jueves 18 de abril de 2024
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Cuerpos que se niegan a la ausencia

Quitando del medio las experiencias más excepcionales, las cosas importantes que les suceden a las personas son susceptibles de interpretaciones sagradas y profanas, permiten combinar elementos virtuosos e innobles. La estética, la religión y la literatura se unen, muchas veces, para organizar estas interpretaciones de modo que los mortales encontremos calma en el dolor, belleza en la bestialidad y piedad en medio de la incertidumbre.

La relación con la muerte y con los muertos es, muy probablemente, una de las experiencias en la que esta mixtura caprichosa se presenta con más claridad. Lo sagrado y lo profano se entremezclan hasta volverse invisibles a lo largo de las culturas y de las geografías, dibujando maneras, temperamentos y ritualismos que están allí para permitirnos tratar con lo más angustiante y creativo, con la difícil idea de nuestra propia finitud. Cuando la muerte no es la propia sino la ajena, esa relación se complejiza aún más y la historia enseña que no es lo mismo un muerto propio que un muerto ajeno y que no se lo trata de la misma manera.

Este último es el tema de Cadáveres exquisitos, la muestra curada por Fernando Farina que puede verse estos días en la galería Arte x Arte, en el barrio de Villa Crespo en Buenos Aires, en el marco de la BIENALSUR que organiza la Untref (Universidad Nacional de Tres de Febrero).

El subtítulo de la muestra –Juan, Eva, Ernesto, América– la explica y la contextualiza. No se trata de cualquier cadáver, sino de tres cadáveres identificables, célebres, torturados y ambiguos de amor y de odio. Lo que la muestra y su curador proyecta sobre el espectador es en realidad una conclusión. Eva Perón, el Che Guevara y el General Perón no fueron, ni en la vida ni en la muerte, personas normales. Lo que hicieron en vida les condicionó la muerte y sus cuerpos son un testimonio narrativo que sirve para entender la historia.

Cadáveres exquisitos es, entonces, una muestra de arte político, lo que queda reforzado por los textos del catálogo, que recorren el espinel de la historia argentina desde Perón hasta Sarmiento y Mitre. Para hacerle justicia es imposible romper la mirada hasta el punto de escindirla entre aquello que la obra devuelve y los postulados políticos que, explícitos, la revelan y la expresan, inscribiéndola en la historia de un modo particular.

La dimensión plástica de Cadáveres exquisitos reúne a ocho artistas –Nicola Costantino, Noemí Escandell, Leandro Katz, Daniel Ontiveros, Daniel Santoro, Graciela Taquini, Lucas Turturro, Martín Weber–con trabajos sobre diferentes soportes y con técnicas y ambiciones heterogéneas. Las obras que mejor reflejan el tono de la muestra son, por motivos diferentes, los de Martín Weber y Daniel Santoro.

Los de este último recuperan, como es ya clásico, la totalidad de la imaginería peronista y su capacidad narrativa es tan conocida como eficaz. La obra de Santoro y los argumentos que la sostienen son bien conocidas. Su filiación como artista peronista permite ir un paso más allá y permite ver en sus decisiones estéticas un punto de vista también político. La superposición de símbolos, muchos de ellos contradictorios, presentes en su obra puede ser leída también como la narrativa histórica de las inconsistencias peronistas. Al mismo tiempo inclusivo que expulsor, garante y vedador de derechos, popular y millonario, de derechas y de izquierdas, hoy nacional y popular y ayer nomás neoliberal, el peronismo opera bajo el mismo signo barroco de identidades que se refleja en la obra de Santoro.

La literalidad del discurso, bien reflejado en una de las mejores obras de la exposición, “Eva concibe la república de los niños”, de 2002, no logra despejar las complejidades históricas del peronismo y, finalmente, la convivencia de íconos, escenarios y posibilidades, las confirman y las reinstala en la vida política argentina.

La obra de Santoro, la que está en Cadáveres exquisitos y la que no, es la única que puede ser llamada y pensada como peronista, sin necesidad de adjetivos, por el sencillo motivo que en su barroquismo simbólico contiene la informidad del peronismo desde su nacimiento hasta nuestros días.

Martín Weber es quien ideó esta muestra, que refleja, en definitiva, sus obsesiones y fantasmas. Con una factura mucho más contemporánea y experimental, Weber le da la impronta a la exposición y al mismo tiempo ayuda a dibujarla en el espacio con algunas obras significativas. El peronismo vuelve a la escena con dos trabajos interesantes. La serie que reproduce los vidrios blindex de la tumba de Perón al momento de ser ultrajado para cortarle las manos es de una gran potencia visual y la elección de usar el azul como color de saturación le da un efecto entre gélido y vital que completa la obra, transmitiendo inquietud y gravedad al espectador. Otra pieza, más cercana a la instalación, es “Historia Encarnada” (2019), obra reciente que recrea el mismo clima de violencia que la anterior bajo una formato diferente: un espejo clavado en el piso a 60 grados refleja al espectador solo en sus pies y hasta la mitad de la pantorrilla. Para verse reflejado casi hay que pisar un mar de casquillos y vainas servidas que no pueden ser consecuencia de nada que no sea un hecho de violencia, de violencia política. El espejo tiene un hueco, una especie de puente o de pasadizo, que tal vez indique la posibilidad de moverse de ese lugar hacia otro, acaso mejor y menos intimidatorio.

Pero hay otra obra, pequeña, de Martín Weber, que permite establecer un diálogo con la de Santoro y que, de algún modo, puede leerse como un guion político posible de Cadáveres Exquisitos. Se trata de “Rompecabezas”, un trabajo entre la escultura y la instalación en la que entre dos acrílicos y a la manera de un portarretratos, se encuentra la famosa foto del general Perón en su último discurso desde el balcón de la Casa de Gobierno el 12 de Junio de 1974. Las manos en alto y el sobretodo, la sonrisa vieja y el pelo demasiado azabache para sus casi 80 años, dejaron una postal que Weber utiliza como vía de una de sus obsesiones. Para sumar a la paradoja, sabemos que ese balcón estaba blindado, guardando la vida de Perón incluso de quienes decían adorarlo. La foto está hecha un rompecabezas y faltan las dos piezas en las que se verían sus manos, que serían amputadas y robadas 13 años después de la célebre foto. Detrás del portarretratos, una montaña de piezas del puzzle se acumulan para dar con las correctas y poder así terminar con el retrato del líder, devolviéndole su integridad perdida.

Fernando Farina ha señalado que la muestra, pese a ser profusa en imaginería y retórica peronista, no es partidaria. Creo que tiene razón y que la tensión política que propone va un paso más allá y está inscripta en una peculiar manera, típicamente nacional, de cruzar el pensamiento marxista con la cultura política peronista. Este maridaje peculiar excede a ambos componentes de la ecuación y crea un producto de amplia raigambre en la intelectualidad argentina. Sus características predominantes son una profunda sensibilidad antiliberal, una magnificación de la sospecha como filosofía política y una gramática obrerista, emancipatoria y antiimperialista a prueba de toda evidencia empírica.

Cadáveres exquisitos es una muestra de arte político y su análisis no puede desatenderse de esta dimensión, En este sentido, y con una mirada puesta en el futuro, podría ser interpretada como el cierre de un ciclo. Pero por casa nunca se sabe.

Publicado en Revista Ñ el 4 de agosto de 2019.

Link https://www.clarin.com/revista-enie/arte/cuerpos-niegan-ausencia_0_8_zOWACYz.html

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