viernes 26 de abril de 2024
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El entramado social de las Bibliotecas Populares

Nacen desde los barrios, desde los pueblos o las parroquias, en los años que se está construyendo el Estado Nacional. Será Sarmiento quien les ofrezca un marco legal, inspirado por los clubes de lectura que Benjamín Franklin impulsa en los jóvenes Estados Unidos.

La Ley 419 del 23 de septiembre de 1870 crea la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP), probablemente el ámbito estatal de fomento de una política pública con más años de permanencia en un país con pocas experiencias en ese sentido.

Raúl Alfonsín les dio el último marco legal, con la Ley 23.351, autoría de Adolfo Stubrin, decreto reglamentario del 6 de julio de 1989 (firmado por los ministros José Dumont y Jesús Rodríguez). Desde 1990, por decreto 1932, el 23 de septiembre se celebra el Día Nacional de las Bibliotecas Populares.

Son reductos de la democracia durante los años oscuros, como bien lo señalaran autores como Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero. Allí, en el patio de una Biblioteca Popular no hay lugar solo para los libros, hay espacio para la ayuda escolar, para el teatro comunitario, para la bolsa de trabajo, para el cine club y para la discusión de ideas.

No son una institución estatal. Pero no por ello son ajenas a la política. En un pueblo pueden convivir la Biblioteca fundada por los conservadores con la de fuerte influencia del pensamiento utópico socialista de fines del siglo XIX.

La pasión por la lectura puede caber en una pieza de un vecino solidario o en un edificio sostenido por paredes firmes. En un rancho o en una plaza. Pueden llevar más de un siglo en el barrio, testigos de tres centurias, o ser creadas en los primeros años de este siglo complejo.

Las hay registradas, casi mil hasta los años 90. El doble después de esa década. Las hay sostenidas a pulmón, buscando el reconocimiento estatal tan necesario para subsistir y para mantenerse.

Son un entramado barrial que se multiplica. Son el living de las casas en los barrios carenciados para los chicos que de otra manera no tendrían acceso a internet o a los manuales que necesitan para completar sus trabajos.

Son solidarias. Las primeras en gestionar, recibir y distribuir donaciones.

Son productivas. Desde el taller de tejido hasta el de instalación de modernos aparatos de aire acondicionado encuentran en aulas de bibliotecas un lugar para la educación alternativa.

Atravesando tres siglos, varios gobiernos, leyes, presupuestos y reglamentaciones, allí siguen las Bibliotecas Populares. Cada vez que un niño, en un rincón polvoriento de los estantes más alejados descubra asombrado al viejo Salgari, habrán cumplido, otra vez, con su objetivo.

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