sábado 20 de abril de 2024
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De Austria a Venezuela, de Kurz a Chávez

Austria es percibida, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial como un país pacífico, democrático y sin conflictos graves, un país en el que la alternancia democrática entre dos coaliciones electorales, el Partido Socialdemócrata y el conservador Partido Popular, han consolidado un sistema de repartición proporcional del poder conocido como Proporz. Austria ha transcurrido los últimos 72 años en un ambiente de gran estabilidad y prosperidad.

Sin embargo, en los últimos años ese sistema político de posguerra ha dado sus primeros síntomas de agotamiento, parecería que la sociedad austríaca ha olvidado su pasado nazi, los horrores del antisemitismo, o peor aún, que una buena parte de ella añora ese pasado. En un marco de apatía política los viejos actores con un nuevo rostro han dinamitado el Proporz y el sistema bipartidista.

Integrada a Europa, aunque asediada por las guerras balcánicas y las oleadas de inmigrantes que recibió como consecuencia, el sistema de coaliciones austríaco entró en crisis con el estallido de la crisis económica de 2008 y el inicio de la guerra civil Siria, en 2012. Al punto de que en las elecciones presidenciales de 2016 ninguno de los candidatos de los dos grandes partidos logró pasar a la segunda vuelta.

La crisis política también tiene causas internas. El sistema corporativista diseñado por ambas coaliciones y su perdurabilidad generó un sistema en el que las industrias estatales, los colegios, la agricultura, los medios y las administraciones públicas estuvieron muy influidos por alguno de los dos grandes partidos. Esto favoreció la proliferación de casos de corrupción, nepotismo y redes clientelares. La aplicación de la legislación europea – cuando Austria entró en la UE – permitió, paradójicamente, el surgimiento de voces más críticas y autónomas con respecto a las formas de interacción y dependencia existentes entre el gobierno, los sectores empresariales y financieros y los propios sindicatos. El resultado fue la gestación de una masa crítica aglutinada en torno a un discurso progresivamente anti-establishment.

El histórico traspié electoral de los partidos tradicionales en las presidenciales de 2016 puso a las puertas del gobierno al ultranacionalista Partido de la Libertad de Austria. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ningún representante de la ultraderecha había logrado tener opciones tan serias de llegar al poder. En esta ocasión faltó muy poco: después de una larga y polémica campaña electoral, el candidato de los Verdes, Alexander van der Bellen, logró imponerse a Norbert Hofer, el líder ultraderechista que cosecha sus votos entre las clases trabajadoras, predominantemente varones de mediana edad sin estudios universitarios y los habitantes de zonas rurales y menos desarrolladas económicamente de Carintia, Salzburgo, Estiria o Baja Austria.

Bajo el influjo de los Trump, Johnson, Bolsonaro y Putin y con el slogan copiado del primero, la ultraderecha austríaca ha lanzado su “Austria First” para las elecciones parlamentarias del próximo 15 de octubre en las que Sebastian Kurz – canciller que debió dejar el cargo en mayo por una moción de censura – será el candidato principal del Partido Popular Austríaco, una escisión del Partido de la Libertad.

Por su parte, el chavismo en Venezuela surgió por la debacle del sistema de partidos que gobernó ese país desde fines de la década del ’50. Acción Democrática y el socialcristiano COPEI gobernaron y se vieron involucrados en los mismos casos de corrupción– sobre todo en el negocio del petróleo – y colonización del Estado en los que incurrieron las coaliciones austríacas, hasta que Hugo Chávez con una prédica antisistémica, nacionalista y socialista llegó al poder por la vía de las elecciones en 1998.

El politólogo holandés Cas Mudde estudioso del populismo y la nueva derecha europea, sostiene que “el populismo es una respuesta democrática no liberal al liberalismo no democrático”. En otras palabras, Chávez y Kurz, como otros líderes populistas, les dijeron a sus simpatizantes que sus problemas eran causados por élites e instituciones indiferentes y poco democráticas.

El populismo reformula la democracia no como una dinámica de negociación con el fin de incluir y servir a todos, sino como una batalla absoluta entre la –supuesta y siempre indefinible– voluntad popular y quien se oponga a ella, sea quien fuere y adopte la forma que sea: jueces, periodistas, líderes de la oposición, académicos, etc.

El populismo surge así como impugnación a la democracia liberal y a las injusticias que se cometen bajo su anuencia, y se repite hoy un ciclo similar al período de entreguerras en las que emergió el fascismo europeo. Su principal fortaleza es la capacidad de captar el voto de los descontentos y su debilidad es su incapacidad para estructurar un sistema estable y una política propositiva.

El fascismo llegó en Europa por los votos y se tornó en autoritarismo. Al chavismo le sucedió lo mismo bajo el actual régimen de Maduro. El primer Ministro Boris Johnson acaba de cerrar el parlamento inglés ¿Podrá frenarse la ola populista?

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