miércoles 24 de abril de 2024
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Señorita maestra

En los últimos días la justicia sembró serias sospechas sobre la veracidad de lo sucedido con Corina de Bonis, la maestra que denunció un secuestro en el cual resultó salvajemente cortada en el abdomen con una inscripción que hacía referencia a su  tarea social en un centro educativo de la ciudad de Moreno.

Aunque la justicia aun no produjo una sentencia firme, las dudas que abrieron explícitamente el procurador y el fiscal alcanzan para llamar la atención y hacer un seguimiento más detallado sobre lo ocurrido.

Si bien desde el comienzo la historia parecía forzada (¿cuál puede ser el sentido de semejante ataque?), sucesos como estos activan mecanismos de la memoria colectiva y de la condición humana que llevan, antes que nada, a la solidaridad y la empatía con la víctima. Por eso, cuando sale a la luz la posibilidad de una manipulación, la sensación de estafa y vulneración de la confianza es mucho más fuerte.

Aún no se ha puesto en palabras todo lo que implicaría si se confirmaran las hipótesis con las que trabaja la justicia: las amenazas, el secuestro y la agresión no habrían existido; es más,  serían parte de un acto premeditado y organizado por varias personas ligadas al sistema educativo del distrito, incluyendo al gremio. El objetivo buscado habría  sido el de generar un gran costo político al gobierno provincial, y por ello también al nacional, en el marco del conflicto que vienen teniendo con la intendencia de Moreno.

Aunque no es posible saber cómo terminará este caso, lo sucedido hasta ahora sirve para resaltar, nuevamente, el silencio  de analistas y políticos, por acostumbramiento o complicidad, ante la perversión de estas prácticas políticas. Sobre todo porque es un silencio que se contrapone con la indignación expresada  a viva voz cuando se denunció el secuestro.

Ni la estrategia de inventar un hecho de esa magnitud, ni la verborragia que lo acompaña es nueva. Tampoco el silencio posterior.  Todo lo que rodeó la muerte de Santiago Maldonado ya significó cruzar un límite y dejar la puerta abierta para este tipo de círculo patológico.

Las semanas que transcurrieron desde la denuncia de su desaparición, hasta que el cuerpo fue encontrado y, finalmente, la autopsia aclaró la forma en que se produjeron (o no produjeron) los hechos, fueron semanas de angustia para algunos y de frenesí para otros.

La catarata de verborragia indignada cargó entonces de acusaciones y sicopatías la vida cotidiana. Aquellos que osaban dudar, hacerse preguntas o simplemente se negaban a llegar a conclusiones sin verificar los hechos, se convertían en cómplices de una desaparición y de un aparato estatal  represor.

Estos comportamientos y reacciones en algunos casos pueden explicarse por  la inocencia, la buena intención o simplemente, la mera estupidez. Pero hubo un núcleo duro que puso en marcha una estrategia premeditada que buscaba, a corto plazo, obtener ventaja en una contienda electoral por una banca de senador en la Provincia de Buenos Aires y, más a largo plazo, instalar la noción de que al actual gobierno  repite prácticas de la dictadura militar iniciada en 1976. De esa forma,  quedaría justificado cualquier intento para provocar su caída.

En pocas palabras: inventaron un desaparecido para ganar una elección. Cualquier similitud con los hechos de Moreno no son pura coincidencia.

Mientras la confusión reinaba las vedettes de la progresía argentina,  músicos, periodistas, artistas, políticos y universitarios, desfilaban públicamente mostrando el cartelito alusivo, una teatralizada consternación y en términos generales, legitimaban las acusaciones que se hacían con nombre y apellido. Hasta el mismo Bono que se encontraba de gira por Argentina manifestó su preocupación en una reunión con Macri.

Pero, como no caer en esa paranoia!, si hasta organismos con prestigio nacional e internacional, como la APDH y AMNESTY  se sumaron al linchamiento y al fanatismo denunciando al gobierno y al Estado nacional ante la OEA y la ONU. Vale la pena recordar que todo se basaba en testigos falsos y amañados que manifestaban haber visto a Maldonado cuando era arrastrado a los golpes por personal de Gendarmería Nacional para luego ser llevado en una camioneta oficial con destino incierto y todo ello bajo la conducción de un alto funcionario del Ministerio del Interior.  

Ni siquiera una vez que la autopsia ofreciera un resultado concluyente, basado, en evidencias científicas y en el prestigio de algunos de los más de cincuenta peritos que participaron en ella, se puso fin a la intención de continuar sosteniendo un relato ficticio. Esa autopsia fue quizás, uno de los hechos institucionales más importantes de los últimos tiempos, ya que permitió aportar claridad en medio de las sospechas y darle un cierre que, de ofrecer dudas, hubiera producido un golpe de imprevisibles consecuencias a la democracia argentina. 

Quienes inventaron la operación siguieron manifestándose como si la autopsia, el expediente judicial o inclusive el cuerpo mismo de Santiago no existieran. Al mismo tiempo quienes habían hecho de soporte público y se habían sumado a la verborragia e indignación callaron rápidamente y cambiaron de tema, como si lo ocurrido no mereciera una posterior reflexión e, incluso, una autocrítica. En definitiva, como si la muerte de Santiago Maldonado ya no importara.

Grupos de intelectuales, analistas y universitarios que revisan con lupa cada palabra escrita o dicha por funcionarios, que emiten periódicamente documentos que apelan al debate público, en este caso ignoraron la gravedad de lo vivido y desecharon la necesidad de revisar algunos de sus comportamientos.

Después de la verborragia, vino el silencio.

Y es ese  silencio el que permite que la experiencia de la manipulación ocurra nuevamente, hoy personificada en una maestra,  aunque como suele pasar con las repeticiones, en clave de farsa más que drama.

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