jueves 28 de marzo de 2024
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Tres decisiones radicales cambiaron la Argentina

 

Todos están homenajeando a Hipólito Yrigoyen. Desde Mauricio Macri hasta CFK detectan que pegarse al Peludo es quedar del lado de los buenos.

Algunos celebrantes, con astucia, intentan colocar a la Unión Cívica Radical en el rincón de los anticuarios, espacio simpático e inofensivo. Rebosante de pasado, vacío de futuro.

Advierten, claro, que el radicalismo se ha encogido y atraviesa desde hace años caminos de zozobra. Que su aparato electoral es azotado por el agrietamiento de viejas lealtades.  

Así y todo es bueno recordar que los radicales –decaídos y viviendo peor que nadie la crisis del sistema político– han seguido siendo protagonistas decididos y muchas veces determinantes del destino nacional. Incluso hoy.

Si uno ama la historia de los acontecimientos –como hace la prensa– el 12 de octubre de 1916 consagra al primer presidente verdaderamente elegido por los ciudadanos: Hipólito Yrigoyen.

Dos reflexiones: no fue apenas un suceso. Fue un larguísimo proceso de más de un cuarto de siglo. Desde el 26 de julio, con aquella Revolución del Noventa que liquidó la presidencia Juárez Celman y que inició la lucha en pro del sufragio popular.  Una marcha desde el llano repleta de derrotas, persecuciones y cárcel, también de deserciones y rupturas internas. 

Las élites no se dieron por vencidas pronto. Volvieron a elegir presidentes con voto restringido en 1892, 1898, 1904 y 1910. Pero el último de ellos, Roque Sáenz Peña expresó al sector de la élite que consideraba inadmisible construir un país moderno sin el voto popular y consagró el sufragio obligatorio, universal y secreto.

A partir de esa ley y de 1916, hubo dos tipos de gobierno: los ungidos por el pueblo y los de facto. Sólo los primeros representaban la legitimidad democrática.

Sin embargo, los presidentes legales fueron sistemáticamente barridos del poder. Después del derrocamiento de Yrigoyen, la legitimidad dañada no podía restablecerse. Pasó medio siglo.

Hasta que en 1983 la Unión Cívica Radical logró imponerse por vez primera al peronismo en elecciones presidenciales. Lo más importante no fue eso. Fue que el presidente Raúl Alfonsín castigó por primera vez a golpistas exitosos, condenó a prisión a las Juntas Militares responsables de las desapariciones, tormentos y asesinatos y con esa prueba de valor cívico   terminó con el golpismo militar (no sin antes sufrir tres levantamientos carapintada).

La UCR se fue debilitando. Errores chicos, medianos y grandes, un mundo adverso en las coyunturas que le tocó gestionar, y cierta maledicencia fueron presentándolo como una organización caduca, rebosante de mediocridad y politiquería.

Pero en 2015 tomó una decisión clave contra el intento más peligroso surgido desde la democracia de intentar sepultar la República. Un intento hegemónico autoritario, que iba a perpetuarse. El radicalismo, más débil que en 1916 o en 1983, supo que todo dependía de sí. Y fue indispensable a la hora de armar una alianza que derrotara tamaño peligro.

En síntesis, las actitudes radicales, en diversos casos, influyeron decisivamente  en el rumbo argentino. El radicalismo inauguró la legitimidad de llegar al gobierno por el voto popular. Yrigoyen ha aplastado a quienes lo destituyeron. La historia los ha condenado. Dos, 1983. Fue el radicalismo el que sepultó medio siglo de golpismo. Las Fuerzas Armadas de hoy están lejos de la disputa por el poder político. Ningún argentino menor de cuarenta años piensa que alguna vez pueda ser de otro modo.

Y hace menos de un año, colaboró en liquidar un proyecto que amenazaba hacer de la Argentina un país sin esperanzas, un intento de convertir a los ciudadanos en mendigos. Mendigos ricos que conseguían negociados con el Estado. Mendigos pobres a los que se chantajeaba, ofreciéndole un poco de dinero a cambio del voto y el alma.

La UCR exhibe más derrotas que triunfos. Sus vencedores –y sus verdugos– estaban seguros de sepultarla. Hasta ahora, logró regresar. A veces mejor, otras más débil, muchas con equivocaciones. Pero siempre volvió, insumergible.

 

 

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