jueves 18 de abril de 2024
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La nueva Guerra Fría

Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia pasan por un momento crítico. Sus posiciones antagonizan en puntos álgidos. El Departamento de Estado condena la anexión de Crimea y la sangrienta guerra encubierta que las tropas rusas  libran en el este de Ucrania. Señalan la represión del gobierno de Vladimir Putin sobre la oposición política y el resurgir de la carrera nuclear. Por último, destacan la intervención militar de Rusia en Siria, destinada a apoyar el régimen de Bashar al-Assad. Y –como colmo– acusan a Moscú de interferir en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, del pasado noviembre.

Del otro lado del mostrador, los rusos ven las cosas a su manera. En Ucrania, Moscú se considera actuando en defensa de la incesante expansión geopolítica de Estados Unidos y sus aliados que han desplegado tropas hasta la frontera con Rusia. Afirman que los Estados Unidos han intervenido repetidamente en la política interna de Rusia y hasta sostienen que la ex secretaria de Estado Hillary Clinton incluso incitó protestas antigubernamentales en Moscú en diciembre de 2011. Creen, además, que Estados Unidos se está metiendo en Siria para derrocar un gobierno al que Putin considera legítimo. Esa sí que es toda una “grieta” entre ambas naciones.

Barak Obama gestionó estos desafíos de manera hábil, al igual que hay enfermedades que se “cronifican” con determinados tratamientos, hay conflictos políticos que reciben igual atención. Pero Trump pretende “solucionarlos”, cuando las condiciones objetivas no están a tono con sus deseos. El acercamiento del magnate –que el Congreso de su país ha restringido de golpe– halagando a Putin, y haciéndole concesiones unilaterales sólo le hubieran dado al Kremlin la idea de que está ganando y envalentonarlo, así, hacia nuevos peldaños de conflicto.

Es de Perogrullo recordar que Trump no es Obama. En su visión pragmático/empresarial no contempla la larga experiencia de la burocracia del Departamento de Estado –renunciada en parte– desconociendo, además, las artes diplomáticas. Esto quedó reflejado en un twitt de enero pasado: “Tener una buena relación con Rusia es algo bueno, no es malo. ¡Sólo la gente ‘estúpida’, o los tontos, pensarían que es malo!”. Trump, incluso, se burló de las advertencias de la comunidad de inteligencia de los EE.UU. sobre los ciberataques rusos con el objetivo de interferir con el proceso democrático interno. Este giro “trumpetiano” de la política exterior con respecto a Rusia –y al mundo en general– de concretarse, dañaría la relación de Estados Unidos con Europa, a la seguridad del continente, y al ya precario orden internacional.

En los últimos años se vienen gestando condiciones que hacen pensar en una remake de la Guerra Fría, aunque más evanescente, una Guerra Fría de la posverdad, de un alcance geopolítico e ideológico mucho más atenuado que la primera, pero con toda la capacidad de generar un devastador conflicto real. Los combates “ocasionales” que los aviones de la OTAN y los buques de guerra han tenido con los aviones rusos no son un accidente, forman parte de una estrategia deliberada del Kremlin para intimidar a sus adversarios. Y los ataques que ha ordenado Trump sobre aviones rusos en Siria, tampoco son daños colaterales.

 

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