jueves 25 de abril de 2024
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Portarretrato: “Carlos Fayt. El derecho a presumir”

Carlos Santiago Fayt presumía tácitamente de que no tenía una sola cana. La tintura era su manera de burlarse de la ancianidad. Una cábala que funcionó.

“Eso de durar y transcurrir no nos da derecho a presumir”, decía Eladia Blazquez, con cierto prejuicio hacia los ancianos. Como si todos los que tienen la suerte de durar vivos, fueran vacuos, frívolos y autómatas. Da por descontado que si viviste mucho no tomaste riesgos, fuiste desapasionado y apocado. Da por cierto que es preferible ser póstumo a ser viejo.

Fayt no se llamó Fayt los 98 años de su vida, sino durante los ochenta últimos. Hasta los dieciocho años se llamó Carlos Santiago Moisés, hijo de Sara Pérez y Emilio Moisés, luego ante la oficina enroladora de Villa Urquiza, su apellido paterno transmutó por el de su abuela, Felisa Fayt. De joven se hizo aficionado al ajedrez. Fue socialista, discípulo de Alfredo Palacios. Nacido en Salta se vino de chico a Buenos Aires. Se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires en 1941. A los 40 años fue candidato a gobernador de Salta, aunque no ganó. Fue profesor titular en la UBA. Renunció a su cargo durante La Noche de los Bastones Largos. En 1983, con la restauración de la democracia, Alfonsín lo nombró Juez de la Corte Suprema. Jamás se subordinó a los dictámenes del poder de turno en 32 años. Fue un lúcido defensor de la libertad de prensa desde los estrados judiciales.

Los que lo conocieron hasta el fin pudieron percibir su ojo afilado hacia las damas, que nunca dejaron de interesarle. Se jactaba de que sus alumnas le dejaban ramos de flores sobre el capó del auto. Sus asistentes lo respetaban devocionalmente. Fayt llegaba nonagenario, de traje impecable, con chaleco abotonado y sus anteojos fotocromáticos.

“Ustedes no saben lo que es vivir en un cuerpo de 98”, decía cuando le ponderaban lo bien que estaba a su edad. Claro, los dolores, los huesos, las articulaciones, la vista, el desgaste de la tolerancia, el insomnio.

Estudiado por generaciones de las facultades de derecho de medio mundo. Escribió más de treinta libros de derecho, de historia del pensamiento político y libertad de prensa. Le cabía el adjetivo de eminencia. Respetuoso de todos sus adversarios. Tenía un humor intachable.

Fue clave en el revolucionario fallo sobre el divorcio. El fallo obligó a dictar toda una nueva legislación sobre el tema y sacó al país del medioevo. Se instauraron las segundas nupcias, que aunque son bienvenidas a la libertad de las personas, nadie dijo nunca que serían la panacea del amor.

Jamás ingresó en la senectud. Brillante “ajedrecista”, renunció a su lugar en la Corte el 11 de diciembre del 2015, un día después de asumido Mauricio Macri en el poder, tras los codazos del cristinismo para removerlo. Partió de la Corte cuando Cristina Kirchner ya no estaba.

La movida del cristinismo fue forzar la salida de Fayt para generar otra vacante en la Corte Suprema. Ya había renunciado el juez Eugenio Zaffaroni. Con dos vacantes, en tiempos preelectorales, el gobierno pretendía ofertar a la oposición la tentadora posibilidad de poner un magistrado fiel mientras el gobierno hacía lo propio. Ernesto Sanz, precandidato presidencial de la UCR, negó que su partido fuera a aprobar un candidato para que Cristina tenga el suyo y así garantizarse para los años venideros, con las causas venideras, algún colchón judicial en la Corte.

Los embates surgieron con el cuestionamiento de edad. Que el test psicofísico aprobado en Diputados, que las cualidades intactas o no, que las capacidades, las lucideces, la renovación generacional, las jubilaciones y el merecido descanso. Que si podía firmar o no. Que si hablaba claro o no. Se invirtió la forma de medir la duración de la vida. Ya no le medían a su excelencia la expectativa de vida sino la expectativa de muerte. Fayt estaba bien. Probadamente bien. Sí, tenía casi cien años, pero la intransigencia es vitalicia.

Murió de viejo, once meses después de haber renunciado a la Corte, con una sonda nasogástrica para pasarle alimentación prescripta las dos últimas semanas, cuando finalmente se apagaba. Sus familiares rechazaron el ofrecimiento de velar el cuerpo en el Palacio de Justicia por expreso pedido del Doctor. Sus restos permanecen en una bóveda del Cementerio de la Recoleta. A su funeral fueron unas ciento cincuenta personas, entre ellas Elisa Carrió y Hermes Binner. Lorenzetti dio su panegírico instando a recordar los buenos momentos y ya no tanto los malos. El Gobierno despidió al legendario juez por Twitter.

Carlos Fayt tenía para presumir lo que nunca presumió y lo que varios admiramos. Una vida larga. Una mente lúcida. Una salud acompañadora. Una coherencia vitalicia. Tenía para presumir haber cumplido el deseo de todo humano que proyecta su vejez. Y la sabiduría que da el haber probado y errado, el haber probado y acertado, tantas veces, con inteligencia y con honradez.

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