Hong Kong plantea el renacimiento de la resistencia pacífica (una estrategia que puso en acción el líder indio Mahatma Gandhi) como táctica de presión a un gobierno. Hay ausencia total de violencia, con excepción de la salvaguarda ante los ataques de las fuerzas de seguridad.

En ese enclave con vida propia dentro del inmenso territorio de la China comunista millones de manifestantes exigieron democracia, protestaron por la brutalidad policial y la negativa de una posible extradición de ciudadanos a Pekin, vulnerando acuerdos entre las dos partes.

Hong Kong fue territorio británico en China, igual que los que tenían otros países europeos desde la guerra del opio, a mitad del siglo XIX. Los nombres de sus habitantes tienen connotaciones inglesas, muchas costumbres siguen el ritmo de Gran Bretaña pero todo terminó cuando concluyó el acuerdo de la cesión ofrecida a el gobierno comunista en 1997.

La constitución de Hong Kong sigue el modelo británico, jerarquizando la transparencia. Ofrece garantías, como el derecho de la ciudadanía a protestar, a tener una prensa libre y a gozar de libertad de expresión.

Es decir, es un punto geográfico en el planeta que tiene su propia democracia. Cuando cesó la presencia inglesa, Pekín prometió que no interferiría en la vida de Hong Kong. Ahora cambió de opinión y quiere una “jurisdicción completa” sobre la pequeña región. La denuncia de sus habitantes es que China comunista comenzó a intervenir en los derechos antiguamente concedidos. Se sienten atacados. China continental es el principal socio de Hong Kong en materia de comercio. Es un centro financiero de primer nivel en el mundo y, se dice, que varios bancos guardan dinero producto de la corrupción de los funcionarios pekineses.

En tren de reclamo, durante largas semanas hubo sentadas como señal de resistencia en todo sitio público, incluso ocuparon el aeropuerto y llegaron a cancelar más de 250 vuelos desde y hacia Hong Kong. Recibieron las andanadas de la policía hasta que los ciudadanos comenzaron a portar palos largos para golpear a los atacantes. Varias empresas locales enfrentaron señalamientos que simpatizaron, en varios sentidos, con los manifestantes.

Por supuesto, los jerarcas del gobierno local calificaron los reclamos como “turbas violentas y criminales” para justificar la acción de las fuerzas de represión. Encarcelaron a varios líderes juveniles que luego fueron liberados porque, finalmente, las autoridades cedieron ante la rebelión pacífica y dieron marcha atrás. Con ello terminó un “calvario” de tres meses.

Para los analistas políticos el caso de Hong Kong es similar a lo ocurrido en Filipinas contra el dictador Ferdinand Marcos, quien guardaba centenares de millones de dólares en bancos norteamericanos. También hay puntos de contacto los movimientos que terminaron con la independencia de varios países bálticos como Estonia, Letonia y Lituania; o con la campaña de la comunidad negra en los Estados Unidos, en la década de los cincuenta y sesenta, para que se respeten sus derechos como ciudadanos y no sean considerados de “segunda”.

En el mundo árabe las concentraciones pacíficas alcanzaron a derribar el gobierno de Ben Ali en Túnez, a Mubarak en Egipto y, hace pocos meses, a Buteflika en Argelia. Todos ellos incorporaron el ejemplo de Gandhi en la India contra la ocupación británica.

El diario El País de España, que siguió en detalle la protesta, considera que revueltas como las de Hong Kong son “puro siglo XXI”. Quejas masivas, pacíficas, insistentes y, al mismo tiempo, ruidosas es lo que se verá cuando las circunstancias las convoquen.

Publicado en El Estadista el 9 de septiembre de 2019.

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