viernes 19 de abril de 2024
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La socialdemocracia –argentina– en debate

En las últimas semanas las redes reprodujeron un interesante debate sobre la socialdemocracia en Argentina. Lo inició Hernán Iglesias Illa lamentando el colapso del progresismo argentino en los últimos 15 años y afirmando que la falta de contrapeso socialdemócrata colaboró para que la cara de centro-izquierda inicial de Alberto Fernández se diluyera rápidamente.

La respuesta vino de parte de Mariano Schuster, quien prefirió eludir el sentido local que daba Iglesias Illa a su texto, para poner en cuestión y redefinir el concepto mismo de socialdemocracia, alertando por su transformación en sinónimo de demasiadas cosas a la vez, tanto que hasta sectores de derecha buscan influir o ser parte de ella.

Iglesias Illa afirma que a la centro-izquierda argentina le falta masa crítica y autoestima para evitar ser absorbida por el populismo kirchnerista, pero marcando que también en Juntos por el Cambio se integran sectores socialdemócratas. Schuster, en cambio, define a la socialdemocracia como una “casa común” de la izquierda y, aun admitiendo la diversidad que la define, prefiere señalar claramente los límites que impone a quienes la habitan o pretenden hacerlo. Finalmente, a ellos se sumó Hernán Charosky quien retomó y amplió, en sus propios términos, los argumentos de Iglesias Illa.

El largo camino de la socialdemocracia desde el siglo XIX al XXI

De las pocas cosas comunes que encontramos en la larga historia de la socialdemocracia europea y sus organizaciones, puede señalarse una que es clave: el pragmatismo. Esto explica su gran capacidad de mutar y adaptarse, incluso en formas extremas, para sobrevivir desde fines del siglo XIX hasta nuestros días.

Esta propensión al cambio estuvo relacionada con varios factores, pero sobre todo con que la socialdemocracia siempre fue una hija dilecta del tiempo histórico en que le tocó actuar. Así, las ideas y programas sostenidos en su nombre no fueron iguales en el siglo XIX que en las primeras décadas del siglo XX o en los años 30, 50 o 70. Mucho menos con la posterior caída del muro de Berlín o en el siglo XXI.

Un momento crucial para el programa socialdemócrata clásico se abrió con la crisis del petróleo en 1973. Los debates entre Ralf Dahrendorf, Wolfgang Merkel y Adam Przeworski mostraron que, desde entonces, ya no era posible replicar la receta clásica del Estado de bienestar y coordinación keynesiana en el nivel nacional. Con la posterior caída del socialismo real, tampoco podrían ubicarse en una posición intermedia entre soviéticos y norteamericanos para desandar un camino propio.

Más tarde, diversos intelectuales –como David Held, Ulrich Beck y Anthony Giddens, entre otros– aportaron ideas novedosas para la (re)construcción de un programa socialdemócrata actualizado, incorporando en un lugar central temas como la cuestión de la democracia y la gobernabilidad global y el activismo trasnacional.

La socialdemocracia en la Argentina. 

Hasta los años 80, excepto en grupos socialistas y radicales, la socialdemocracia no era bien vista en la Argentina. Menos para la izquierda, que la rechazaba como la cara amable del imperialismo norteamericano. Eso comenzó a cambiar cuando la Internacional Socialista llegó a su auge liderada por Willy Brandt, Olof Palme, Felipe González y Mario Soares, entre otros, atrayendo a diversos políticos argentinos, que comenzaron a hacer fila para ser parte del exitoso franchising trasnacional.

Pero para construir la socialdemocracia en Argentina, se eligió una fotografía que ya entonces era antigua. La centro-izquierda retomó con entusiasmo la estrategia nacional de los estados de bienestar, la apuesta a pactos corporativos nacionales y un activo no alineamiento tan caro al nacionalismo transversal argentino. ¿Por qué pensar cosas nuevas para el presente y el futuro si tenemos todo el pasado para inspirarnos?

Al mismo tiempo, en América Latina, la socialdemocracia tomaba otros rumbos. La “casa común” incluía a liberales colombianos, liberacionistas de Costa Rica, radicales chilenos, priistas mexicanos, colorados uruguayos, el aprismo peruano, adecos venezolanos, grupos progresistas y moderados de Brasil, Ecuador, Paraguay, El Salvador, Panamá, del sandinismo y antisandinismo, entre muchos otros.

Con el nuevo siglo, los malos resultados de algunos de aquellos partidos en los gobiernos de transición de los 80 y 90, llevaron a una parte de la socialdemocracia europea a buscar nuevos aliados. Así se observa en el giro populista de la alemana Fundación Friedrich Ebert, una de las impulsoras de esas versiones anacrónicas de la socialdemocracia y que hasta hoy no logra desprenderse del embrujo que le produce el “socialismo del siglo XXI”. Mientras tanto, en Alemania, los mismos socialdemócratas integran la coalición con Angela Merkel.

¿Socialdemocracia vs centro-izquierda? 

A diferencia de Iglesias Illa y Charosky no creo que centro-izquierda y socialdemocracia sean sinónimos en Argentina. La centro-izquierda argentina abrevó más en las tradiciones nacionalistas, populistas e, incluso, antiliberales, antes que en las aguas de los valores posmateriales, el republicanismo o la renovación del liberalismo clásico.

Así se vio en los distintos intentos de organizar espacios políticos como el Partido Intransigente, el Partido Socialista Democrático, el Partido Socialista Autentico y el propio Partido Socialista Popular que, en los años 80, terminó enredado con la candidatura presidencial de Luder (finalmente la justicia no lo permitió) y con un perfil marcadamente nacionalista. Desde entonces, se fue construyendo una centro-izquierda “nacional” muy cercana al peronismo, como fue el caso del Frente Grande y PAIS (que junto a la Unidad Socialista conformaron el FREPASO) y años más tarde, la transversalidad kirchnerista.

Esto puede explicarse de varias maneras, pero hay una de ellas no muy debatida. A diferencia de otros países del Cono sur, las élites políticas argentinas no se exiliaron masivamente en los años 70 y 80. En cambio, una gran cantidad de políticos latinoamericanos pasaron casi dos décadas viviendo en Europa, también en la Venezuela del “Pacto del Punto Fijo” y en el México con pretensiones globales y autónomas que entonces encarnaba el PRI. Allí aggiornaron sus ideas al compás de los cambios de los que fueron testigos privilegiados.

Esas generaciones de políticos en el exilio aprendieron la importancia del internacionalismo, que la izquierda debía recuperar la idea de libertad y que las democracias y los demócratas no podían permanecer en silencio frente a las dictaduras. Quienes se exiliaron en los países del bloque comunista entendieron que no era eso por lo que habían luchado y los que fueron recibidos por los países occidentales, vieron que era posible la democracia y la justicia social en el capitalismo. Para todos, quedó claro que la política y la violencia debían ser asuntos separados.

A la vuelta, muchos fueron protagonistas en los nacientes gobiernos democráticos. Gran parte de la Concertación chilena está explicada en ese proceso. También la renovación del socialismo uruguayo e, incluso, indirectamente, la del PT brasileño. En Argentina, excepto Raúl Alfonsín y un grupo de seguidores e intelectuales, los políticos no vivieron esa renovación ideológica. Así, la mayoría de ellos salió de la dictadura pensando que aún estaban en el mismo mundo de los años 60 y 70. De hecho, algunos de los más influyentes intelectuales de centro-izquierda que pasaron por el exilio en México, volvieron con el modelo priista del partido-Estado en su cabeza.

La caída del Muro causó un estruendo que se escuchó claramente para los que construían una socialdemocracia moderna y vinculada al mundo. El ruido del derrumbe, en cambio, no pareció sonar tan fuerte en la centro-izquierda argentina, aferrada a una visión estática de la historia y de tierra adentro.

La socialdemocracia, como se vio en Uruguay y Chile, fue la “casa común” donde construir proyectos de país que, con sus problemas y obstáculos, lograron avances en el desarrollo y democratización de sus sociedades. La centro-izquierda argentina, en cambio, se transformó en una pequeña y desordenada habitación, alquilada generalmente al peronismo y a veces al radicalismo. Un espacio cerrado y autosuficiente que añora un mundo que ya no existe y que debe defenderse periódicamente de quienes aspiran a abrir sus ventanas para que entre aire fresco.

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