Autor: Luis Tonelli
El Presidente Mauricio Macri busca instalar como eje de las elecciones venideras que, por fin, hay un gobierno que se ocupa del largo plazo. Lo que la Argentina necesita, según el macrisismo, es de un enorme y ambicioso “cambio cultural”. Un cambio que reinstale una cultura del trabajo, pero apta para el SXXI. Un cambio que nos haga respetar las leyes y las instituciones. Un cambio que nos permita superar la grieta política, y dejar atrás el populismo. En síntesis, el Presidente y los suyos nos proponen que en el largo plazo, la Argentina real sea reemplazada por una Argentina ideal. Como cuando uno mira las revistas de decoración y sueña con que su dos ambientes sea esa mansión al borde del mar, con muebles de diseño y una pileta de borde infinito.
El objetivo de salir del corto plazo es loable. Ahora, se lo hace justo en medio de una crisis financiera que, en realidad, ha sido solamente postergada en sus efectos fatales inmediatos (la corrida contra el peso), pero sin resolver ninguno de los problemas de fondo. Para los más críticos, este mensaje de cambio cultural es señal que el gobierno en realidad no entiende donde está parado y se ufana de sus planes para redecorar el Titanic, cuando lo único que ha hecho es aminorar un poco la marcha a toda máquina hacia el Iceberg, pero no ha podido alterar el rumbo de colisión.
Sin embargo, el gabinete económico unificado por el FMI -cosa que se le reclamó al gobierno durante tanto tiempo- ha enfrentado la crisis con resolución, saliendo de una situación muy crítica, ya que claramente llevaba a una ingobernabilidad peligrosísima. Ciertamente, lo ha hecho al precio de generar nuevos (viejos) problemas como es un nuevo auto endeudamiento en bonos, que amenazan con transformarse en una enorme bola de nieve a futuro.
Pero en la Argentina, el conflicto social no ha estallado por la recesión y el desempleo, si no que siempre ha sido una corrida imparable contra el peso la señal de coordinación para que se desatara el infierno de la violencia colectiva. La urgencia, de este modo, era recuperar la moneda, a cualquier costo, porque sin moneda no se gobierna.
El Banco Central con sus tasas astronómicas ha logrado, por un lado, que la avaricia supere en algo al miedo, estabilizando el peso. Y por el otro, secando la plaza de pesos, está obligando a que se saquen los dólares del colchón para pagar deudas que, con este interés, en breve se volverán incobrables. El Ministerio de Hacienda ha logrado realizar un recorte del gasto primario muy importante, que le saca combustible al motor del barco (aunque estar en el medio del gélido océano de la recesión no es un lugar muy cómodo para una sociedad paralizada).
Por el otro lado, y esto es inédito y muy importante, hay un apoyo internacional sin precedentes, especialmente de la Casa Blanca -que oficia de remolcador para que el paquebote llegue escorado, pero llegue, a las elecciones de octubre.
El equipo económico pretende que vuelva la confianza, y que la tentación por las altas tasas genere un carry trade que aporte dólares, para salir del sofocón externo y así encarar el año que viene electoral con una ilusión, aunque sea, de recuperación y crecimiento.
Mientras tanto, la idea de cambio cultural también puede ser interpretado a que el Gobierno, al no tener ningún resultado a la vista en términos de los problemas actuales, busca mostrar que el evidente cambio de estilo y de perfil de quienes hoy están en la Casa Rosada respecto a la banda kirchnerista, prefigura esa nueva Argentina de gente linda y como uno que desea el electorado “no populista”.
De este modo, Cambiemos busca no resignar su discurso aspiracional pese a la crisis, pero colocar al electorado dubitativo ante una alternativa de hierro: “o nosotros, con nuestras deficiencias, ingenuidades y errores no forzados, o el regreso del kirchnerismo, que seguramente lo hubiera hecho peor y encima robando”. Mensaje que sigue usufrutuando de la grieta y confiando que el electorado de la ancha avenida del medio echará un “voto espanto” (contra los K) antes que un “voto castigo” (contra lo C).
En esta interpretación, el Gobierno cuenta con un enorme dato de la realidad que lo tiene que alentar en su objetivo del cambio cultural: y es que, por primera vez en la nueva democracia argentina, las fuerzas no peronistas están gobernando la crisis, sin que la sociedad se revele y genere ingobernabilidad. En medio de una devaluación brutal, no ha habido ni saqueos, ni cacerolazos, ni fuga de depósitos. Se ha pasado el invierno, y ahora hay que pasar un verano social caliente.
De sortear esa valla inmensa, el presidente Macri podrá quizás ser reelegido. Pero ya no tendrá excusa para ingenuidades ni innovaciones propias de un snob. Necesitará un plan de gobierno para cuatro años de transformaciones concretas, que alienten un cambio cultural, pero para cambiar prácticas sociales arraigadas gracias a un esquema de premios y castigos específicos. Y para ello, tendrá que generar un acuerdo político amplio, que jerarquice su coalición y permita superar una Grieta malsana, que aunque puede hacerle triunfar en las elecciones, de mantenerse, entraña un enorme peligro de retroceso y polarización destructiva. Los ejemplos de Venezuela, y de modo más cercano, el de Brasil, están a la vista de todos para que saquemos conclusiones al respecto.
Publicado en Revista 7 Miradas el 24 de octubre de 2018.
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