martes 19 de marzo de 2024
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Virtudes y dificultades de la democracia

I. El presidente Javier Milei pierde su segunda votación en el Congreso. Antes fue la ley Ómnibus; el jueves pasado fue el DNU. Una vez en diputados y otra vez en senadores. En todos los casos, los procedimientos fueron los previstos por la ley. Nadie sacó los pies del plato, nadie arrojó piedras, aunque más de uno se fue, como se dice, de boca. Hechos políticos. Decisiones que se resuelven respetando las reglas de la democracia. A no alarmarse. Ni las instituciones se vendrán abajo, ni el gobierno se va a derrumbar. La Argentina no anda bien, pero no está al borde del abismo. El gobierno dispone de un alto nivel de adhesión y de una decidida legitimidad institucional. Comete errores, pero no se le pueden desconocer aciertos. Después está el cotidiano de la gestión en la que tiene mucho por aprender. Curiosamente en estos días el escándalo más visible no fue con la oposición, sino que se precipitó en la interna del gobierno entre Milei y Victoria Villarruel, o entre los pícaros que fogonearon este cortocircuito. Luego hubo desmentidas e imputaciones a las intrigas malévolas de los medios de comunicación (cuando no), pero palabras más, palabras menos, lo cierto es que el conflicto entre el presidente y su vice existió y seguramente existe. Y cuanto más eufóricas sean las desmentidas, más efectivas serán las sospechas.

II. El trámite del DNU es complicado. Siempre en política las cosas suelen ser complicadas. Milei presenta un DNU de tamaño paquidérmico cuyo contenido es heterogéneo, por lo menos en lo que hace a las adhesiones y rechazos que recibe. Para decirlo de una manera sencilla: hay disposiciones buenas, algunas anodinas y otras decididamente malas. Y esto ocurre con un DNU que dispone de alrededor de cuatrocientos artículos y se propone reformar cerca de ochenta leyes. No se conoce en nuestra historia una presentación de esa extensión. Convengamos que con semejante extensión, habrá como respuesta la pretensión legítima de conocer su contenido. La otra variable sería extenderle un cheque en blanco al gobierno o creer en serio que el presidente solo responde a Dios y a nosotros no nos corresponde controlarlo. Es verdad que el peronismo carece de autoridad moral para impugnar un DNU. En los últimos cuarenta años sacaron más de seiscientos y una ínfima minoría fueron observados. El peronismo carece de autoridad moral, pero dispone de votos, es decir, de diputados y senadores. Así son las cosas. Y lo son porque en principio no hay ningún artículo constitucional que inhiba a alguien por carecer de “autoridad moral”. Esta verdad sería bueno que Milei la asimile. Todos entendemos su alegría y su entusiasmo por haber obtenido catorce millones de votos, pero debe entender que hay una oposición peronista que sacó once millones de votos y que a mí me podrá gustar o no, pero existen e intervienen como corresponde en todo orden democrático.

III. Insisto en que los procedimientos previstos por la Constitución en estos casos se cumplen. Al gobierno le asiste el derecho de presentar un DNU y a la oposición le asiste el derecho a discutirlo. Después se vota y gana el que tiene más votos. Mientras tanto el DNU continúa produciendo efectos. El próximo round será en la Cámara de Diputados. Final abierto. Pero para que ese final no sea desagradable para el oficialismo, importa que el presidente deje de sentirse Dios, o desista a comportarse como un chiquillo malcriado, o a vociferar insultos a los que no piensan como él. Le guste o no, si quiere que le voten las leyes, deberá forjar acuerdos. No hay otra manera en democracia. Un dictador, por ejemplo, puede darse el lujo de hacer lo que se da la gana, pero esas “comodidades” y “beneficios” no lo asisten a un presidente democrático. Las reglas de juego son claras y así como en el fútbol no se puede agarrar la pelota con la mano, en política no se puede decidir sin controles. Es la ley.

IV. El DNU se debatió. Hubo defensas y hubo críticas. A mi juicio la mejor intervención, la más modulada, la que exhibió más conocimientos, la que mejor fundamentó cada una de sus observaciones, fue la de Martín Lousteau. Imagino algunas reacciones: el traidor, el mister 125, el vanidoso incorregible, el mujeriego insaciable, el que nunca fue radical. No me interesan esas objeciones porque son livianas, frívolas o injustas. No ignoro sus defectos, tampoco sus ambiciones, aunque agrego a continuación que no conozco político que no tenga defectos y mucho menos que no disponga de una alta autoestima. Respecto a Lousteau, ustedes me van a perdonar, pero a mí el talento, la lucidez y la inteligencia me seducen. Será un error de mi parte, pero a esta altura del partido ya me resigné a convivir con mis errores. Prefiero los políticos cultos, los políticos con ideas propias, los políticos capaces de asimilar los rigores del presente, capaces de imaginar los perfiles del futuro y con una dosis necesaria de sensibilidad y humanismo. Ya sé que estoy pidiendo mucho, pero para rebajar las vicisitudes de la política criolla se encargan de hacerlo. Vuelvo a Lousteau. Apruebo su discurso por la calidad intelectual, pero también podría aprobar otros discursos aunque no coincida, motivo por el cual añado, para no pecar de neutro, que ese discurso me satisface porque está en sintonía con mis creencias. Se trata de un discurso republicano, democrático en la mejor tradición liberal y, hasta me atrevería a decir, de acuerdo con la mejor tradición alfonsinista. Lousteau defendió valores con actualizados fundamentos teóricos, justificó sus críticas con severidad pero con nivel, y en ningún momento cerró la posibilidad de retomar el diálogo. Perfecto. Así se hace política. Por lo menos, política republicana.

V. Hay muchos puntos en este DNU que son importantes, son necesarios incluso, pero hay otros que por lo menos merecen discutirse cuando no retocarse e incluso olvidarlos. Nada mejor que el parlamento para cumplir esa tarea. La democracia, bueno es recordarlo, es conflicto y consenso. No existe sin estos dos atributos. Si se reduce al conflicto absoluto, se arriba a las puertas de la disolución nacional e incluso la guerra civil; si se reduce solo al consenso, deviene en dictadura o autocracia. Esta tensión entre conflicto y consenso es lo que le da vida a las democracias, porque las sociedades como tales convivimos cotidianamente alrededor de estos paradigmas. No hay democracia sin pueblo y no hay democracia sin políticos y, claro está. estadistas, jefes de estado. ¿Entendió Milei? Que esos políticos sean una casta o una dirigencia lúcida y creadora depende de muchos factores, entre otros aquellos que podamos aportar nosotros, los ciudadanos, el pueblo. Tampoco hay democracia sin una nación como territorio político y sin un estado como ámbito de legitimidad y ejercicio del poder. No sé si Milei comparte estos puntos de vista, pero si no los comparte le diría que se preocupe por aprenderlos porque el anarcocapitalismo es una utopía irrealizable como toda utopía y las fuerzas del cielo pueden llegar a ser en el mejor de los casos un buen chiste, por lo que la única posibilidad que queda es la política, el acuerdo, el entendimiento con sus ineludibles cuotas de errores, pero también con la sana ambición de colaborar en esta aventura de vivir a forjar sociedades más justas. Ni revoluciones ni contrarrevoluciones. Reformas progresivas y cambios graduales. Como alguna vez escribiera Raymond Aron, una de las mentes más lúcidas del liberalismo occidental: “el hilo de la civilización es muy delgado para arriegarlo con ensayos estrafalarios o saltos al vacío.”

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