viernes 29 de marzo de 2024
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África vuelve al África

Un alma sensible en la búsqueda  del los tiempos, ha dicho  que cuando se extraña un lugar, lo que realmente se extraña es la época. Que se añoran más los tiempos que los sitios.

Algo de esa sensación se relaciona con la nostalgia de una Argentina que un siglo atrás, aparecía entre los mejores del mundo,  en términos de  modernidad relativa.

La pendiente hacia abajo ha sido tan sostenida, que se ha perdido hasta la nostalgia. Al menos para aquellos que están en condiciones de recrear  el devenir comparado de varias generaciones. Uno de los “lujos” que aún le permiten sus aparentes condiciones medias, es mantener la evocación de un contexto amable, de bienestar sencillo y vecinal.

Se atribuyó esa época, al mérito de los factores conquistadores y colonizadores -y en especial- a los  emergentes de la cultura migratoria europea de esfuerzo aspiracional. La Argentina laica del orden y progreso con educación. Respetuosa de religiosidades diversas y orígenes remotos e inciertos. Construir y avanzar hacia el futuro. Conviene confesar, en todo caso, que si –Allá lejos y hace tiempo– hubo éxitos, sus méritos fueron de las generaciones de entonces, no de sus herederos, incluido nuestro lastimoso presente.

Aquella vidriera luminosa fue disminuyendo gradualmente su esplendor, hasta colapsar. El mundo eficaz hacia la felicidad, en lo real o imaginario –según cada cual- se diluyó cual arena y agua entre los dedos. Ha sido reemplazado por una inmensa y cruel realidad de pobreza y atraso que -al parecer-, estuvo invisibilizada  durante buen tiempo.

Una nueva época muestra a nuestra comarca exhausta y agotada, sin expectativas de ilusionarse ni engancharse con las piruetas posmodernas y súper tecnificadas de la geopolítica mundial. Asentada en fuertes espaldas económicas capitalizadas (occidentales u orientales). Con caminos  y valores contradictorios. Todo le  resulta extraño y amenazante. Está perdida en espacios que no comprende. No atina a caminar dentro de él por falta de rumbo. Deambula errática, a la pesca de los regalos que le pasen por delante, pronto y más cerca.

Haríamos mal en considerarnos un proceso estático y aislado. Los factores mundiales nos inciden –a gusto o disgusto- tanto en los poderes geopolíticos como en los cambios culturales y tecnológicos. Con un amplio menú digital e instantáneo. La relación e inserción internacional, sufre también modificaciones substanciales, que concurren a nuestra situación, por agresión, reclusión o ineptitud.

Lo cierto es que la Argentina de las luces europeas, imaginada como una fuga a su contorno sociológico natural, muestra hoy signos manifiestos de encontrarse con su carácter latinoamericano. Cumpliendo el vaticinio de hace casi ochenta años del “Poema Conjetural”, de Jorge Luis Borges, “Al fin me encuentro con mi destino sudamericano. A esa ruinosa tarde me llevaba el laberinto múltiple de pasos que mis días tejieron”

José Pablo Feinmann, en una nota titulada “Conjeturas de Borges”, publicada hacia el 2001 en Página 12, dijo entre otras cosas: “Más allá de Sarmiento, el ‘Poema conjetural’ plantea la experiencia de la verdad, de la síntesis, como una mixtura dionisíaca (el pecho se endiosa con júbilo secreto). Es el júbilo de la verdadera identidad, de la plenitud del ser alcanzada por medio de la integración enriquecedora, compleja, de los contrarios”. Los resultados no han sido –hasta ahora- tan enriquecedores, como está a la vista.

La República  de Sudáfrica, es una  nación caracterizada por la diversidad de culturas, idiomas y creencias religiosas. El ochenta por ciento de su población es negra. Se la conoce como la nación del arco iris. Ha sufrido colonizaciones duras, opresiones, discriminaciones, luchas  y  transformaciones enormes. Hoy alcanza niveles importantes de desarrollo y equidad en relación a su historia. La preside Matamela Cyril Ramaphosa, empresario,  político y  activista sindical de  relevancia.

Se cuenta  que en el momento crucial de la lucha contra la exclusión racial ejercida por el poder blanco mediante el apartheid, alguien inquieto le preguntó a Nelson Mandela qué estaba ocurriendo. Cuál sería para él la explicación del trascendente momento. Mandela le habría respondido con pocas palabras: “querido amigo, Africa vuelve al Africa”. Alcanzaba así  una elocuente semejanza con los sueños de Gandhi para su patria: India vuelve a la India.

Conquistas, colonizaciones, crueldades e injusticias son una constante en las sucesivas ocupaciones de territorios por pueblos diferentes. Algunos países han encontrado el modo de elevarse por sobre la diversidad de sus componentes y asimilarlos como partes positivas de un futuro mejor. Otros, no. Esta última sería en trazo grueso la situación latinoamericana: la grande y rica extensión de América, al Sur del Río Bravo, como diría John Reed (1887-1920), en su inolvidable México Insurgente.

Un alucinado “inoportuno” llamado H. A.  Murena (1923-1975), hacia 1954 tuvo la temeridad de escribir que el conglomerado de lo europeo con lo originario sólo llegaría a fraguar una identidad aceptada, si antes cumplía con el sino trágico del parricidio blanco, es decir, de lo europeo (“El pecado original de América”).

Parte del sincericidio que deberíamos efectuar, es dejar de soñar con las grandezas de nuestros antepasados europeos, asumir nuestra realidad sociológica y política, y procurar hacer algo mejor a partir de ella y con ella, sin hijos ni entenados. Porque además de asumir identidad profunda, se requiere hacer algo útil con ella, y no sólo flotar  en el abandono productivo de las dormidas riquezas naturales que nos rodean.

No serán el desdoro del gobierno actual y el kirchnerismo los aportes positivos para una guía honrada, ni sumar esfuerzos conjuntos hacia nuevos tiempos. En simultáneo, satura  la diatriba banal de la oposición y principales medios,  sin mencionar siquiera  ideas, conceptos o propuestas, salvo pocas excepciones. Un torbellino de  pobreza intelectual que ignora la pobreza vertical.

Los colores originarios y europeos que se conjugan en nosotros, deben encontrarse también en  experiencias políticas compartidas. Sólo los espíritus áridos desprecian los dones recibidos y  dejan de usarlos por comodidad o rutina, acostumbrándose a la facilidad del fracaso.

Parafraseando a  Arturo Jauretche, debemos evitar ceñirnos al amor del hijo frente a la tumba del padre o los abuelos. Más bien y ahora,  debemos sentir y actuar con el amor del padre junto a la cuna del hijo. La patria no fue derogada, debe seguir naciendo. Las abstracciones dividen, los hechos unifican. Dejemos de buscar aquí y allá las cosas del mundo, y encontremos al mundo en nuestras cosas.

Otros pueblos han superado mayores dificultades, ¿por qué nosotros no podremos ser capaces de salir del pantano?

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