viernes 19 de abril de 2024
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Discrepancias

En su nota “Intransición”, publicada en el diario El País y reproducida por este portal, el señor Lapuente asegura que los cimientos del posfranquismo en España son de índole moral y no políticos o legales. Y que dicha moralidad reside en la introspección y la autocrítica de cada bando acerca de su papel en la destrucción de España –lo de destrucción corre por mi cuenta–. Todo esto, a raíz de la remoción del cadáver del dictador que yacía en la catedral del monumento del Valle de los Caídos y su traslado al panteón familiar.

Esa “moralidad” sobre la que se basó la transición española fue el olvido del terrorismo de Estado, solventado por los poderosos de España, bendecido por la Iglesia, ejecutado por los militares y alentado o soslayado por los socios de Occidente en tanto la dictadura se presentó como un dique contra el comunismo en plena Guerra Fría. ¿Pretende el señor Lapuente que el franquismo acepte y autocritique esta posición? ¿Esa “moralidad” es la que equipara a militares golpistas con fuerzas constitucionales que defendían la República?

Habla Lapuente de “resentimiento colectivo”. El resentimiento es una cizaña que crece en el territorio de los derrotados. El franquismo asesino y vencedor no tiene resentidos porque dispuso de todos los resortes del poder durante casi 40 años. En democracia, haber perdido algunos privilegios hasta reciclarse en el Partido Popular, lo llevó a saborear algo de resentimiento por no disponer de todo a su antojo y de tener, como ahora, que permitir la ventilación de un pasado hediondo. Pero nada se compara a lustros de persecución y pena de muerte.

Por todo esto, queda más que claro que la transición democrática española sentó sus bases en un acuerdo político –po-lí-ti-co– entendido como “lo posible” en una etapa del inicio de un camino dominado por los herederos de Franco que hicieron lugar –presionados por la sociedad y por el vacío que generó la muerte del dictador– a las demás fuerzas políticas para iniciar la vía constitucional, no sin antes haber intentado un golpe de Estado en 1981 encabezado por el guardia civil Antonio Tejero.

Ese acuerdo político fundacional del actual sistema institucional, está sujeto a los vaivenes propios a las correlaciones de fuerza. Esa correlación, hoy por hoy, es propicia para que España se mire desnuda ante el espejo y ventile las atrocidades que ningún franquista se animaría a autocriticar en forma abierta y magnánima.

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