viernes 19 de abril de 2024
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Liu Xiaobo, lo que duele de China

“La franja y la ruta”, esa iniciativa global/regional del gigante asiático quedan manchados ante la muerte ominosa de un pensador de los derechos humanos. Cuando tememos por la política errática y errada de Donald Trump con respecto a su responsabilidad en el orden mundial, tememos por la supremacía de regímenes  que no pueden ocultar su costado opresor con el inmenso desarrollo tecnológico y económico.

Liu Xiaobo, el intelectual disidente chino que mantuvo la vigilia en la plaza de Tiananmen en 1989, para proteger a los manifestantes de soldados – salvando a miles del baño de sangre, falleció a los 61 años. Así lo comunicó la oficina de justicia de Shenyang, la ciudad en el noreste de China, donde el Sr. Liu estaba siendo tratado de un cáncer de hígado. Si bien estaba en libertad condicional debido a su salud quebrantada, Liu fue silenciado hasta el último minuto de su vida por el régimen chino.

Al igual que el pacifista alemán anti nazi Carl von Ossietzky, Liu es el segundo Premio Nobel de la Paz que muere bajo un régimen opresor. Liu, ha estado bajo arresto domiciliario desde antes que se le entregara su Premio Nobel en 2010.

Zeid Ra'ad al-Hussein, alto comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos, dijo el jueves: “El movimiento de derechos humanos en China y en todo el mundo ha perdido a un campeón. Dedicó su vida a defender y promover los derechos humanos, consecuentemente, y fue encarcelado por defender sus creencias.”

Terry E. Branstad, embajador de Estados Unidos en China, dijo: “China ha perdido un modelo profundamente basado en principios que merece nuestro respeto y adulación, no las penas de prisión a las que fue sometido…  … Pedimos a China que libere a todos los presos de conciencia y respete las libertades fundamentales de todos.”

El último eslabón de su cadena de arrestos fue en 2008, después de haber ayudado a iniciar la Carta 08, una audaz petición pidiendo democracia, el estado de derecho y el fin de la censura. Un año más tarde, un tribunal de Beijing lo juzgó y condenó por incitación a la subversión – término muy significativo para los argentinos.

La petición y los ensayos sardónicos de Liu contra el gobierno chino fueron citados en el veredicto. El Sr. Liu respondió a su dura condena con una advertencia sobre el futuro de China: “Una mentalidad enemiga envenenará el espíritu de una nación e inflamará luchas brutales de vida y muerte, destruirá la tolerancia y la humanidad de una sociedad y obstaculizará el avance de un país hacia la libertad y la democracia.”

Al momento del juicio, el Sr. Liu ya era el disidente más conocido de China, y su fama creció aún más cuando fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. Como no pudo recoger su Premio, en Oslo se lo representó en la ceremonia con una silla vacía. El alegato final de su juicio, que no se le permitió leer, sirvió en su ausencia como su conferencia Nobel.

Nacido en 1955, tenía once años cuando Mao decidió cerrar las escuelas. Aun así leyó libros dondequiera que pudiera encontrarlos. Sin maestros que le dijeran lo que el gobierno quería que pensara acerca de lo que leía, empezó a pensar por sí mismo. Mao le había enseñado inadvertidamente una lección que se oponía directamente a la meta que el régimen se había trazado: convertir a los niños en “pequeños soldados rojos.”

Xi Jinping, dos años menor que Liu, también se quedó sin escuela y escogió el camino de la burocracia partidaria que lo encaramó en la cima del poder. Carcelero y prisionero son productos de la “Revolución cultural” de Mao, de ese mundo que es China. O, en términos chinos de un mundo que es indefectiblemente chino.

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