todos aquellos que no accedieran a prácticas de calidad. Por lo tanto, un primer elemento a tener en cuenta sería como se articula la necesidad de las prácticas con la oferta disponible y la consiguiente obligatoriedad o no para los alumnos. Tal como plantea Claudia Jacinto y Carolina Dursi en “Los nuevos sentidos de las pasantías en la escuela secundaria”, al momento de analizar los impactos de las prácticas educativas sobre las trayectorias posteriores de los alumnos practicantes concluyen que “un diferente punto de partida lleva a un diferente punto de llegada”. En este trabajo dan cuenta de cómo diferentes modelos de abordaje de las prácticas educativas por parte de las instituciones escolares cruzado con los perfiles y expectativas de los alumnos pueden brindar resultados alentadores o todo lo contrario, subrayando que en varios de estos casos la práctica, como podía esperarse, nunca reemplaza la solidez de la formación técnica que debe aportar la misma educación secundaria. Entonces en este punto será interesante ver que mecanismos de asignación se utilizan para la distribución de las ofertas de “prácticas educativas laborales” teniendo en cuenta las calificaciones “laborales” de los alumnos.

Otro tema a tener en cuenta es cierta inconsistencia en los discursos que circulan por estos días entre el presente y el futuro. Por un lado se debate el tema de la creciente “robotización” -ojo que en algunas ramas el futuro ya llegó- y al mismo tiempo se plantean posibles prácticas educativas como inicio de trayectorias laborales en puestos que ya no existen o dejarán de existir en breve. De alguna manera, ¿algunos plantean “prácticas educativas” en “fábricas de carretas” mientras Henry Ford está lanzando al mercado el Ford A? Algo complicado de entender si es que el proyecto no está suficientemente trabajado desde lo educativo. En este punto surge la mayor parte de las veces, “la importancia de incorporar determinadas conductas, comportamientos y hábitos”, que constituyen la exigencia más frecuente por parte de los empleadores en los trabajos a los que se puede acceder. Aunque nos parezca una singularidad no debería dejar de ser “normal” el plantearse estas premisas en una sociedad donde estamos entrando en la tercera generación sin experiencia familiar laboral formalizada, un tema nada menor.

Sin embargo y teniendo en cuenta la incertidumbre de la configuración del mercado laboral en el “mundo del futuro” en vez de acelerar su ingreso al mercado, quizás podría ser mejor demorarlo y formarlos más en los “trabajos del futuro” que insertarlos en trabajos que están pronto a desaparecer. En definitiva, la propia escuela podría encargarse de la función de crear esos “hábitos necesarios”, algo para lo que también fueron creadas hace casi tres siglos y que hoy parece intentamos trasladar al mundo laboral.

Apoyando estas mismas ideas, hay quienes piensan desde una esfera más económica, ya que las prácticas tendrán un alto costo para los estados -también para los privados- porque no invertir ese dinero en un buen sistema de becas para que los alumnos continúen estudiando unos años más, retrasando y mejorando las condiciones de entrada a ese mundo laboral futuro. Otra mirada sobre el mismo objeto de estudio.

Por último, en Argentina y particularmente en la Ciudad de Buenos Aires existe suficiente investigación y experiencias educativas a lo largo de las últimas tres décadas que seguramente aportarían en la construcción de un proyecto que asegure tanto los sentidos tradicionales de las prácticas educativas como las nuevas dimensiones que han aparecido y que influyen positivamente sobre las trayectorias tanto educativas como laborales. Queda sólo convocar a aquellos que han trabajado sobre estos temas para profundizar miradas y mejorar mucho de lo que ya se está haciendo en nuestras escuelas. Sí, hoy en casi un tercio de nuestras escuelas secundarias de la Ciudad existen programas de prácticas educativas, todas enmarcadas en la Ley 3541 de CABA, aprobada en 2010 en la Legislatura y promovida por el propio Ejecutivo local en conjunto con la Resolución 1896/2011 del Ministerio de Educación de la Ciudad que aprueba los convenios marco y específicos para realización de las prácticas. Por lo visto, nadie inventó nada en estos últimos meses…

Como ven no todo es “color de rosa”. Tampoco todo es negro o blanco. Aunque, ciertamente, parece muy difícil hoy poner en duda algo, cuando varios encuentran soluciones únicas a problemas complejos. No estoy tan seguro que estemos en condiciones de aceptar que, de eso también se trata la incertidumbre…

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Veinte Manzanas

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