jueves 28 de marzo de 2024
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Vía crucis de los corazones rotos

¿Acaso hay algún dolor más justificado que el que tenemos frente al desamor romántico? Existe alguna manera, aun en tiempos tontos como estos, de vivir alegre o banalmente el desengaño y la ruptura? La pareja inevitable de amor/desamor es parte de la universalidad de la vida y del arte. El amor, genérico y sexuado, es una fuente de motivación artística de las más potente y la historia del arte es, en buena medida, un muestrario de eso.

No es difícil ver el amor detrás de “El Beso” de Gustav Klimt o en ese inocente, casi monacal, roce de manos entre el señor Arnolfini y su mujer embarazada en el cuadro de Jan van Eyck. Tampoco quedan dudas del sentimiento amoroso en el beso escondido de “Los amantes” de René Magritte o en la maravilla que hizo Banksy pintando, en el frente de un centro de planificación familiar, una obra como “Amante colgando de ventana”.

Estos ejemplos vienen al caso para moderar uno de los equívocos más resistentes, aquel que establece una relación directa y en algún grado virtuosa entre el talento artístico y el sufrimiento personal. El mito del artista atribulado es fuerte, y claro que tiene obra y creadores que lo justifican. Tracey Emin, Camile Claudel, Frida Kahlo y hasta la mismísima Marina Abramovich parecen sostener con algunas de sus obras esa relación espuria entre talento artístico y sufrimiento.

La muestra curada por Lola Silberman y María Victoria Lacoste en la galería Gachi Prieto quiere mostrar una nueva posibilidad para pensar el desencuentro amoroso. El planteo de las curadoras es una suerte de vía crucis en el que se reviven los diferentes momentos, tan propios como universales, de un quiebre romántico. El recorrido incluye, a modo de una cartografía, el rompimiento, la melancolía de los lugares compartidos, la saudade sexual, el endurecimiento del corazón, la oscuridad de la compasiva autodestrucción, el descubrimiento del juego de verdades y mentiras, y la reconstrucción por partes del corazón, el alma y el cuerpo. Fruto del empeño de un año dentro del proyecto PAC que lleva adelante la galería, la muestra Paliativos propone el trabajo de diez artistas sobre el exclusivo tópico del abandono romántico.

El resultado es una exposición potente y plural desde lo conceptual y desde lo estilístico, en la que conviven metodologías de trabajo y énfasis comunicacionales muy diferentes. La muestra se abre con un grupo de obras de Saúl Rivas, un artista caraqueño que hace unos años vive en Buenos Aires. Rivas trabaja con el material y el símbolo del inicio de una relación, poniendo el foco en la primera comunicación. Lo que hoy hacen las redes sociales, o Tinder o Happn lo hacían antes las cartas en papel enviadas por correo. Los inicios y el destino de una relación dependía de esa comunicación y Rivas lo refleja con una gran dosis de eficacia. Se trata de diez pequeños collages realizados con materiales de archivo que remiten a cartas de amor –o desamor–enviadas a María del Nogal. Ligeramente coloreadas, las obras se complementan muy bien formando una unidad que es percibida como tal sin demasiado trabajo.

En la historia de las relaciones rotas, la cama se lleva un papel indiscutible, y así lo refleja Elena Blasco en su obra “Almohada”. Con su habitual precisión, se toma de una foto de Santos Loza en otra de las ediciones del PAC, el placer del exilio, para recrear toda la soledad y la ausencia que una ruptura. La cama deshecha, sin sábanas y la almohada cruzada como en una señal de prohibición generan en el espectador un efecto reconocible de indolencia y duelo. Los tonos azules refuerzan la sensación de tristeza y la enorme capacidad comunicativa de Blasco hace el resto.

Sobre una pared que termina siendo un espacio casi separado, se distribuyen unos bastidores bastante pequeños, ovales, de esos que solían usar madres y abuelas para encontrar algún descanso bocetando flores, caballos o paisajes. Los motivos de Marino Balbuena son menos cándidos y son los que justifican su inclusión en este itinerario. La serie muestra bordados de cuerpos masculinos en una actitud sexual sin discusión que se toman selfies y posan provocativamente. Esta actitud de chongo en ofrenda está trabajada, sin embargo, lejos de toda literalidad. Balbuena opta por dejar incompletos los bordados o por presentarlos del lado de atrás, con sus hilos sueltos y con un dibujo impreciso dando una idea de lo ficcional de la postura y de lo artificial de su presentación en sociedad. Para completar la obra, a un costado y sobre una tarima hay una reproducción del “David” de Miguel Ángel dispuesto a una conversación con los bordados. La pose de los bordados y la del David no son tan distintas, y la honda que finalmente derribará a Goliat parece reemplazable hoy por un teléfono móvil.

El camino trazado por el abandono contiene una trilogía de Nicolás Monti. Sobre la pared lateral de la sala hay una tela negra con la inscripción de la palabra Mentiras en color blanco. Monti ha trabajado extensamente el arte de intervención urbana y esa obra es, en realidad, un fragmento de una perfomance que montó en varias ciudades del mundo. La muestra logra resignificarla restándole peso a lo público y volcándola sobre lo biográfico. Al pie de la tela está montada una instalación, AX, que expone una situación personal de búsqueda no ausente de sufrimientos. Sobre una mesa pequeña hay una luz eternamente prendida, como en vigilia perpetua, un paquete enlazado de libros y papeles, jeringas, blisters de pastillas, dos vasos vacíos y botellas de whisky. En una muestra de resistencia hay también unos parches para dejar de fumar, pero también una Ziploc con más pastillas. Entre el estante inferior de la mesita y el suelo se distribuyen más jeringas, más botellas vacías. Si el espectador levanta un poco la vista, verá un cartel en la pared con la frase que es también un tutorial: The End.

La tercera obra es más lúdica, tiene más humor y se presenta sanadora. A la salida de la exposición, Monti armó una instalación kitsch que es, además, una apuesta de cierre por parte del diseño de curaduría. Un altar franqueado por estampitas, una vela ardiente, imágenes de santos, flores y un sacerdote cabeza abajo suspendido sobre la ofrenda. Completada por una bola de espejos que proyecta efectos un poco desconcertantes, la instalación opera como imagen de aquello que somos capaces de hacer para transitar un desamor.

La muestra se completa con obras de Mariel Paz Izurieta, Alejandro Kaplanski, Rocío Fernández Charro, Helena Rucco, Cecilia Ferrari, y Karen Bendeck. Cuenta, además, con dos activaciones, una de video y otra de lecturas, una playlist y la posibilidad de llevarse, como adicional, una tirada de tarot.

La idea de curar el dolor de una ruptura es siempre experimental y tentativa. Reconociendo su carácter improbable y aun sabiendo que ni el tiempo puede a veces con la idea de la separación, el arte es siempre una opción reparadora y una salida posible.

Publicada en Revista Ñ el 8 de enero de 2019.

Link https://www.clarin.com/revista-enie/arte/via-crucis-corazones-rotos_0_uVrPS6t1e.html

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