viernes 19 de abril de 2024
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Queremos tanto a Orwell

George Orwell, nació en Motihari, una pequeña ciudad de la Bengala India, en 1903 y murió en Londres en 1950. Su verdadero nombre fue Eric Arthur Blair. Adoptó el pseudónimo literario de George Orwell mucho antes de publicar el libro que lo llevó a la fama: “Rebelión  en la granja” (1945), fábula animalesca de punzante crítica al poderoso y brutal Stalinismo. La obra fue leída como una  alegoría del triste destino de la revolución rusa, con la consiguiente frustración del primer y más grande intento de plasmar el ideal socialista a través del comunismo.

En 1949  publicó “1984”, ambientada en un Londres lúgubre. Es una novela que denuncia la hiperpolítica burocrática y manipuladora del poder. La elección de Inglaterra es deliberadamente ilustrativa: todos los pueblos pueden ser víctimas de los abusos del poder.

Thomas Pynchon, uno de los más importantes escritores estadounidenses contemporáneos,  piensa que éste segundo gran libro ha sido víctima del éxito del primero, porque redujo su alcance a una continuidad del anterior.  Esa no habría sido  la intención de Orwell, que  con “1984” sobrepasó la época de posguerra, Stalin y Rusia, y con estilo de extraña novela anunció la nueva oligopolización del mundo: Oceanía, Eurasia y Asia, y algunas de sus características.

Caracterizó los síntomas típicos  del totalitarismo. No fue Nostradamus, tampoco Peter Frankopan (“El corazón del mundo”), ni Thomas Scanton (“La dificultad de la tolerancia”), pero Orwell imaginó lo suyo, señalando signos fascistas del capitalismo rudo y del falso socialismo, así como los riesgos geopolíticos del tiempo por venir, como una cinta de Moebius.

G. Orwell no sólo fue de izquierda sino que estuvo a la izquierda de la izquierda. En 1937 luchó en España junto a los republicanos, contra Franco apoyado por los nazis.  En las pugnas de tendencias internas aprendió la diferencia entre el verdadero antifascismo  y el dudoso. Un hombre de la izquierda disidente contra la “izquierda oficial”, a la que veía también potencialmente fascista,  en cuanto trabajara por el poder como fin –no como un medio- y la ciega idolatría al estado omnipresente.

Setenta años después, tiene sentido recordar su obra magna, y espejar allí los regímenes políticos para reconocer su naturaleza. “1984” cuenta la organización del Poder en Oceanía:  Ministerio de la Abundancia, llamado Minidancia (economía) , de la Verdad, llamado Miniver  (noticias, educación y bellas artes), del Amor, llamado Minimor (la ley y el orden), y de la Paz, llamado Minipax (asuntos de la guerra). El más fuerte entre ellos es –por cínica ley- el Ministerio del Amor.

El doblepiensa, su instrumento vital, consiste en sostener en simultáneo dos creencias contradictorias y aceptar ambas, disimulando la perversidad tras una apariencia ingenua.  Forma ezquizofrénica de pensar en que ciertas palabras y conceptos claves, democracia por ejemplo, pueden tener dos o más sentidos inconciliables. Los campos de concentración y las deportaciones masivas, pueden estar bien y mal al mismo tiempo.

La enseñanza nos llama a observar con cuidado el lenguaje diario de ciertos discursos políticos, armados para hacer creer dos verdades contradictorias al mismo tiempo. Se considera una “disonancia cognitiva” afirmar con fuerza de verdad: “la libertad es la esclavitud”, “la guerra es la paz” “la ignorancia es la fuerza”, “estar vivo y muerto al mismo tiempo”.

Es evidente el desequilibrio entre los conceptos comprendidos. La ausencia de conexión con la realidad que implica aceptar como válidos esos dobles estándares, que se enseñan con naturalidad. Aceptar la contradicción con indiferencia conceptual, persigue el propósito de inducir obediencias uniformes. 

Para facilitar el doblepiensa se crea la nuevalengua, idioma oficial,  con la cual se reduce el lenguaje a comunicaciones simples, inaccesibles a pensamientos complejos. La lengua debe ajustarse a las necesidades del poder, evitando razonamientos “inútiles” y cuestionamientos de conciencia. 

El doblepiensa lastima el derecho a una genuina educación, bien necesario  que permite a los desfavorecidos salir de la pobreza y la marginación. La distorsión deliberada de la educación, es la corruptela que naturaliza  la exclusión social de generaciones, con  desigualdades que mortifican a la democracia.

A través  del doblepiensa y la nuevalengua,  se nublan los hechos. Incluso hay dudas sobre el año en que se vive y hasta de la existencia del Gran Hermano como sujeto, nunca verificada. Las personas pierden noción y valor del tiempo, en una entropía social absoluta.

La literatura es sometida a una traducción ideológica y de sentido. Obras de  prestigiosos escritores son reelaboradas, cuidando que los cambios no se noten, pero se las recuerde difusamente: Shakespeare, Milton, Swift, Byron, Dickens y otros. Queda claro que una vez terminada la tarea se destruirán los originales. El imperio total de la nuevalengua  se alcanzaría recién hacia el 2050.

El control de la información, se ejerce con intensa vigilancia,  profusa cartelería con la imagen del conductor cuyos ojos parecen seguir cualquier movimiento, consignando: “El Hermano Mayor vela por ti”. Telepantallas interactivas -en todos los domicilios-  deben permanecer eternamente prendidas,  salvo media hora diaria para los fieles miembros del Partido.  Los niños aprenden a denunciar a  sus padres para salvar a Oceanía.

La Policia del Pensamiento ligada al Ministerio de la Verdad, junto al  Departamento de Ficción enseñan que “quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro”. El objetivo conjunto abarca rehacer  la historia, mentir la  realidad actual y obnubilar las proyecciones futuras.

Todo régimen totalitario necesita enemigos reales o imaginarios, para lo cual periódicamente se celebra la Semana del Odio. Los funcionarios elaboran sus contenidos trabajando horas extras, se inventan  libretos, imágenes, desfiles, mítines, conferencias, películas, estrados gigantescos, consignas, y por supuesto, la  imperdible Canción del Odio de ocasión, acompasada con tambores.  

No obstante esa gris mediocridad, el personaje  vive –al menos- amores estimulantes y ocultos con Julia,  pero la relación es efímera y concluye con delaciones mutuas. Luego de torturas y humillaciones, el Censor concluye la lucha consigo mismo hasta dar por perdida su humanidad.

Hay una modalidad de autoritarismo light, que consigue lo que parece imposible: ser un poder implacable pero ambiguo. No se puede distinguir claramente dónde está o quién ejerce el verdadero poder. Ocurrente, por cierto. La novela cuenta que antes de morir el protagonista alzó la vista  hacia el rostro gigantesco del cartel próximo y pensó por un instante que había tardado cuarenta años en entender la sonrisa que se ocultaba tras el bigote (sic). Qué malentendido tan cruel e innecesario!  Y dos lágrimas rodaron por su nariz.

Hoy que se elogia y prestigia a ciertos totalitarismos mundiales por su eficacia mecanicista para crecer y forzar la disciplina de sus habitantes, está nuevamente en duda  si  “1984” consiguió despertar a los insomnes, sacándolos del miedo inconsciente a los riesgos de vivir en libertad. Pero el de Orwell es un gran grito, a lo Munch.

Sin olvidar, claro, que dada la condición humana, escucharlo puede ser tan inútil como que un pastor se dedique a enseñar a las ovejas los matices que diferencian a unos lobos de otros.  No profetizó, pero ha tratado de abrirnos los ojos para siempre. Está en nosotros mantenerlos abiertos. O vivir con los ojos bien cerrados a cambio de no querer saber y de sentirnos cómodos en la seguridad que otorga la ignorancia.

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