viernes 29 de marzo de 2024
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La represión paraestatal de la Triple A a la Triple V

Los militares sudamericanos están matando compatriotas en las calles, una vez más. Y no son sólo ellos. Reaparecen los escuadrones paraestatales que, con apoyo gubernamental y bendición militar, atacan a los manifestantes. Eso es Venezuela hoy.

Los argentinos ya lo vivimos. Lo de Venezuela no es –por ahora– tan sanguinario como el Proceso videlista, cuando los asesinatos se contaban por miles. Pero se va pareciendo, cada vez más, a los días de la dictadura de Onganía y sus sucesores. A los amargos tiempos de José López Rega, cuando la Triple A diseminaba la represión al margen del Estado de Derecho y de las fuerzas legales.

López Rega, entonces poderoso Ministro de Bienestar Social, armó bandas de comisarios que, pudiendo operar con la ley en la mano, actuaban por izquierda. También había Triple A de ciertos sindicatos llamados ortodoxos. Y empezaban a probar la represión clandestina los cuadros militares. Era el Estado despreciando la ley y las normas. Rompiendo la convivencia social de un modo tan profundo, que la Argentina aún no ha logrado reponerse de tanto salvajismo.

En la Venezuela de hoy, como en aquella Argentina, las víctimas ya no se están contando de a una. Ni siquiera por docenas. Una macabra danza ya supera el centenar de asesinados. Son miles los perseguidos, los encarcelados, los gaseados, los expatriados.

Con otra diferencia. En esa Argentina setentista había organizaciones que se estaban armando o ya estaban armadas, construyendo ejércitos para la guerra. Hoy Venezuela no vive nada parecido. Son los militares, las fuerzas de seguridad y los parapoliciales contra los disidentes. El ejército contra molotov y matagatos.

Un poder que mata porque no puede votar. No puede votar porque pierde. Y no puede perder porque quiere quedarse para siempre. En el Río de la Plata estuvimos muy habituados a eso.

Las dictaduras militares sin votos sólo pueden sostenerse por la fuerza. Las dictaduras cívico-militares, también. Las guerrillas argentinas nacieron, entre otras causas, porque se había proscripto la política, disueltos los partidos, intervenidas las universidades, castigado el pensamiento.

Si algo nos enseñaron los días de plomo es que, aunque haya sido electo por el pueblo, ningún gobierno tiene derecho a violar la ley. No hay justificativo para la represión ilegal.

La necesaria voz peronista

Hay argentinos que quisieran descalificar o enterrar o proscribir o prohibir al peronismo. Un disparate. Pero hay peronistas que quisieran descalificar o enterrar o proscribir o prohibir al no peronismo. Otro disparate.

Las dos Argentinas podrán volver a amigarse –manteniendo sus disgustos, sus principios, sus valores– con muy pocos acuerdos básicos. Uno, el principal, es ratificar la convivencia, las instituciones, los derechos humanos, el Estado de Derecho. La decisión de levantar la voz en defensa de los ciudadanos perseguidos por vías ilegales por sus Estados, por los regímenes que persiguen disidentes, por los gobiernos que quieren perpetuarse en contra de la voluntad popular. Personalmente, incluiría los derechos sociales y la inclusión con cobertura de necesidades mínimas para todos. Pero lo primero es ponerse de acuerdo sobre las reglas de juego mínimas.

La Argentina es potencia mundial en Derechos Humanos. Con la CONADEP, el Juicio a las Juntas y la reivindicación de la justicia viene marcando una potencialidad moral que ha trasmitido al mundo la necesidad de juzgar lo que no parecía judiciable, de no admitir la impunidad. La imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad es la consagración del Nunca Más, el homenaje del mundo civilizado de los cinco continentes a la política inaugurada por Raúl Alfonsín.

Dolorosa, penosamente, hay políticos argentinos que tratan de identificar al gobierno de Cambiemos con la represión del chavismo. Falso y miserable. Porque es mentira, porque saben que es mentira, y porque resulta imposible explicar por qué un régimen como el chavista, que hizo de las elecciones su fuente de legitimidad hoy no se atreve a convocarlas. El que reprime es Maduro, no Macri.

Y el que decide es el pueblo. Así en Buenos Aires como en Caracas. No hay voces que interpreten su opinión en contra de sus deseos. Los que no están de acuerdo, sueñan con la dictadura de la élite. La mayoría se expresa en las urnas. La minoría sólo puede perpetuarse con la fuerza bruta, por el poder militar. Como la Argentina durante tantos años. Como Venezuela hoy.

Los que rescatan a las víctimas de López Rega y abominan de la siniestra Triple A debieran ayudar a terminar con la matanza y la persecución de opositores. Como se coreaba en aquel lejano 1975: ¡Hay que parar! / ¡Hay que parar! / ¡A López Rega y las Tres A!

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