jueves 25 de abril de 2024
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Puigdemont no es Messi

Se echó al monte la utopía

perseguida por lebreles que se criaron

en sus rodillas

y que al no poder seguir su paso, la traicionaron;

y hoy, funcionarios

del negociado de sueños dentro de un orden

son partidarios

de capar al cochino para que engorde.

 

Joan Manuel Serrat

Hoy que Cataluña arremete para irse de España, no son pocos los que piensan con preocupación (y candidez) en la posibilidad de que el Barsa ya no pueda jugar más en la Liga española. Adiós al Derby con el Real. El clásico catalán serían Barcelona y Espanyol. Y el equipo culé debería girar por tímidos estadios de las comarcas de una emancipada república catalana y vender menos emoción, menos tickets, y menor recaudación por el pay per view.

No parece posible.

El Barcelona contra el Real Madrid es el evento futbolístico más visto del planeta. También representan dos historias políticas antagónicas. El Real fue el más grande en tiempos de Franco, y de Di Stefano, el caudillo lo asocio a su “gloria”, aunque a él, el fútbol en rigor no le interesara en absoluto. El Barsa era el equipo de aquella Cataluña hundida por Franco, sin idioma, sometida a Madrid. Dos superpotencias enfrentadas que juegan la metáfora más cursi de la guerra de trincheras: un partido de fútbol. Barcelona, catalanista, independentista y Madrid, madridista, unionista. Y todas las posibles combinaciones binarias. Sí, también los hay separacionistas hinchas del Real. La grieta de la grieta diríamos los argentinos. Y en el medio de los medios, Messi. El gran capitán barcelonés. Tiene la estrategia más bondadosa para sí mismo para conjurar el hecho de tener tantas casas como patrias que se disputan su genio: no cantar el himno de nadie, ni el de Rosario si es que existiera tal cántico. Un día Messi gritó “Visca Cataluña” tras un campeonato rodeado de fanáticos y con ardor inusitado en él. Fue su única declaración catalanista. Lo suyo es la genialidad en el césped y la monotonía de sus palabras.

Pero Carles Puigdemont, el presidente de Cataluña, impulsor del referéndum para que los catalanes voten si quieren o no un Estado independiente en forma de República, no es Messi. Lo mueve todo lo contrario, la historia personal y la ola de indignación que sube y baja en España más el viento identitario europeo con tufo a xenofobia y en extremo chovinista y disgregacionista.

“Damos miedo y ¡más que daremos!”, dijo Puigdemont. Y allí se lanzó en la aventura revolucionaria que tuvo su clímax de ir por todo cuando el 6 de septiembre pasado, con trámite exprés, en sesión maratónica en el Parlament logró que se aprobara una ley de transitoriedad jurídica que le permitiera escabullirse de la Constitución de España que cobija a la ya autónoma comunidad española. Así, se firmó por decreto un referéndum con resultado vinculante.

Este periodista, especialista en comunicación 2.0, de 54 años, vio en su adolescencia cómo el hombre llegaba a la Luna y conoció a instancias de su tío del CIU a Jordi Pujol, el líder político del pride catalán e impulsor del autonomismo que se gestó en la década del ochenta y a quien tildaron luego de pactista por favorecer la gobernabilidad en España. Estudió filología en Girona y fundó la Agencia Catalana de Noticias. Fue el primer diputado de todas las comarcas en tener cuenta de twitter: @KRLS. Un geek de primera hora que instaba a los demás asesores de políticos a que dejaran de mandar faxes y se pasarán al mail. A que se fueran de Hotmail hacia la República Independiente de Gmail.

Puigdi, tal como lo apodan, es multilingüe: catalán, castellano, inglés, francés y rumano gracias a su sensual esposa Marcela Topor, una periodista de esa nacionalidad. Fue asesor en las sombras, ghostwriter de discursos e ideólogo de los nacionalistas de Girona.

Tiene mucho pelo y un corte y un no peinado que parece el casquete de plástico negro de un muñeco Lego. La peluquera de Puigdemont está desesperada, tituló La Vanguardia, por la intransigencia del President que no quiere cambiar su estilo, que no permite entresacarse cabello para darle liviandad a su cabeza.

En 2016 asumió como President de la Generalitat, luego de la dimisión de Artur Mas para que las fuerzas soberanistas tengas diseñadas las estructuras del Estado.

En 2014, como diputado del Parlament, votó en contra del referéndum de El Kurdistán para independizarse de Iraq. Cuando se lo recordaron hace pocos días en una entrevista, lo tenía olvidado: le hicieron pisar el palito preguntándole si estaba a favor de la autodeterminación de todos los pueblos, a lo que contestó que sí, para luego tener que tragar saliva con el enrostre de su propio archivo.

Tras los atentados a Barcelona y Cambrils, reivindicados por ISIS, los catalanes parecieron abrazarse con España. El Rey en persona, con su barba, su altura y su mujer Leticia, periodista y anoréxica según los antirrealistas y las fotos, llegó hasta la Plaza de Cataluña en Barcelona y nadie lo abucheó ni mucho menos. La Guardia Civil española y los Mossos D’Esquadra no tuvieron ni un sí ni un no en la lucha contra el terrorismo: “Y que vaya si hubiera sido distinto, se lamentan, si ellos mismos, siendo un Estado como Dios manda, hubieran podido intercambiar directamente con la CIA o algún servicio de inteligencia de los buenos. Pero les está vedado. Y es el gobierno español el que politizó el miedo y la demanda de seguridad”.

Días después volvieron a ondear las banderas rojas y amarillas, porque las calles son de los secesionistas.

Barcelona es una gloria, junto al Mediterráneo, orgullosa de la Sagrada Familia que es un Vaticano propio, porque Gaudí es un Miguel Ángel, y Cataluña se embandera con todos sus héroes, desde Salvador Dalí hasta Ferrán Adriá. Cataluña enamora.

Quisieran a Messi entre los propios, pero es argentino, como el vicealcalde de Barcelona, Gerardo Pisarello, un tucumano que por extraños derroteros se volvió alto funcionario y tan catalán como la Barceloneta.

Puigdemont sitúa ésta acalorada fase separacionista entre la postautonomía y la preindependencia. Una manera ilusoria de generar la sensación de escalada. De mostrar que la zanahoria amarilla + roja está cerquísima. La ilusión de que ahora sí. La ilusión de que el 1 de octubre las urnas saldrán de su escondite para llenarse determinismo nacional.

El 11 de septiembre se celebra la Diada,? que es la fiesta oficial de Cataluña, en recordación de la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas durante la Guerra de Sucesión Española de 1714, que en realidad, siempre fue asumida como una guerra de Secesión. Y es uno de las heridas constitutivas de su identidad nacionalista.

Si gana el Sí, en 48 horas Puigdemont pasará a la historia por proclamar la soberanía de Cataluña formalmente. Es decir que el 3 de octubre sería el Día de la Independencia de los catalanes.

Y la liberación llevará a tachar del calendario, casi una semana más tarde, el 12 de octubre, Día Nacional de España.

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